Cuando este medio me convocó para que escribiera columnas, una de las primeras cosas que les pregunté fue si podía hablar con lenguaje inclusivo. Infobae me dijo que sí y en esa posibilidad de expresarme como lo sentía, también estaba lo inclusivo. Porque no se trataba de estar de acuerdo, o de imponer algo, yo solo quería abrirle la puerta a un público, el cual antes no era mencionado, hacer notar a las personas invisibilizadas desde el léxico. Desde mi subjetividad siempre quise (y quiero) volver sonoras esas voces apagadas. Ese fue siempre mi objetivo desde que comencé a escribir estas columnas: ser mucho más que mi propia voz… ser la mayor cantidad de voces posibles.
Y aunque sea imposible abarcar todas, el lenguaje inclusivo me dio una herramienta que, si no la hubiera tenido, creo que no habría podido escribir ni una de mis columnas. El lenguaje inclusivo me dio perspectiva. Yo siempre supe a quiénes les quería hablar. Y, dentro de ese grupo de lectores, sabía que habría muches que no se iban a sentir identificades ni con el género femenino ni con el masculino. Así mismo, quienes nos autopercibimos con un género específico, igual nos sentimos más cómodes con el lenguaje inclusivo. Hay algo que reposa mejor ahí, en esa apertura; algo más suave, más agradable, melodioso, sincero, dinámico, expansivo, humano.
Hoy me vuelvo a tomar el atrevimiento de hablar no solo por mí, sino por todes. Y eso es mucho más que todos y todas, porque la “e” no se trata únicamente de lo que significa ni de a quiénes está dirigida. Todos los nuevos modos del lenguaje para incluir llevan dentro de las palabras una historia, sostienen una militancia y despliegan una lucha colectiva que nos une y fortalece. Por eso, es tan agotador que insistan en quebrar la identidad personal y colectiva. Estamos cansades de que las instituciones decidan por nosotres, de que las resoluciones nos pisoteen, después de todo… ¿Quiénes somos les que estamos dentro del aula?
Dispusieron que no podrá usarse la “e”, ni la “x”, ni el “@” en las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires. Esta insólita medida nos vuelve a llevar a esa invisibilización de voces y géneros diferentes, nos vuelve a asfixiar en un mundo de los binarismos y, sobre todo, impulsa las violencias hacia las infancias que no se identifican dentro del género binario.
Negar que este nuevo uso del lenguaje nos ha abierto puertas, es una forma más de negar esas violencias. Negar las infancias trans y no binarias es seguir impulsando ese odio y esa discriminación porque, valga la redundancia, ese negar es odiar. Tan poco nos escuchaban que tuvimos que inventarnos una letra para que nos ampare, tuvimos que cambiar el lenguaje para defender la inclusión y el respeto a todas, todas, todas las identidades. ¿Por qué les da tanto miedo la inclusión? ¿Por qué les aterra tanto la diversidad?
Leí y escuché decir muchas cosas sobre esta resolución: que la “e” retrasa el aprendizaje de les niñes, que altera la economía del lenguaje, que confunde, que la RAE aún no lo aprobó, que es poco formal y poco académico… Es como si todavía no se enteraran que además de textos, pruebas y retención de información, la educación también debería formarnos como seres sociales con más compasión y empatía hacia el otre. Esta resolución queda atrasada, llena de certezas que hoy ya no cuajan. ¡Prohibir ya no cuaja! Ahí está la cuestión… ¿Por qué es todo un extremo u el otro?
La inclusión es uno de los carozos principales de esta lucha feminista que se sostiene desde hace tantos años y que las nuevas generaciones seguimos moldeando y puliendo cada vez más. Una lucha que nos habla de todos esos grises que están en el medio de los extremos. De todas esas infinitas posibilidades que hay entre una a y una o.
Esta medida que tomaron es anti institucional, discriminatoria y se caga en la Ley de Identidad de Género, no contempla nuestra necesidad de expansión de derechos. Lo peor de todo es que tomaron una decisión sin siquiera abrir el debate público. No nos dejaron espacio a la opinión, a la duda, a la exposición de distintos puntos de vista… Prohibir el lenguaje es antiguo, conservador y todo lo contrario a la búsqueda democrática en la cual nos encontramos constantemente.
Esta resolución propone, en teoría, mejorar la educación de la lengua, pero no hace más que limitar los derechos y la inclusión en las escuelas. Limita en vez de habilitar, restringe en lugar de expandir, excluye en vez de tolerar. Nadie está obligade a usar el lenguaje inclusivo, no se trata de que, porque exista, todes lo deban usar. Se trata de respetar a quienes lo usamos y a quienes lo necesitan. Se trata de proteger a las nuevas infancias y adolescencias, tanto a les que están en transición, a quienes se identifican como no binaries, como a todes les demás.
La “e” viene a derrocar al absolutismo, viene a decirnos que hay muchas más personas de las que imaginábamos, que hay muchas más maneras de ser, de pensar, de vincularse. La “e” es un símbolo de la permeabilidad que necesitamos para vivir mejor. ¿Acaso tiene que existir una sola lengua? ¿Un solo modo de comunicarnos?
Ningún lenguaje es de cristal, ni fijo o estático; más bien es un organismo vivo lleno de pulsaciones que crece y engorda con el uso, la experiencia y su transitar. Después de todo, el lenguaje es una herramienta que debería estar siempre a nuestra disposición, adaptarse de forma constante a las épocas, las generaciones, las nuevas tecnologías, las necesidades que tenemos como hablantes. Nosotres creamos el lenguaje porque nosotres somos el lenguaje. Y, asimismo, es nuestro reflejo. Por eso, nadie puede adueñárselo, porque es de y para todes.
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