Guerra en Ucrania: un triple empate trágico para alcanzar la paz

Al inicio de la invasión de Rusia se vislumbraban tres escenarios posibles con incidencia en la paz futura. Pasados los 100 días, todos los involucrados enfrentan problemas de difícil solución práctica

REUTERS/Edgar Su

La construcción de la paz siempre se centra en resolver problemas concretos. La solución emergente implica consideraciones de orden ético y moral, pero la clave se encuentra en que la misma resulte conveniente a las partes.

Al inicio de la invasión de Rusia se vislumbraban tres escenarios posibles con incidencia en la paz futura. El primero suponía una rápida victoria por parte de Moscú y un colapso de la autoridad ucraniana, lo cual llevaba a un shock mayor en la estabilidad territorial europea y al vínculo transatlántico. El segundo implicaba una derrota de Rusia con consecuencias imprevisibles, ya que ese país podría sumergirse en una crisis de proporciones tales que un liderazgo de reemplazo emergente podría ser peor que el de Putin. El tercer escenario es similar al momento en el que nos encontramos ahora: una especie de empate. Rusia no alcanza el objetivo último supuesto por Occidente, un control indirecto de Ucrania, pero si lo suficiente para dejar un país débil, convertido en un problema más que una ventaja en las estructuras de seguridad y económicas europeas; y a los ucranianos con un país cercenado.

Pasados los 100 días de guerra todos los involucrados en el conflicto enfrentan problemas de difícil solución práctica y ninguno se encuentra en una situación mucho mejor que al inicio de la guerra, tal vez con excepción de Rusia. La obstinada conducción de la campaña militar ha rendido algunos frutos, como se ven en el mapa de la actual Ucrania, aunque en este punto de la conflagración, con un costo difícil de mensurar, pero considerado alto.

La administración Biden está decidida a mantener el apoyo económico y militar. Esa posición goza de un apoyo mayoritario en ambas cámaras, como lo demostró el voto afirmativo al paquete de ayuda humanitaria y militar de U$S 40 mil millones que se sumarían a los cerca de U$S 7.3 mil millones previamente brindados y los U$S 8 mil millones de ayuda militar europea. El Secretario de Defensa Lloyd Austin expuso la meta última que explica este accionar: dejar a Rusia en una situación de debilidad económica y militar tal que a) no pueda agredir a ningún otro país circundante; b) pierda su estatus de aspirante a hegemón regional, c) quede reducida a una potencia menor con armas nucleares y d) debilitar a Rusia en su periferia, de manera tal que como unidad política quede en una situación de disfuncionalidad.

En este sentido, la disgregación les resulta una opción interesante ya que la geografía los acompaña. Esto solo podría lograrse si existe una voluntad en el tiempo de mantener flujos de dinero, armas y operaciones de información sobre Rusia y su periferia, además de contar con que Ucrania sea lo suficientemente resiliente para continuar soportando de manera viable el desangramiento de esta etapa del conflicto. Esto se traslada a la discusión acerca de la provisión de armas, tanto cantidad como la calidad; los alcances de estas, y el fino equilibrio entre capacidades ofensivas y defensivas y cómo estas afectan las percepciones en Rusia.

Europa, aun cuando se presente de forma unificada, no es una sola frente a la agresión de Rusia. Razones sobran: a) no están dispuestos a destinar una masa crítica de recursos a Ucrania similar a la de EEUU; b) la guerra se está peleando en el continente y en su “patio de atrás”, pero con consecuencias directas sobre ellos en materia de migraciones, alimentos, energía e inflación; si consideramos las externalidades negativas, los europeos son los primeros en sentirlas de manera desigual; y c) gracias a aquello que podríamos llamar “realismo continentalista europeo”, la pregunta que se hacen sus líderes es acerca de cuál debería ser la mejor forma para rehabilitar a Rusia, lo cual profundiza las divergencias apareciendo la discusión acerca de la “nueva” vs. la “vieja” Europa, tal como fuera descripto por Robert Kagan en su ya clásico libro ‘Poder y Debilidad’ (2003).

La divergencia transatlántica de principios de siglo ha mutado a una convergencia limitada con aristas conflictivas en relación con su expansión; la provisión de armas a Ucrania; las sanciones económicas; los nuevos presupuestos de defensa y el poder relativo derivado de la geografía, como lo demuestra la relación entre Turquía con los nuevos candidatos a la OTAN Finlandia y Suecia.

Al menos, cínicamente, se puede decir que los europeos están “liberando” espacio de almacenamiento en sus arsenales al entregar equipamiento militar obsoleto ruso que tenían en reserva a cambio de los sistemas más modernos disponibles en la OTAN, dando un nuevo impulso al complejo industrial militar integrado transatlántico, sacando ventaja del mayor error cometido por Rusia -hasta la invasión-, al haberse retirado del Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa.

La expectativa europea se concentra en la cumbre de la OTAN del 29 y 30 de junio en Madrid, donde se discutirá su concepción estratégica frente a la posibilidad cierta de un fortalecimiento de la alianza entre Rusia y China, y que el Indopacífico sea una realidad operacional para las fuerzas navales europeas. Nadie sabe si sobrevivirá el concepto de autonomía estratégica que soñaron Merkel y Macron, aunque si el mismo tiene una chance, la misma se traducirá en una OTAN con una impronta más europea.

Rusia, por su parte, no es la potencia que se estimaba. Las armas nucleares le dan una protección que evita un involucramiento mayor por parte de los aliados transatlánticos, pero de poco le ha servido para evitar que sus esfuerzos en el campo de batalla sean sistemáticamente contenidos y que los logros alcanzados tengan un costo elevado desde el punto de vista militar. Ha quedado aislada del espacio económico que más riqueza le brindaba y, aunque ha podido absorber los “golpes” económicos, su posición es cada vez más vulnerable en tanto su dependencia con China y la necesidad de comerciar con actores de menor atractivo económico. Aun cuando estamos frente a una autocracia, la misma está obligada a mostrar una campaña exitosa, ya que las intrigas palaciegas suelen ser tan o más peligrosas en materia de cambio de régimen que las votaciones libres. La guerra abrió una discusión al interior del Kremlin sobre el liderazgo futuro de Putin, y su suerte está atada al resultado en el campo de batalla. En este sentido, el “círculo rojo” de Putin se sabe en guerra con Occidente.

Finalmente, Ucrania vive el infierno de una guerra que, probablemente, la deje mutilada en términos territoriales, poblacionales y económicos. La resistencia es heroica, pero hasta el momento parece fútil. Cada día que pasa Rusia consolida su conexión con la región del Dombás. Los números de la guerra son catastróficos para Ucrania. Caída del PBI del 45%, miles de muertos civiles, soldados y partisanos, como lo señalara Zelensky en la conferencia Global Boardroom del Financial Times, una posible pérdida de la salida al mar y fuerzas productivas cercenadas. Las reformas militares y asistencia le permitieron resistir y evitar la debacle del 2014, pero eso no es suficiente para recuperar territorio. La mesa de negociación que permita llegar a una paz posible les resulta elusiva a todos los involucrados, ya que la épica construida y las realidades de la guerra no brinda el margen para hacer concesiones sustanciales a ninguna de las partes sin que sea traducido como una derrota. Un empate trágico para los ucranianos y el mundo.

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