Crisis ambiental y cambios de paradigma

En Argentina, los efectos del cambio climático se retroalimentan negativamente con un modelo productivo anclado en la extracción intensiva de recursos naturales

Deforestación en Santiago del Estero

La semana pasada tuve la oportunidad de representar a nuestro país en la Octava Conferencia Mundial de Jóvenes Parlamentarios que se realizó en Egipto, donde se debatieron los alcances de la crisis ambiental y las iniciativas que se están impulsando para revertirla. Durante estas jornadas he podido resaltar la compleja situación que atraviesa nuestro país, donde el impacto del cambio climático se complementa, y se retroalimenta negativamente, con un modelo productivo anclado en la extracción intensiva de recursos naturales.

En tal sentido, los efectos devastadores que la Argentina está sufriendo como resultado del calentamiento global, y que padecemos diariamente debido al incremento de eventos naturales extremos, como las sequías o las inundaciones, se potencian en nuestro país debido a la existencia de prácticas productivas perjudiciales para nuestro ambiente. Dichas prácticas se encuentran asociadas principalmente con la deforestación de bosques y humedales para la expansión de la frontera agropecuaria, la degradación permanente de los suelos, la utilización descontrolada de agrotóxicos, la amenaza constante de contaminación relacionada con la megaminería y la extracción de hidrocarburos y la pérdida de fauna y flora marina como resultado de la pesca indiscriminada en nuestros ríos y mares, entre otros impactos severos.

La existencia de este círculo vicioso ente ambos fenómenos está llevando a nuestro país a una situación ambiental de no retorno, afectando con ello no solo nuestras posibilidades de desarrollo económico, sino también nuestras propias condiciones de supervivencia. En esta crisis las mujeres resultan las más perjudicadas, dado que en caso de catástrofes naturales su índice de mortalidad es mayor que el de los hombres. Ellas son, de acuerdo a datos de la ONU, quienes más sufren los desplazamientos por desastres naturales, y, por otro lado, al ser quienes se ocupan, en muchas de las comunidades, de la obtención de alimentos y el acceso al agua, se ve profundamente afectado su vínculo con la naturaleza. Finalmente, las crisis ambientales, y el deterioro de la situación económica asociado a ellas, profundiza las desigualdades de género preexistentes relacionadas con el acceso a la educación y a la posibilidad de insertarse laboralmente, reproduciendo roles patriarcales que condenan a las mujeres a realizar trabajos domésticos no remunerados.

La profundización de las iniciativas llevadas a cabo por los distintos poderes del Estado para mitigar el impacto del cambio climático y preservar el ambiente, logradas durante los últimos años gracias a la movilización permanente de las organizaciones ambientalistas y de gran parte de la población, constituyen el punto de partida de un proceso largo y sinuoso que debe necesariamente conducir hacia la consolidación de una verdadera conciencia ambiental que no solo permita instalar en la agenda pública el tratamiento de esta problemática, sino también superar la falsa antinomia que existió históricamente entre crecimiento económico y cuidado de la naturaleza. Es posible pensar en un desarrollo sostenible donde el progreso económico y social vaya de la mano con la adopción de buenas prácticas ambientales, promoviendo un nuevo paradigma productivo.

Sin embargo, debemos ser conscientes de que la consolidación de la perspectiva ambiental en cada uno de los ámbitos donde nos desenvolvemos diariamente, y el avance que obtengamos en materia legislativa y de políticas públicas, dependerá del grado de involucramiento y de participación activa que desarrollemos como sociedad durante los próximos años. En este proceso, las juventudes de nuestro país serán quienes asuman un rol preponderante, no solo porque sufrirán de manera directa el impacto del cambio climático, poniendo en riesgo sus derechos y su bienestar, sino también porque existe entre ellos una plena conciencia de que son los responsables de resolver un problema que las generaciones pasadas se vieron imposibilitadas de remediar. Lejos de ser víctimas pasivas, las juventudes pueden y deben ser reconocidas como agentes de cambio, asegurando para ello una presencia activa y real en espacios de Poder y facilitando el ser parte de las decisiones que se toman en materia ambiental en los distintos ámbitos políticos, económicos y sociales.

Si hay algo en lo que todos y todas las que participamos de la Conferencia Mundial coincidimos es que nuestro devenir, y el de las próximas generaciones, dependen de las decisiones que se tomen hoy, ahora.

SEGUIR LEYENDO: