Síndrome del impostor: cómo confiar en tus habilidades y dejar atrás tus inseguridades

Millones de personas en todo el mundo, hombres y mujeres, sufren en silencio pensando que no son tan talentosos, brillantes o tan idóneos como todo el mundo piensa

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Albert Einstein se veía a
Albert Einstein se veía a sí mismo como “un estafador involuntario”

“He escrito 11 libros y cada vez que termino uno pienso: van a descubrirme, los he engañado a todos, pero ahora sí me van a atrapar” (Maya Angelou, nominada al premio Pulitzer, ganadora de cinco premios Grammys, más decenas de otros reconocimientos).

“A veces me despierto a la mañana antes de ir a grabar y pienso que no puedo hacer esto. Que soy un fraude” (Kate Winslet, actriz de “Titanic”, entre otras).

“La exagerada estima que se le tiene al trabajo que he hecho en mi vida me hace sentir muy inquieto. Me siento inclinado a pensar en mí mismo como en un estafador involuntario” (Albert Einstein).

Y la lista sigue...

Millones de personas en todo el mundo, hombres y mujeres, sufren en silencio pensando que no son tan talentosos, brillantes o tan idóneos como todo el mundo piensa.

Esto nada tiene que ver con depresión, ansiedad o baja autoestima. Tampoco es miedo al fracaso, ni es miedo a no poder hacerlo. Tiene más que ver con la sensación de que “te van a descubrir” o de que alguien, en algún momento, “se va a dar cuenta”. En otras palabras, las personas que sufren del síndrome del impostor, tienen una baja apreciación de sus talentos o habilidades, especialmente en relación a cómo las ven las personas a su alrededor.

El síndrome del impostor nace en los años 70, cuando una psicoterapeuta llamada Pauline Clance se encuentra en su práctica profesional con mujeres brillantes, con trayectorias destacadas, que se sentían farsantes y tenían un miedo constante a ser descubiertas.

Hoy sabemos que el síndrome del impostor, que afecta tanto a mujeres como a hombres, es la creencia de que uno finge, de forma fraudulenta, ser quien no es, que no es tan bueno como la gente cree que es. Es común en personas brillantes con trayectorias destacadas.

Las personas que lo padecen parecieran no poder internalizar su éxito, aun cuando hay evidencia externa de sus habilidades. Es decir, pueden estar en el medio de una ceremonia de premiación, con aplausos, ovación y más, y pensar que en cualquier momento alguien se va a levantar de la silla y señalarlos como un impostor. El síndrome del impostor significa que no pueden ver con los ojos con los que los miran los demás.

Ahora bien, alguien que tiene diabetes es diabético, alguien que tiene presión alta es hipertenso, alguien que tiene anemia es anémico. Alguien que tiene el síndrome del impostor, ¿es un impostor? No, se cree un impostor.

¿De dónde surge?

Algunas personas talentosas piensan que los demás también son talentosos o que son más talentosos que ellos, y esto les genera la sensación de que no son merecedores de reconocimientos o elogios. Además, podría haber cuestiones relacionadas a su infancia, a su personalidad o cuestiones emocionales o mentales, que podrían dar origen al síndrome del impostor.

Se puede disparar con cualquier tarea que requiera del reconocimiento o involucre algún tipo de logro, o por un sentimiento de inseguridad sobre su idoneidad o habilidad, particularmente en un entorno competitivo. Generalmente ocurre cuando existe una tensión entre dos posturas: la propia y lo que uno cree que otros esperan de uno. El síndrome del impostor hace que se profundicen las inseguridades más profundas de una persona.

Ahora bien, el síndrome del impostor no es tener dudas a veces, o criticarte alguna vez si algo te salió mal, o estar nervioso la primera vez que vas a hacer algo. Esto es normal y hasta saludable. Una cosa es tener miedo de hacer algo (dictar una charla, escribir un libro, hacer una presentación, etc), porque nunca lo hiciste antes pero otra cosa es el síndrome del impostor.

Algunos signos del síndrome del impostor:

- “Me preocupa que se den cuenta de que soy un farsante”.

- “Estoy convencido de que no soy lo suficientemente bueno”.

- “Me acuerdo de cada fracaso pero me olvido rápidamente de mis logros”.

- “Me siento vulnerable cuando se reconocen mis logros en público”.

- “Me engancho fácilmente con la crítica o el feedback negativo”.

- ”Tengo guiones en la cabeza que no concuerdan con la realidad”.

Claramente, el síndrome del impostor no es solo una incomodidad: genera estrés, te hace dudar, no te permite pedir ayuda y te sabotea.

¿Por qué no podemos simplemente dejar atrás nuestras inseguridades? Porque hay muchos intrusos que se interponen: una baja autoconfianza o autoestima, la necesidad de aprobación, críticas o falta de reconocimiento y hasta las redes.

¡Podemos cambiar!

Sí, podemos cambiar, pero cambiar implica todo un trabajo interno de querer cambiar, de comprender qué se esconde detrás del síndrome del impostor y de implementar una serie de estrategias. Lo primero que debemos comprender es que:

- Le pasa a muchas personas (no solo a vos).

- No desaparece con el éxito. Maya Angelou tenía once libros escritos, premios y reconocimientos. La aclamación del público no aminoró su sensación de ser un fraude.

Más reconocimientos o más logros no hacen que el síndrome del impostor desaparezca.

¡A trabajar!

Te comparto algunas estrategias para poder hacerle frente a este síndrome:

- Cuidá tu lenguaje corporal. Este no es un tema menor porque nuestra postura envía mensajes al cerebro (y el cerebro al cuerpo). Cómo nos mostramos envía un mensaje poderoso acerca de cómo nos sentimos. Cambiar el cuerpo, por lo tanto, cambia el cerebro. Aunque sonreímos cuando estamos contentos, sonreír, puede ponernos contentos, porque liberamos mensajeros químicos “felices”. La postura abierta nos hace sentir más confiados. Es decir, el canal de comunicación va para arriba y para abajo. Ajustá tu postura.

- Ver las tareas como desafíos en vez de como amenazas tiene un poderosísimo efecto en nuestras vidas y en nuestras emociones.

- Otro recurso muy valioso es la visualización. Al visualizarnos plenos podemos transportarnos a las emociones que nos generarán estas experiencias en el futuro. Y esas experiencias imaginarias pueden ser tan poderosas como las reales.

Aquellas personas que pueden crear imágenes vívidas de sus metas futuras tienen más chances de lograrlas.

- Nuestros cerebros están cableados para detectar posibles amenazas. Nuestros ancestros tenían que reaccionar muy rápido frente a posibles peligros como animales salvajes. El tema es que ya no estamos rodeados de animales salvajes, pero estamos programados genéticamente para estar alertas y esto podría hacer que sobre reaccionemos ante situaciones que no son peligrosas. Esta tendencia a ver una amenaza en nuestras interacciones diarias son predominantes en el síndrome del impostor, y hacen que esas personas activen su amígdala y entren en secuestros emocionales más frecuentes y duraderos.

El manejo de la inteligencia emocional, especialmente identificar y gestionar nuestras emociones, resulta, por lo tanto, imperioso.

- Etiquetar emociones nos sirve no solo para darnos cuenta de qué sentimos, sino también para comenzar a intervenir en los espirales emocionales negativos.

El pensar qué nos está pasando y qué sentimos, nos ayuda a desactivar la amígdala y a activar la corteza prefrontal. Es decir, que si podés etiquetar tus emociones en una situación estresante, vas a poder sacar la atención del secuestro emocional y llevarla a una interpretación cognitiva, lo que te ayuda a no entrar en el circuito rumiante negativo.

- Reemplacemos el “soy…”, por “siento…”. Un “soy ansiosa”, se convierte en un “me siento ansiosa”.

- Tener confianza en vos y ponerle nombre a lo que sentís es el primer paso para darle batalla al síndrome del impostor.

Que el síndrome del impostor no te congele. Aprendé y convertí tus inseguridades en un desafío para crecer. Y no olvides, como decía Leonard Cohen, “hay un agrieta en todo, sólo así entra la luz”.

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