No fue el OFF. Tampoco el ON. Matías Kulfas fue expulsado del ministerio de la Producción por haber ensuciado, por haber puesto un manto de sospecha pública, la obra más emblemática del Gobierno, el gasoducto Néstor Kirchner. Pero también por no haber percibido a tiempo que su amigo y jefe político, Alberto Fernández, volvía a dejar de lado los intentos independentistas y retomaba la ya tan tradicional -como lógica- dependencia política de Cristina.
El Presidente no se desprendió de un colaborador más. Kulfas fue, posiblemente, uno de sus servidores más fieles y cercanos desde mucho antes de su llegada al poder. Desde la misma época de la campaña electoral. Y su salida es un cimbronazo para los amigos del Presidente. Ser más albertista que Alberto no estaría siendo suficiente escudo protector. Al contrario. Empezaría en esta incipiente tregua a ser peligroso. Justamente Kulfas hizo una lectura tan errada del momento político que aconteció ante sus propios ojos que se inmoló a lo Bonzo.
En el atardecer del viernes, y con la excusa del centenario de YPF, Cristina Kirchner logró finalmente que Alberto Fernández volviera a escucharla en persona. No fue en privado. Fue en público. Y con Kulfas y el resto del gabinete como testigos privilegiados.
Minutos antes de subir al escenario tuvieron tiempo de saludarse. Esta vez, y a pesar del trafico infernal típico del día y la hora, a Alberto Fernández no hubo que esperarlo de más. Llegó con Julio Vitobello, la portavoz Gabriela Cerruti y un recientemente reincorporado al entorno presidencial, Eduardo Valdés. En el VIP, junto a la vicepresidenta, también esperaban Axel Kicillof y Andrés Larroque, entre otros.
Casi instantáneamente los dejaron solos. No fueron más de quince minutos de charla a solas. Una charla que el Presidente venía esquivando hacía 95 días, desde el 1 de marzo cuando se vieron por última vez en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso.
Después subieron al escenario. Todo el resto fue lo que trasmitieron los medios. Una vicepresidenta que había llegado más que preparada. De hecho había mandado a anunciar el día anterior a las cinco de la tarde que participaría del evento, mucho antes de la confirmación presidencial, que llegó bien entrada la noche del jueves. Fiel a su estilo, aunque un poco más amorosamente que en su tono epistolar, CFK no se metió esta vez con la inequidad ni las injusticias sociales, sino que fue de lleno a su preocupación central en términos económicos: la evaporación de los dólares del banco central.
Fue desde esa lógica que terminó hablando de Techint. Por los 200 millones dólares “baratos” o a precio oficial que la empresa que proveerá los tubos del gasoducto tiene pensado gastar, para traerlos de su planta de Brasil. Para tener dimensión de lo que significa, a la industria automotriz entera se le autorizaron sólo 150 millones para todo el año. El tema quema.
En la semana, los dólares que se escurren del Banco Central había sido motivo de charla entre Martín Guzmán, Eduardo “Wado” De Pedro y un economista de confianza del ministro del Interior. Cerradas las otras puertas con el kirchnerismo el titular de Economía trata de mandar señales de paz a través de De Pedro.
En ese encuentro volvieron a estar en discusión los dólares oficiales que se le facilitan a las empresas para que paguen sus deudas en el exterior. Guzmán reiteró que él estuvo en contra desde el inicio a que se le diera esa ventaja a las empresas. Pero que, al igual que con la suba de retenciones, no tuvo apoyo político para llevarlo a cabo.
El viernes Alberto no estuvo cómodo. Tuvo que dejar de lado la mayor parte del discurso que había llevado escrito, evitó contestar directamente los reclamos de Cristina y su máximo gesto de rebeldía fue recitar un verso de Spinetta aclarando que a ella no le gustaba ese costado “hippie” de él.
Lo hizo justamente para alegar que no todo tiempo pasado fue mejor. El Presidente está convencido que las elecciones del año pasado se perdieron, entre otras cosas, porque él mismo cayó en la tentación de hablar más sobre los logros de los gobiernos kirchneristas que sobre el suyo propio.
Y Cristina, justamente, terminaba de hablar largo y tendido sobre el pasado. Con la convicción de que esa experiencia debería hoy servir para algo. Experiencia que en los hechos Alberto, según ella, se da el lujo de no tener en cuenta. Al menos, a la luz de los resultados.
La puesta en escena y el pequeño idilio del viernes en Tecnópolis empezó a estallar por los aires un rato después. En una costumbre insólitamente extendida en este Gobierno, donde largos textos en off se viralizan mediante listas de distribución de whatsapps de periodistas, el argumento de que algo extraño había pasado en la licitación de los tubos para el gasoducto —según la versión Kulfas— llegó a Infobae y se publicó de manera instantánea.
El futuro del ex ministro ya estaba sellado. El gasoducto es la obra más importante que tiene en manos el Gobierno. Es la zanahoria que nos vende el futuro. Cegado por la interna despiadada del Frente de Todos, Kulfas no dimensionó. Es más es probable que se siga preguntando o sienta hasta injusta su salida.
Es que el desmanejo político del Gobierno producto de la conducción bicéfala del poder, de la personalidad disonante del Presidente y del armado original del Frente de Todos que sirvió para ganar una elección pero que fracasó en la convivencia cotidiana, ya no tiene solución. Es lo que hay. Es el vamos viendo.
En un punto hasta Cristina parece haber tirado la toalla.
Alberto ayer tuvo que decidir bajo presión. Por el tuit de Cristina que una vez más lo expone pero también por su propia supervivencia. El Presidente, de los pocos kirchneristas que no han tenido que lidiar con causas por corrupción en tribunales, no puede dejar pasar que siembren dudas sobre una licitación que monitoreó en persona junto a su ministro de Economía.
Esos 563 kilómetros de gasoductos que unirán Neuquén con Buenos Aires son para Alberto el pulmotor que necesitaba su gobierno. Más en un mundo de creciente demanda energética donde el gas es el combustible de transición hacia las energías limpias.
Es lo que fue a “vender” a Europa en su último viaje. Y de lo que piensa hablar en el próximo año y medio que le falta de mandato.
Kulfas disparó un misil contra el corazón del proyecto albertista. Pensando que lo defendía de Cristina terminó flagelando al Presidente.
Anoche uno de los pocos integrantes del gabinete que aún tenía humor para el análisis decía: “En esta etapa del peronismo nosotros apelamos al método éxodo jujeño, no sabemos si vamos a perder o no, pero, por las dudas, quemamos todo”.
Está claro que con la incorporación de Agustín Rossi para conducir la AFI y Daniel Scioli en el ministerio de la Producción, Fernández logra airear algo su gabinete. Suma hombres de confianza, de espalda política y, sobre todo, de tolerancia al kirchnerismo.
Pero el margen de acción que tiene es mínimo. Aunque haya tenido razones de peso, entregarle a Kulfas a Cristina es casi como haber firmado su acta de rendición.
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