El presidente de Estados Unidos tiene una particular facilidad para hacer el ridículo. Insultar a un periodista en público, pensando que el micrófono estaba apagado; pronunciar indicaciones técnicas que deben omitirse cuando se lee un discurso desde un teleprompter, o desorientarse luego de una conferencia de prensa hasta perder de vista por dónde quedaba la salida son apenas detalles menores frente al derrotero de pasos en falso que su política doméstica y exterior viene acumulando desde que llegó a la Casa Blanca en enero de 2021.
La novena Cumbre de las Américas, organizada por Biden en Los Ángeles, ha mostrado ser otra prueba de la impericia del octogenario dirigente, que resucitó de las cenizas como prenda de unidad del Partido Demócrata para destronar a un Donald Trump en franca caída por -entre otros desaciertos- su pobre abordaje de la pandemia de coronavirus.
Joe Biden no se cansa de dar la nota. Y de protagonizar papelones. La convocatoria en Los Ángeles no solo fue un fiasco por la controversial escalada que tuvo la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua de la lista de invitados. El presidente de los Estados Unidos y dueño de casa no supo o no pudo contener el descontento, y una buena parte del vecindario latinoamericano le escupió en la cara.
La ausencia del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, debe ser para la Casa Blanca lisa y llanamente una vergüenza.
México no solo es el único país latinoamericano con fronteras con los Estados Unidos. También es el principal interlocutor de las demandas centroamericanas y ha intentado articular un perfil similar hasta los confines de América del Sur. Es, además, quien hace el trabajo sucio de detener a los inmigrantes que buscan un futuro mejor en territorio estadounidense.
Pero López Obrador, que simpatiza genuinamente con Cuba y se solidariza con Venezuela y Nicaragua, no aceptó las reglas de juego de Biden. Menos aún parece tolerar un encuentro aséptico e insípido con el anfitrión, al mismo nivel que otras naciones menores del continente.
El resultado de la foto de familia regional es que ir al encuentro de Biden es casi como un mal trago. Y ello es así porque el actual presidente de los Estados Unidos no incide ni decide nada. Su partido está agrietado y va camino a una difícil parada con las elecciones de medio término en noviembre.
La sociedad estadounidense empieza a impacientarse con el poco instrumental que ha desplegado para combatir la incipiente inflación, que erosiona el poder adquisitivo y reduce la calidad de vida.
América Latina y el Caribe han dejado pasar una oportunidad. Es cierto que sin liderazgos claros se hace difícil para la región articular una posición preclara con el grande entre los grandes. Pero lo que la cita de Los Ángeles vuelve a poner en escena es que una nueva administración estadounidense está lejos de tener una visión clara para atraer a sus vecinos y embarcarlos en un proyecto común que, irremediablemente, debe atender la nota característica de todos los países, desde Alaska al Pasaje de Drake. América toda es un continente de contrastes.
SEGUIR LEYENDO: