A principios de junio de 1982 fui llamado por el contraalmirante Edmundo Otero a Puerto Argentino, oportunidad en que conocí a unos oficiales de la Armada que, a órdenes del capitán de fragata Julio M. Pérez, habían arribado a la isla con un sistema de misiles Exocet MM-38 mar-mar, adaptados para ser lanzados desde una plataforma terrestre hacia el mar. Les interesaba que les transmitiera la experiencia que habíamos obtenido, desde el 14 de mayo, con nuestros cañones SOFMA (155mm y 20 km de alcance), haciendo fuego nocturno contra buques británicos, como una improvisada artillería de costa. También le informamos todo lo relacionado con el fuego naval enemigo que recibíamos.
Al término de la reunión nos solicitaron la colaboración del radar de vigilancia del Grupo de Artillería 3 (GA 3), tipo Rasit de 30 km de alcance, para adquirir (localizar) blancos por coordenadas polares y rectangulares, también con capacidad acústica, que era imprescindible para proporcionarle al misil el azimut (ángulo de dirección) y el alza (distancia) al blanco; el máximo error en dirección era de hasta 2 grados, y en distancia no mayor de 300 metros, pues dentro de esos parámetros el misil podía autocorregirse; con un error mayor esto no era posible. El equipo de operación del radar estaba constituido por el sargento Raúl A. Orcasitas y los soldados Héctor G. Soto, Roberto O. Velázquez y Héctor G. Radaelli. La improvisada concepción isleña tuvo su oportunidad la noche del 11 al 12 de junio.
El crucero Glamorgan, de 5.400 toneladas, a órdenes del capitán Mike Barrow, había estado muy activo bombardeando la zona de los montes Harriet y Dos Hermanas, sin saber que un pequeño radar, operado por Orcasitas, lo había detectado y localizado en forma precisa, en momentos en que su tripulación, según el almirante Sandy Woodward: “…abandonó las posiciones de combate a las 05.30, hora de Greenwich (01.30 hora argentina) sabiendo que había sido una buena noche de trabajo” (Woodward, S. Los cien días, Ed Sudamericana, pág. 336).
El sargento Orcasitas llamó a mi puesto de comando y me dijo: “Tengo un blanco bien adquirido a 27 km. Se trata de un buque más grande que las clásicas fragatas tipo 42 como la Sheffield; puedo percibirlo por el ruido de sus turbinas, pero tiene proa al sur y en pocos minutos desaparecerá de la pantalla del radar”. Informé de inmediato a Pérez, quien sin vacilar disparó el misil. El almirante Woodward, posteriormente, dijo: “El Avenger lo vio a diez millas, para dar la alarma inmediatamente después de haberlo avistado el Glamorgan. El timón fue forzado a girar para alejarse del misil, y muy probablemente, al hacerlo salvó la nave. A la distancia de una milla dispararon un Sea-Cat (misil mar-aire) cuando el Glamorgan todavía realizaba su maniobra; el misil impactó sobre la cubierta superior exactamente donde se une el casco en estribor y explotó poco antes del hangar” (Woodward, S., obra citada, pág 336).
Pero, a diferencia de Woodward, que narró lo que no había visto, mis hombres y yo fuimos testigos presenciales de la salida del Exocet. Sabiendo que el capitán Pérez accionaría el dispositivo de lanzamiento, salí de mi puesto de comando con un oficial y algunos suboficiales y soldados. Alguien gritó: ¡Salió el Exocet!, e inmediatamente vimos una estela roja trazante que perforaba la fría oscuridad en dirección sur de nuestro puesto, mientras oíamos un ruido similar a la turbina de un avión internándose en el mar. Varios interminables segundos después, sobre las pequeñas lomadas de Murray Heights pegadas a nuestra posición, un resplandor iluminó la noche a casi 30 km de distancia, y más tarde una explosión que estimuló a mis litoraleños a lanzar una vez más sus característicos sapucay. El capitán Pérez me comentó que decidió lanzar el misil porque apreció que la localización era precisa y, además, porque el buque inglés se alejaba velozmente y estaba solo 2 km de desaparecer de la pantalla del radar.
Otros británicos dieron una versión más detallada que la de Woodward: “Desde un lugar que dominaba Puerto Stanley (sic) pudieron ver un haz luminoso (como los faros de un coche, dijo uno de los testigos) que al principio se movía con bastante lentitud, recorría la playa y luego se dirigía hacia el mar ganando velocidad. Era un misil Exocet que los argentinos dispararon desde la costa hacia el Glamorgan, que, con proa al mar, bombardeaban las posiciones argentinas. También el Glamorgan lo vio y disparó misiles Sea-Cat, intentando desesperadamente derribarlo. Pero fue en vano, y al cabo de un momento los que estaban en la colina observaron un deslumbrante resplandor y una explosión sorda. A diferencia del Sheffield, el Glamorgan logró sobrevivir, aunque quedó gravemente dañado y fuera de combate” (The Sunday Times Insight Team, pág. 375). Al término de la guerra el crucero fue donado a Chile, que lo incorporó a su armada con otro nombre.
Según medios londinenses, las bajas británicas fueron un número importante de heridos y 14 muertos. Uno de ellos fue el teniente de la Royal Navy, David Tinker. Su padre, Hugo Tinker, publicó un libro a partir de las cartas y poemas que su hijo envió durante el conflicto a sus amigos y a su joven esposa, Christine. Gracias a él conocemos detalles por demás interesantes, algunos de ellos son:
“El contraalmirante Woodward enarboló su insignia en el Glamorgan hasta que llegaron al área de las Falklands (sic) y se trasladó al portaaviones Hermes (…) Como William B. Yeats, David dijo: No odio a los que combato (...) Una guerra colonial es muy emocionante, comparada con la habitual y aburrida rutina de ejercicios y papeleo (…) Ésta es la última carta que te mando por un tiempo, hasta que Chile comience a mandar nuestra correspondencia (...) Tenemos cada vez más aliados, incluidos los franceses, y una base en Chile (...) Ayer entré en el hangar y encontré una bomba nuclear, con el lanzamiento de alguna de esas bombas perderíamos el apoyo que nos brindan la Comunidad Económica Europea y el Tercer Mundo (…) Es una bajeza que los políticos sean cubiertos de gloria cuando son sus enredos lo que tenemos que arreglar (…) El 25 de mayo el Atlantic Conveyor, el buque más grande de la fuerza, fue hundido. En represalia bombardeamos nuevamente Stanley (sic) los días 26 y 28, siempre de noche, pero esta vez participaron también las fragatas Ambuscade y Avenger. El fuego de los cañones argentinos caía a 50 yardas de distancia de nuestros buques. Nos asustamos más que los argentinos. Hemos lanzado más de 1.000 proyectiles de 4,5 pulgadas”. Quédate tranquila que, aunque ocurra lo peor-si nos hunden-, estoy en uno de los mejores lugares del buque; estaré todo el tiempo en el hangar o en la cubierta de vuelo, el hangar es el lugar más protegido. (Tinker, Hugo, Cartas de un marino inglés, Emecé Editores).
Tras una breve ceremonia en la cubierta del Glamorgan, el cuerpo de David Tinker y los de sus compañeros fueron arrojados uno por uno al mar, donde quizás en las heladas aguas del Atlántico Sur se hayan encontrado con nuestros también jóvenes marinos del crucero General Belgrano, que no tuvieron la oportunidad de ninguna ceremonia de despedida en la cubierta del viejo crucero.
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