Bajo el lema “Estocolmo+50: un planeta sano para la prosperidad de todos”, se realizó el 2 y 3 de junio la cumbre internacional ambiental que conmemora la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Ambiente Humano de 1972, que marcó el inicio de la inclusión de los problemas ambientales en la agenda política global.
En aquella oportunidad los líderes políticos reconocieron la responsabilidad colectiva de proteger el ambiente para poder disfrutar de paz, bienestar y desarrollo sustentable. Pero en la actualidad están en jaque, en gran parte por no haber cumplido con los compromisos asumidos. Tal es así que, previo a este evento, se realizó el Foro Económico de Davos (22-26 mayo 2022), donde quedó expuesto que el problema de la continua dependencia a los combustibles fósiles pone a la economía mundial y a la seguridad energética a merced de tensiones geopolíticas. Lo cual evidencia la necesidad de acelerar nuestra transición a combustibles renovables, situación que nos permitiría resolver al mismo tiempo la dependencia a los hidrocarburos y la dependencia de quienes determinan su abastecimiento. Es imperativo alcanzar una soberanía energética.
El futuro que no queremos
La Asamblea General de la ONU acordó reflexionar sobre la necesidad urgente de adoptar medidas para lograr una recuperación sostenible e inclusiva de la pandemia de COVID-19 y acelerar la aplicación de la dimensión ambiental del Desarrollo Sostenible en el contexto de la Década de Acción.
La pandemia ha corrido un velo que hace visible la situación de desigualdad estructural entre individuos y países. Nos coloca ante el desafío de hacernos cargo acerca de qué mundo queremos ser en el siglo XXI, pero sobre todo nos sitúa ante el dilema de decidir qué haremos para salir de lo que son nuestros crónicos problemas estructurales, una manera suave de calificar fracasos socio ambientales que se reiteran con obsesiva fidelidad desde hace décadas y que revelan el fracaso de una clase dirigente global, pero también el fracaso de la sociedad toda.
Enfrentar la pandemia es también el camino para combatir aquellas causas que se encuentran en nuestras manos para ser modificadas, como el cambio climático.
En COP26 en Glasgow, en consonancia con el informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), quedó claro que la humanidad había llegado a uno de esos puntos cruciales de su historia en los que sus actividades son los principales determinantes de su propio futuro. Pero todavía hay tiempo para limitar el cambio climático. El informe es claro: para tener la posibilidad de alcanzar el objetivo de 1,5°C, el mundo necesita reducir casi a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero en los próximos ocho años para llegar a cero neto para 2050. Sin embargo, hasta ahora las promesas son inconsistentes con la mayoría de los compromisos asumidos para 2030. Las economías avanzadas, incluidas aquellas que afirman estar comprometidas con la acción climática, han incumplido su promesa de apoyar la transición climática en el Sur Global.
Nuestra responsabilidad, nuestra oportunidad
Esta pandemia no será la última y el cambio climático es ya una realidad que convertirá con más frecuencia lo excepcional y catastrófico en cíclico y habitual. En ese panorama debemos prepararnos para movilizarnos como ciudadanos y velar por esas libertades y derechos que tanto costó alcanzar. Para ello es necesario un cambio de actitud de cada uno de nosotros, un comportamiento austero y mesurado, de respeto por la Naturaleza, y de mayor equidad en la sociedad y entre las naciones. El cambio de actitud pasa por la toma de conciencia y la educación en el sentido más amplio.
Por supuesto, muchos aportes más son indispensables porque esta crítica situación plantea la necesidad de nuevos enfoques y propuestas innovadoras basadas en el conocimiento, para poder encarar las soluciones a acorde a la magnitud de los problemas en la búsqueda de perseguir un “crecimiento económico sostenido”, teniendo en consideración los límites planetarios o la capacidad de carga de los ecosistemas.
El secretario General, Antonio Guterres, hizo un llamado a los gobiernos del G20 para que desmantelen la infraestructura del carbón, con una eliminación total para 2030 para los países de la OCDE y 2040 para todos los demás. Sostuvo que es imperioso cambiar los subsidios de los combustibles fósiles por medidas de apoyo a las personas vulnerables y promover las energías renovables; reducir la deforestación y desarrollar una mayor cobertura forestal para 2030 y triplicar las inversiones en soluciones basadas en la naturaleza. Solicitó dar un verdadero valor al ambiente e ir más allá del Producto Bruto Interno (PBI) como medida del progreso y bienestar.
Dilaciones indebidas
Las políticas de poder se han interpuesto en el camino del progreso real. Por ello, es hora de que las naciones tomen conciencia de la necesidad de incrementar sus ambiciones en términos de reducción de emisiones de dióxido de carbono, acelerar la implementación de los compromisos internacionales en el contexto de la Década de Acción, los Acuerdos Ambientales Multilaterales, los Objetivos de Desarrollo Sostenible como así también otras iniciativas de la ONU.
La urgencia de actuar y participar en enfoques transdisciplinarios requiere reunir la experiencia y el conocimiento de todos los sectores de la sociedad y la ciencia; multiculturalmente incluyente y representativa de todos los sectores, incluyendo a los pueblos originarios con sus saberes ancestrales. Por lo tanto, las soluciones deben ser equitativas, sostenibles y accesibles para que se cree un espacio operativo seguro y justo que ayude a redefinir la relación de la humanidad con la naturaleza y cree condiciones para la prosperidad dentro de los límites del planeta.
Estocolmo+50 fue un evento simbólico pero significativo que puso en evidencia que se ha perdido medio siglo de acción y ahora solo queda una década para reducir los impactos climáticos. Es tiempo de tomar decisiones audaces.
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