Inflación argentina: una solución imposible en el corto plazo

De aquí a fin de año, el aumento reciente de tasas del BCRA planchará el consumo, pero agravará los ingresos tributarios

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Una mujer asiste a comprar alimentos en Buenos Aires (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
Una mujer asiste a comprar alimentos en Buenos Aires (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

Pocas veces la realidad se presenta tan compleja para la Argentina. El no poder anclar el dólar oficial aminorando su velocidad, estar obligado a descongelar tarifas de servicios públicos y combustibles, un escenario mundial con tasas de inflación no vistas en décadas, una invasión pegando en el corazón de Europa y una pandemia que no se termina de ir, son pocas las herramientas que tiene el gobierno para intentar nivelar el barco de acuerdo a lo acordado con el FMI.

El gran problema argentino es que la inflación inflexiblemente sube, pero a diferencia de otras oportunidades el gasto no se está licuando a la misma velocidad. La explicación y las soluciones no son sencillas como muchos creen, varios de los factores que inciden son internos y externos, pero se combinan de manera multicausal generando un cóctel explosivo si se los considera en conjunto.

El sector internacional no acompaña ni tampoco hay herramientas para desacoplarse de él. Las tres “I” -Inflación, Infección e Invasión- hacen de trío virulento que está paralizando al mundo, haciendo encarecer el sector energético, los commodities, contrayendo el consumo mundial y también el nuestro porque importar se vuelve más complejo no sólo por la falta de dólares sino por la alteración de la cadena de suministros. Es tal la distorsión que el mundo funciona al revés, y a pesar de la suba de tasas de los principales Bancos Centrales, el dólar en vez de apreciarse se sigue devaluando.

El frente interno nacional no está mejor. Hay una gran debilidad política junto con una necesidad de cambio en la economía que hoy se presenta impracticable. La inflación, producto de la emisión monetaria, es un drama que solicita medidas extraordinarias. Sin embargo, no es posible reducir la circulación drásticamente, ni la cuantía de determinadas partidas del gasto porque esa exuberancia es lo que estabiliza socialmente la república dado su nivel de pobreza (existente/acumulada), y artificialmente mueve una parte no menor de la economía. El excedente monetario, financiado roleando deuda (con más papel), aumenta el circulante y genera que la gente tenga más disponibilidad y trate de comprar bienes. Es decir, hace que tengamos todos más dinero y que la cantidad de bienes no sea suficiente y presiona sobre los precios internos. Así pues, las metas del acuerdo con el FMI apenas se cumplen porque el gasto sigue subiendo. Si bien los ingresos totales suben, lo mencionado hace que el gasto primario lo haga a mayor velocidad, y si no fuera por soluciones de parche que bajaron el déficit primario, como los ingresos de la “renta de la propiedad del tesoro nacional”, el agujero fiscal sería peor.

En función de lo que venimos diciendo, el error es entender que estos dos frentes pueden tratarse por separado, y que Argentina puede salir de su situación juntando los naipes y volviendo a repartir, haciendo que los dólares entren así sin más traídos por las exportaciones. Empero, no es tan fácil. La razón es que tanto el frente externo como el interno no pueden separarse y en realidad se combinan.

El mundo tracciona disruptivamente, y el país tracciona peor por causas propias y ajenas

En el frente interno, la grieta del oficialismo y la oposición, la incertidumbre política, y la falta de rumbo generan caos, haciendo que cada dólar existente se tome como cobertura. No hay dólares de más, y se encarecen los insumos importados que no producimos volviendo más caros también los precios internos. A su vez, el efecto internacional generado por la guerra, la pandemia y la inflación global en forma conjunta, obliga a que todos los países cierren su economía para preservar insumos estratégicos, generando problemas en la cadena de suministros que elevan también los precios internacionales y por ende necesitando más dólares que antes para importar lo que no tenemos (ejemplos: combustible, electrónica de todo tipo, etc.).

Toda la sinergia mencionada es tremendamente negativa, y todo termina en un círculo vicioso. La escasez de dólares por los efectos mundiales y locales, generan deficiencias operativas y al no tener financiamiento genuino, se financia roleando deuda y generando exceso de circulante (gastos sociales e intereses de deuda), que terminan sobre presionando la oferta y subiendo los precios internos. Es decir, son múltiples factores que hacen que los precios aumenten para compensar la falta de bienes.

Conclusión

El mundo tracciona disruptivamente, y el país tracciona peor por causas propias y ajenas. No es posible atrasar el tipo de cambio en relación a la inflación porque implicarían gastar más dólares. Es imposible tocar los gastos sociales en demasía porque el mercado -ni interno ni externo- compensarían una mayor oferta, teniendo un problema social mayor. Tampoco es opción descongelar todo lo que esté subsidiado (transporte, energía, etc.), porque como contraparte produciríamos menos, tendríamos más desempleo, y lo que se produce saldría más caro. En definitiva, los números fiscales hacen sonar todas las alarmas, porque casi ninguna partida del gasto crece por detrás de la inflación. De aquí a fin de año, el aumento reciente de tasas del BCRA planchará el consumo, pero agravará los ingresos tributarios, y si le sumamos los bonos de emergencia, el resultado salta a la vista: incremento de la brecha fiscal, que se financia con mayor emisión, dificultando el cumplimento de meta monetaria y de déficit fiscal del programa del FMI, aumentando precios y derritiendo salarios, jubilaciones, y cualquier programa social.

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