Por primera vez Juntos por el Cambio me invitó a presentar uno de mis libros sobre la violencia política de los 70. El debut no pudo ser mejor, con la amiga, colega y senadora por Santa Fe, Carolina Losada, en su ciudad natal, Rosario, la semana que pasó.
Pero, bien pensado, fue un debut algo tardío. Me habían invitado políticos peronistas y libertarios, así como sindicalistas, pero nunca de Juntos por el Cambio, entre cuyos votantes moderados —supongo yo— debo tener varios lectores.
Losada es radical y, por lo que vi, su grupo político agrega a los valores republicanos tan propios de la UCR una visión más amplia de la defensa de los derechos humanos, tanto que también abarca a las víctimas de los atentados de las guerrillas setentistas.
Es que mi último libro, Masacre en el comedor, se refiere a la bomba vietnamita que Montoneros colocó el viernes 2 de julio de 1976 en el comedor de la Policía Federal, que provocó veintitrés muertos y ciento diez heridos. Fue el atentado más sangriento de los 70.
Si bien Raúl Alfonsín tuvo la valentía de enjuiciar en 1985 tanto a las cúpulas militares como a los jefes guerrilleros —con valentía y sin el apoyo del peronismo—, los dirigentes nacionales del radicalismo han acompañado, en general, la revisión de los 70 realizada por Néstor Kirchner en 2003.
¿Qué pasó en esos veinte años? ¿Cómo fue que los exponentes radicales respaldaron el juicio y castigo a todos los militares y policías acusados de delitos de lesa humanidad, pero el olvido de los atentados guerrilleros, y por lo tanto de sus víctimas, así como el perdón a sus autores?
Callando, también apoyaron o al menos no impugnaron de forma clara y rotunda, un relato de los guerrilleros que los identificaba casi como jóvenes partisanos que se levantaron en armas contra la dictadura, en respaldo de la democracia, las libertades y los derechos humanos.
Porque, en realidad, las promesas electorales de Alfonsín incluían una diferenciación entre los niveles de responsabilidad de los militares en la violación a los derechos humanos, además del enjuiciamiento de Firmenich, Perdía, Gorriarán Merlo y tantos otros.
Creo que influyeron dos hechos: el retiro anticipado del gobierno por parte de Alfonsín, en medio de una hiperinflación, y la caída de Fernando de la Rúa durante la dramática crisis de 2001. Los dirigentes radicales se sintieron deslegitimados; distanciados de la sociedad, en particular de sus bastiones en los sectores medios; afónicos.
Se quedaron sin voluntad, sin agenda, sin voz.
Muchos de sus dirigentes, además, se dejaron seducir por el kirchnerismo: por ejemplo, uno de sus gobernadores, el mendocino Julio Cobos, fue el candidato a vicepresidente de Cristina Kirchner en las elecciones de 2007, en un pacto peronista-radical, urdido por Néstor Kirchner, que entusiasmó a tantos.
Los radicales asumieron la política de derechos humanos del kirchnerismo y la respaldaron con sus legisladores en el Congreso, aún en las leyes de “reparación económica” más polémicas. Y sus juristas apoyaron una interpretación acotada sobre los delitos de lesa humanidad, restringida a los crímenes cometidos desde el aparato estatal, que deja fuera del alcance de la Justicia a los ataques guerrilleros. Un invento argentino; en el mundo casi que no se consigue.
Por eso, sus dirigentes, en general, nunca tuvieron el menor interés en presentar mis libros, que son críticos del relato K.
Por su suerte para mí, la llamada “circulación de las élites políticas”, la renovación de la dirigencia política, es inevitable y ahora aparecen figuras más frescas, en sintonía con esas clases medias que siempre fueron el vivero natural del radicalismo.
En cuanto al PRO, su electorado conservador y/o liberal es un consumidor casi natural de mis libros. Sin embargo, no me invitaron nunca a presentar alguno de ellos. ¿Por qué será?
Mauricio Macri tiene una visión crítica de la versión K de los 70 y de los derechos humanos, pero en su gobierno fue convencido por algunos asesores o se convenció solito de que tenía otras cuestiones más urgentes en las que depositar su energía.
Probablemente, le haya pasado lo mismo que con su liberalismo de origen: se moderó, primero para llegar a la Casa Rosada y luego para gobernar.
Argentina es un país raro: acá nadie quiere ser de derecha ni de centro derecha. Tampoco el PRO a pesar de que —lamento la novedad— ocupan esa franja. Podrán patalear y mentar la muerte de las ideologías, pero las ideas, los valores y los intereses de clase, fracciones de clase y grupos sociales, económicos y políticos siguen existiendo. La política continúa.
Solo al final de su mandato, en 2019, luego de perder las PASO y en su arremetida para las presidenciales, Macri firmó un decreto indemnizando a los familiares de los soldados muertos en Formosa por Montoneros, en 1975.
El caso de Horacio Rodríguez Larreta es distinto: respalda la política de derechos humanos del kirchnerismo. Por lo menos hasta que las encuestas le demuestren que ese apoyo no le está quitando votos decisivos para su sueño presidencial. Como se sabe, el Jefe de Gobierno porteño es un político muy organizado, un profesional que usa las encuestas como un GPS.
Ese respaldo de Rodríguez Larreta a los derechos humanos en su versión K no es sonoro, pero sí activo, visible en su gestión al frente del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Hasta ahora —mejor dicho, hasta el año pasado— los dirigentes del PRO no se mostraban muy preocupados por el eventual desencanto de algunos de sus votantes en éste y otros temas, convencidos de que, enfrentados a los candidatos del kirchnerismo, esas personas no tendrían otra opción que elegirlos a ellos.
Pero la irrupción de Javier Milei el año pasado ya les demostró que esos votos tampoco están garantizados. Por algo, Milei llevó como segunda diputada a Victoria Villarruel, una fuerte crítica del relato K que representa a víctimas de los grupos guerrilleros.
Cuando la crisis económica y de representación política es tan grande, la aparición de apenas un cisne negro —con un mensaje disruptivo, nada sofisticado sino claro y directo— puede alterar una escenografía que parecía tan consolidada.
Todavía veremos muchas cosas hasta las elecciones del próximo año.
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