En un encuentro con directores de revistas europeas jesuitas, el Papa Francisco confirmó su adhesión a la Alianza conformada por Vladimir Putin y Xi Jinping para enfrentar a las democracias occidentales. Durante su exposición hizo mención al relato de Caperucita Roja para afirmar que no hay buenos y malos y que Rusia “fue motivada para invadir Ucrania con el propósito de garantizar su seguridad”. En términos similares citó a un Jefe de Estado muy sabio, sin nombrarlo, que le habría manifestado su preocupación por la forma en que se estaba moviendo la OTAN. Ese mismo sabio, habría agregado que “están ladrando a las puertas de Rusia y no entienden que Rusia no permitirá que ninguna potencia extranjera se acerque a ellos”.
El Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, desmintió los dichos del Papa Francisco sosteniendo que se trata de una alianza defensiva. En estas circunstancias las exposiciones de argumentos en favor de uno u otro no tienen mayor importancia. Las opiniones sobre este enfrentamiento no dependen de la realidad, sino de los preconceptos ideológicos que adoptan los individuos a través de sus vidas y que suelen acentuarse en las últimas etapas.
China ha repetido en innumerables ocasiones conceptos similares justificando en razones de seguridad la “operación militar especial” y ratificando su solidaridad con Rusia. La declaración con motivo de la conversación telefónica entre Putin-Xi reafirma que “China trabajará con Rusia para apoyarse mutuamente en sus respectivos intereses sobre soberanía y seguridad, profundizando su coordinación estratégica”. Es fácil comprender que ambos países comparten el interés común de defender sus regímenes autocráticos frente a las demandas de apertura democrática formuladas por Estados Unidos, Europa y organizaciones occidentales de la sociedad civil. Todos estos regímenes tienen en común la prédica del nacionalismo identificado con la figura de un líder como representante de la Nación. El Presidente Xi ha estado promoviendo una visión idílica del rol del Partido Comunista en el éxito del desarrollo del país en las últimas décadas y ha instituido como materia de estudio obligatoria su pensamiento de “socialismo con características chinas”. En más de una oportunidad predicó la necesidad de lograr una juventud consustanciada con ideales. En un discurso pronunciado en ocasión de los 100 años de creación de las Juventudes Comunistas, Xi reclamó que los jóvenes deben estar listos para luchar por el rejuvenecimiento nacional con motivaciones arraigadas y creatividad.
El Presidente Putin apoyado por el Patriarca Kiril también están embarcado en una prédica moral-nacionalista, antidemocrática y revisionista para justificar no solo la ofensiva, sino también para consolidar su presencia como único representante de los intereses históricos. Los discursos de Putin al igual que los de Xi recalcan la especificidad del sistema político y niegan que la democracia, como se entiende en Occidente, tenga alcances universales. Tanto Rusia como China pasaron del feudalismo al comunismo sin escalas y sin conocer la pluralidad, libertad de elegir y el valor de los derechos humanos.
El Papa Francisco está muy lejos del legado de Juan Pablo II, cuyo apoyo a Lech Walesa fue determinante para terminar con el régimen comunista en Polonia y restaurar la democracia después de 50 años bajo el control de la Unión Soviética. En su prédica muestra su preocupación por la “fábrica de pobres”, el egoísmo, el despilfarro, la falta de espiritualidad y niega los progresos en el sistema capitalista. No existe ninguna diferencia con las manifestaciones de Vladimir Putin o Xi Jinping cuando se refieren a la situación en el mundo occidental.
La decisión de integrar la Triple Alianza conformada por lo enemigos de ayer por el oportunismo de debilitar al liberalismo implica una batalla destinado al fracaso porque los regímenes autoritarios que buscan la homogeneidad difícilmente permitirán la intromisión de una fe extraña a su idiosincrasia. Sólo tendría que preguntarse cuál es la situación de los católicos en los países conducidos por sus socios para darse cuenta de la futilidad de su posición.
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