El año pasado, el día de San Cayetano, patrono del trabajo, me llamó mucho la atención que, justo en esa fecha, las llamadas “organizaciones sociales” se volcaron a las calles a reclamar por la renta básica universal. Vaya paradoja.
¿Y por qué sería una paradoja? Bueno, pues, porque como bien lo afirmó el general Perón, en este tiempo, en un país en el que todo está por hacerse, gobernar es crear trabajo. Y además porque lo justo es que cada uno produzca como mínimo lo que consume. Y no se trata de un capricho, eh. Eso es justo por razones meramente ideológicas, doctrinarias, porque el peronismo es profundamente cristiano y por lo tanto propone que el hombre debe ganarse el pan con el sudor de su frente. Pero sobre todo es justo por razones prácticas, pues no hemos de olvidar que el peronismo es ante todo pragmático.
El general Perón decía que una doctrina que no se pudiera llevar a la praxis era letra muerta. Cuando decimos que el trabajo es el motor de la reproducción de la vida social no lo decimos por mero capricho ni por un afán contemplativo de fundamentalismo religioso. Lo decimos porque vale recordar que los bienes no son ilimitados ni se regeneran a sí mismos como por arte de magia.
La renta básica universal conlleva el dilema ético de que sugiere que el hombre viva sin trabajar, que bien podría rebatirse por el argumento de que desde que el mundo es mundo ha habido castas o élites con la capacidad y el derecho adquirido por la fuerza o por el consenso de vivir de su ocio.
Platón, fundador de la cultura occidental, proponía ya en su República que los filósofos vivieran de la contemplación y que para ello debía existir una clase dedicada al trabajo que sostuviera con la producción de bienes el estilo de vida de los privilegiados. En la Edad Media la sociedad se dividió entre los bellatores, los oratores y los laboratores, es decir, entre los encargados de la guerra, los dedicados a la oración y los labradores de la tierra cuyos trabajos debían necesariamente implicar el sostenimiento de las necesidades de las castas superiores.
Pero jamás desde que el ser humano se asentó en civilizaciones sedentarias con el descubrimiento de la agricultura se le ha dado a ninguna sociedad por proponer anular el trabajo. La renta básica universal, entonces, es una rara avis.
Y esto por la sencilla causa de que los campos no se cultivan solos, no se siembran solos, el ganado no se faena solo y la industria no funciona sin hombres para que trabajen en ellas.
Cuando se nos dice que todos deberíamos percibir un ingreso básico aunque no trabajemos se nos está diciendo que pretendemos que los bienes y los servicios se reproduzcan a sí mismos sin el recurso al trabajo, que es la variable natural de reproducción de los bienes. Esto es, de la valoración del dinero como medio de cambio.
Trabajar es ante todo una necesidad, no solo un derecho y una obligación. Cuando los peronistas decimos que cada uno debe producir como mínimo lo que consume estamos respondiendo a un criterio meramente económico, no a un capricho. No es moralina, es economía. ¿A quién no le gustaría vivir sin trabajar y cobrar un chequecito del Estado por rascarse olímpicamente? Pero aquí el problema es que los bienes tienden a la escasez si no media el trabajo para reproducirlos, y esto invariablemente repercute en la carestía primero y en el desabastecimiento después.
Ya hablábamos de esto el año pasado cuando decíamos que los billetes no se comen, en un contexto en el que el gobierno paralizaba la producción e imprimía pesos so pretexto de estar paliando supuestamente los supuestos efectos de la supuesta pandemia, entregando unos escasos diez mil pesos en la forma del llamado IFE (ingreso familiar de emergencia). ¿El resultado? La implosión de la matriz productiva que venía castigada desde los años de Macri, la inflación galopante y en muchos casos, la escasez de bienes.
Pero ahora vemos esto y nos preguntamos: ¿cuántos de esos que reclaman una renta básica universal, que no es otra cosa que la institución de un salario básico a cambio de la nada misma están en edad de trabajar? La respuesta es: todos.
Todos.
¿Por qué en el día del patrono del trabajo hay quienes eligen reclamar por una renta básica universal y no por trabajo si existen en el país las condiciones necesarias para impulsar la creación de empleos? Es incomprensible, o por lo menos yo no lo comprendo, me gustaría que se me explicara con lujo de detalles.
¿Por qué daríamos plata así nomás por darla a personas que no producen? No tiene sentido.
Y después uno oye iniciativas tales como la reducción de la jornada laboral, que se nos dice que están pensadas para aumentar la productividad de los trabajadores, que más descansados “rinden más”, pero además se nos dice que esta iniciativa tendería a “hacer espacio” a más trabajadores para que los empleadores tomasen a más personas. Y yo me pregunto: ¿y quién va a querer entrar a trabajar si tiene que elegir entre trabajar y cobrar o no hacerlo y cobrar igual? No tiene sentido, acá algo hay que no estoy entendiendo.
En cambio me resulta de lo más interesante, por ejemplo, que a través de la regulación de los costos de producción se les permita a las empresas sostener la ganancia sin recurrir a la inflación. Sin inflación aumenta el valor del salario o como mínimo se mantiene estable en vez de decaer.
Sosteniendo el valor del salario sin alterar la ganancia empresarial se genera un círculo virtuoso que estimula el consumo y con este la producción y por lo tanto, el trabajo. Se hizo antes y se puede volver a hacer.
No tiene sentido que estemos discutiendo problemáticas que pueden tener alguna lógica en los países industriales donde la máquina está reemplazando al hombre en la cadena de producción, pero no en la Argentina. Sí, está bien si en Japón los japoneses empiezan a percibir una renta sin trabajar por ausencia de trabajo. Los bienes los producen robots, ponele, y se exportan, el Estado recauda y reparte la torta para que a los japoneses no les falte el pan pero, ¿en Argentina?
No tiene el más mínimo sentido.
Pero todo tiene que ver con todo. Un día se nos dice que está bárbaro que no nos reproduzcamos, otro día se nos dice que mejor dejemos de criar vacas y plantemos soja y otro día se nos dice que vivamos sin trabajar. Es decir, siempre se nos dice que dejemos el país así como está, sin desarrollo, sin población y con los recursos que nosotros no demandamos, sino que demandan otros países en otros continentes.
Se nos dice que no produzcamos, que no poblemos, que no defendamos el territorio. Paz, pan y renta universal. O mejor: pacifismo bobo, miseria y sujeción.
En otra oportunidad he hablado ya acerca de la cultura del trabajo y cómo ésta, que era fuerte en Argentina, perdió su potencia con la crisis de valores que advino a partir de la dictadura genocida, se desarrolló durante los gobiernos socialdemócratas y neoliberales y terminó por estallar en 2001.
Uno de los peores legados de la crisis de representatividad que aún no podemos salvar como sociedad ha sido la ruptura de la cultura del trabajo. Un poco por la victoria del individualismo, otro poco porque muchos han crecido en la marginalidad y no tienen la más pálida idea de cómo se aprende a levantarse todos los días a las seis de la mañana para salir a la calle a ejercer las labores con disciplina. Y finalmente, otro poco porque impera el sálvese quien pueda puro y duro.
Entiendo además que en un contexto de crisis generar trabajo toma tiempo y que medidas de emergencia pueden servir para evitar que la gente se muera de hambre. El plan social, aunque indigno, puede que haya sido necesario alguna vez, pero no es un fin en sí mismo sino que es un medio, un paso si no necesario quizá funcional en un contexto de crisis económica que se espera tienda hacia la recuperación en el mediano plazo. Pero la famosa renta universal se piensa como un fin en sí mismo, como una institucionalización del plan social, no como una contingencia de emergencia. Y repito: en un país en el que todo está por hacerse, gobernar es poblar y es crear trabajo.
La justicia social no es populismo, la justicia social implica la relación de balance entre la igualación de las oportunidades y del acceso a los bienes y servicios, los derechos sociales y económicos, el ocio y demás bienes materiales e inmateriales y su correspondiente contrapartida, esto es, el trabajo.
En la Argentina de Perón los únicos privilegiados son los niños y los ancianos. Los primeros porque aún no alcanzaron el desarrollo suficiente para ganarse el pan con el sudor de su frente y merecen gozar de los bienes necesarios para crecer con salud y felicidad y los segundos porque ya han aportado durante años de actividad a la comunidad y se han ganado el descanso.
Los únicos privilegiados son los niños, que perciben una asignación universal, y los ancianos, que reciben una jubilación. El resto, tiene que arremangarse y laburar.
Y por eso, San Cayetano, te sigo pidiendo, por lo menos yo, no limosna sino hoy y siempre, trabajo.
[Artículo publicado originalmente en el blog de la autora]
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