Maquiavelo, en su libro El Príncipe, escribió: “En las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende sólo a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado por cualquier medio, que los medios siempre serán honorables y loados por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan. Sólo cuentan cuando las mayorías no tienen donde apoyarse”.
El célebre filósofo italiano explica en su libro qué es lo que un líder debe hacer para alcanzar y por sobre todo, conservar el poder. En esta frase aconseja al líder político que no sólo el fin justifica los medios, sino que al vulgo se le convence fácil la idea de que esos medios son honorables por más que hayan sido completamente ilegales e inmorales. El texto parece libro de cabecera de la política cotidiana. El poder se hace un fin en sí mismo, más que un medio para “poder” cambiar, mejorar y hacer crecer a la sociedad. Para el líder político alcanzar el poder es su objetivo último, es llegar a la Tierra Prometida. Un fin con medios a cualquier precio. Incluso el menosprecio a la inteligencia humana.
Unos 3000 años antes del libro de Maquiavelo, Moisés en su libro dejaba su mensaje a los próximos líderes. En el relato de la Torá de esta semana, Moisés elige y convoca a doce jóvenes, uno por cada tribu. Los convoca a una misión, a un futuro. Y en ese compromiso de liderazgo les explica su visión acerca de los medios y los fines. Les dice que deberán recorrer y explorar la tierra de Canaán para obtener la información necesaria antes de ingresar allí con el pueblo recién liberado y salido de Egipto. Les pide que investiguen acerca de las bondades y debilidades de los pueblos que en ella habitaban, de la fortaleza de sus ciudades, y la fertilidad de la tierra. Hasta que asombra con su última pregunta: “Aiesh ba etz im ain”, “Acaso hay un árbol, o la nada. Esfuércense y tomen del fruto de la tierra” (Números 13:20).
¿Por qué les pregunta por un solo árbol? ¿Un árbol o la nada? ¿Cuánto esfuerzo se necesita para tomar un fruto? ¿Por qué les dice que el fruto es de la tierra, si estaba hablando de un árbol tan específico?
Sabemos que una cosa es el árbol y otra el fruto. Sin embargo, eso es lo que vemos en este mundo. No era ese el plan en el origen de la historia. En el Génesis, en el tercer día de la creación del mundo, cuando Dios crea la vegetación el texto nos dice:
“Y dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, árbol de fruto que dé fruto” (Génesis 1:11).
Los sabios enseñan que el concepto de “árbol de fruto que dé fruto” significa que en el origen del Universo, el árbol tenía el mismo sabor que el fruto. No había diferencia entre uno y el otro. El árbol es el medio para llegar al fruto, que es el fin. En el Jardín del Edén, se podía sentir el sabor del fin, en el medio. Pero la salida del Edén y la llegada a este mundo produjo que necesitemos medios para alcanzar nuestros objetivos.
El dolor que muchas veces experimentamos, es producto del difícil camino que tenemos que atravesar para alcanzar nuestras metas. Descubrimos tarde, que no siempre el recorrido era tan dulce como esperábamos o como nos habíamos comprometido en degustar.
Por eso Moisés les pide que vean el árbol. Que pongan el mayor de los esfuerzos. El del coraje de hacer que el árbol sea como el fruto. Porque exige valentía ser genuinos en un mundo quebrado. Líder es aquél que ve el árbol del camino y en él degusta el fruto. Sabio es el que en el árbol sabe el fruto. El que logra que los medios vayan en consonancia con los fines. El que comprende que por más que se alcance la meta soñada, esta siempre estará impregnada del sabor de cómo llegamos hasta ella.
Y si no ven el árbol entonces podrán ver la nada, les dice el maestro. Enfrentarnos a la nada, es descubrir el comienzo del todo. Dios crea al mundo entero de la nada, por lo que es en la nada donde encontramos el origen del todo. Si no logramos saborear la belleza del recorrido y sólo nos invade la obsesión por el fruto que aún no alcanzamos, es mejor sentir el vacío que seguir por un camino equivocado. Porque es desde ese vacío que podemos volver a empezar. Desde donde volver a sembrar.
Amigos queridos. Amigos todos.
El árbol en medio del Jardín es el del Conocimiento del Bien y del Mal. Ya hemos comido de ese fruto. La Tierra Prometida espera. Espera que logremos hacer que el camino hacia ella sea tan sabroso como sus frutos. Y en la ruta alcanzar el poder. El poder para ser líderes de la más difícil de las empresas. Líderes de la propia vida.
*El Rabino Alejandro Avruj es Rabino de la Comunidad Amijai y Vicepresidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti. @rabaleavruj en Instagram y TikTok.
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