Bioeconomía, el primer mundo en la Argentina

¿Qué experiencias de este sector pueden inspirar a la mejora de la competitividad de otras actividades productivas?

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Unas treinta organizaciones: universidades, gobiernos, sociedad civil y partidos políticos adhirieron a un ciclo de conferencias virtuales que indagan “¿Qué podemos aprender de la bioeconomía argentina?”. Este ciclo se pregunta:

-¿Por qué mientras el país participa con apenas el 0,3 % del comercio internacional, nuestra bioeconomía tiene una participación casi diez veces mayor?

-¿Por qué, mientras buena parte de las actividades productivas necesitan protección, la bioeconomía se banca sola?

-¿Cómo hace este sector de actividad para competir mano a mano con países que lo subsidian, cuando tiene una presión impositiva que casi duplica a la del resto de la economía?

Y sobre todo:

-¿Qué de la experiencia de la bioeconomía puede inspirar a la mejora de la competitividad de otras actividades productivas?

En el primer evento del ciclo expusieron dos organismos públicos –el INTA (el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y el SENASA (el Servicio Nacional de Sanidad Agropecuaria)- y dos privados –AACREA (la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola) y AAPRESID (la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa).

La gran sorpresa que encontramos aquellos que no pertenecemos al sector es que la bioeconomía argentina está en el primer mundo: construyó formas de cooperación y de vinculación con la ciencia y la tecnología similares a las de países más desarrollados. En el correr de las exposiciones, a más de uno le pareció estar escuchando a organizaciones y logros de Europa, Estados Unidos, Australia, Japón, Canadá, Corea.

La bioeconomía argentina funciona con la lógica de la sociedad del conocimiento. Y lo hace con organizaciones que respetan las normas y cooperan entre sí. Integran su accionar con el sistema científico tecnológico, innovan. Un rasgo característico es la velocidad en difundir las innovaciones. La siembra directa, por ejemplo, en la Argentina está el orden del 90% de las áreas con cultivos intensivos, en EE UU no llegan ni a la mitad de ese valor. Por eso nuestro “primer mundo” gana en el cuidado del suelo y en el secuestro de carbono.

No es menor el rol del INTA: hace investigación aplicada, experimenta y difunde las mejores prácticas en todo el territorio nacional, en una diversidad de cultivos y de ambientes. Y dos rasgos centrales de su organización: el primero, en su Consejo Directivo están los representantes del sector privado; y el segundo, los cargos de conducción técnica se renuevan y se concursan regularmente.

Aacrea se creó en 1957 con un primer grupo de empresarios del agro que compartían un problema de erosión del suelo. Buscaron y encontraron soluciones que compartieron entre todos. Ahora hay grupos similares que cubren buena parte del territorio del país y las mejoras se comparten a nivel nacional. Fueron creciendo en capacidades y en acciones: hay grupos de escuelas agrotécnicas para la mejora de la formación de los futuros profesionales.

Aapresid también funciona con grupos de productores para la mejora continua y avanza en la investigación y la experimentación en sociedad con INTA, universidades, Conicet y otras. Tiene en curso una decena de chacras, donde se investigan y experimentan innovaciones para mejorar calidad, procesos, rindes y sustentabilidad ambiental.

Un sello adicional lo da SENASA que se dedica a la salubridad animal y vegetal y, más que eso, a vigilar los cambios en los estándares internacionales de la alimentación, para que el combo de empresas, contratistas, investigadores, escuelas, organizaciones públicas y privadas se incorporen al feroz cambio de normativas que impone el mercado internacional.

Si, en una primera exposición, la bioeconomía argentina dio señales de estar a la altura de los tiempos, ni que hablar en los próximos dos eventos del ciclo, en que se van a exponer avances –tanto de los laboratorios como de las industrias- que afectan y afectarán a un buen número de actividades productivas en todo el mundo.

Churchill decía: “Muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir; otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar y muy pocos lo miran como el caballo que tira el carro”.

En el carro –cada vez más pesado de la Argentina-, la bioeconomía es, quizás, el caballo que tira con más empeño. Está instalada, a fuerza de pechar, en el primer mundo.

Será importante que buena parte de otros sectores productivos se inspiren en la experiencia de la bioeconomía. La fórmula es sencilla, pero lleva años de construcción, por eso es urgente. Crear organizaciones interempresarias de cooperación y mejora continua; fortalecer el INTA y el INTI, tanto en lo financiero como en lo institucional; asociar a las empresas con el sistema científico; exportar; y meterse de cabeza en la primera prioridad: la mejora y la ampliación de la educación técnica, es condición imprescindible para contar con jóvenes formados y para crecer y competir en la arena internacional.

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