Hacía dos años que no veía al Papa Francisco. Cada 29 de enero me llama para mi cumpleaños; llama y se reserva tiempo para charlar, no solo saluda.
A Jorge Bergoglio lo conocí hace 30 años, recién llegado como Obispo Auxiliar de Buenos Aires, en Flores, donde yo era vicario. En aquel tiempo era un desconocido. Nos fuimos haciendo amigos por distintas circunstancias pastorales.
Siempre fui frontal con él, tenemos una relación basada en la sinceridad, digo y escribo lo que pienso sobre la Iglesia. Sé que a veces molesta y me genera enemigos pero me parece un error frecuente en las personas con poder, rodearse de obsecuentes. Hay que tener claro que así no se hace carrera. Soy feliz siendo cura, no necesito más.
Cuando voy a Roma me parece muy loco ver la imagen de aquel con quien trabajé codo a codo durante 9 años como su vocero, convertido en taza, rosario, póster o estampita. Cada vez que tengo programado un encuentro, y voy caminando hacia la Basílica de San Pedro, me parece mentira que esté allí.
Para acceder a verlo hay que anunciarse en el puesto de seguridad… Esta vez, espero bajo la lluvia 10 minutos (llegué temprano) hasta que me habilitan el paso. Él es quien autoriza la entrada, ya que no disponen de lista de visitantes.
Una vez en Santa Marta, la seguridad me acompaña en el ascensor hasta el segundo piso. La puerta está abierta y él espera en el pequeño estar de su departamento de 40 metros cuadrados. (Los Cardenales en Roma habitan pisos de 600 metros). Allí está el Papa, el Vicario de Cristo, dignidad que no cambió a Jorge Bergoglio, que sigue teniendo el mismo sentido del humor, algo que siempre recomienda: “Reíte siempre de vos mismo”.
El miércoles, en la audiencia general, habló sobre la vejez: “Las arrugas son la huella de la sabiduría de los viejos”. Así lo veo, más viejo, más sabio y, como él mismo suele decir, “el Espíritu Santo te anestesia un poco, para sobrellevar una carga tan grande”.
Al inicio de la guerra, fue a la Embajada Rusa, pidió por La Paz, aseguró los corredores humanitarios y la presencia del clero en Ucrania que, junto a los Ortodoxos, permanece dando ayuda y alimentos a la población. Sufre la guerra.
Todo le lleva más tiempo, pero hace todo solo y es capaz, en medio de tanta agenda, de regalarme una hora y media de su tiempo. Está leyendo un libro sobre la Iglesia, una última entrevista al cardenal Martini, dice que la Iglesia atrasa 200 años. Está entusiasmado porque creará 21 nuevos Cardenales. El 29 y 30 de agosto, va a examinar con los cardenales que asistieron al Consistorio la Constitución Apostólica “Predicad el Evangelio” que contiene la reorganización de la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia, aprobada tras nueve años de preparación.
Haciendo las cuentas, el Papa Francisco creó, en estos nueve años de Pontificado, 83 cardenales que entrarán al Cónclave. Otros 38 fueron creados por el Papa Benedicto XVI y 11 por San Juan Pablo II. Un cálculo estima que el 60% del Cónclave constituye una mayoría blindada que crecerá. Este es su gran legado: haber hecho más universal a la Iglesia. Pero eso será más adelante. Para gobernar la Iglesia, el Papa conserva intacta su lucidez, está lleno de proyectos, tiene la sabiduría que le dan los años y la alegría que nace de saberse en manos de Dios. En ningún momento me planteó la posibilidad de la renuncia.
Un día antes del anuncio de la suspensión, me dijo que había dejado lo del viaje a África en manos de su médico, que obviamente dijo que no. Hace ejercicio diariamente y mejora poco a poco. Los viajes apostólicos son buenos, pero en este caso interrumpirían su tratamiento. Durante siglos los Papas gobernaron la Iglesia sin moverse de Roma. Por lo tanto las versiones de renuncia me parecen especulaciones por vacío de información.
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