Leonard Cohen, músico y poeta: un ejemplar único. Cohen, flaco, con su apostura rara -si a la belleza nos llevamos por Hollywood o por el cánon griego- recorrió una vida enigmática. La literatura, su primera llamada y de sensibilidad claroscura, fue seducida temprano por Walt Whitman, Yeats y García Lorca. Luego, fueron novelas propias. La música llegaría más tarde, hacia los años 60′ y los 70′, cuando a partir de los 34 llegó un cantante con voz de taberna y atracción inmediata que llamó la atención de nombres de poder como Bob Dylan o Bruce Springstreen; cuando el Village de Nueva York era un faro de arte, libertad, culturas diferentes que fertilizaban, y sexualidad en transformación.
De traje gris, corbata y sombrero dócil al dueño, Cohen nació en Canadá de en una familia judía -con abuelo rabino y con la idea de mantener la tradición y ser sepultado en su tierra natal- y murió en Estados Unidos cuando le dieron los 82, ya con fama y premios, incluido el Príncipe de Asturias a las Letras y su sitio en la Academia, también de Letras, en Estados Unidos.
Poeta y cantante de altura impresionante. Uno se da cuenta: el sonrojo de un mal poema produce lo mismo que una mala canción. Cohen escribió letras para lo que cantó, pero en todos los casos fueron poemas y fueron canciones al mismo tiempo, no premeditaciones de ventas con poesía maquillada de rimas, ni poesía adaptada a una guitarra ni a poetas previos.
Cohen creó para la soledad, el sexo y el amor con cierta cargada de fragilidad, un escepticismo natural aunque las partituras sonaran eufóricas como balalaicas mientras las palabras marcharan hacia otro rumbo. “Everybody Knows” es ejemplo: “Todo el mundo sabe que los dados están cargados/ Todo el mundo los lanza con los dedos cruzados/ Todo el mundo sabe que la guerra ha terminado/ Todos saben que los buenos perdieron/Todo el mundo sabe que la pelea fue arreglada/Los pobres sigue pobres/los ricos se hacen ricos/ Como todo el mundo sabe... /Todo el mundo sabe que el barco se hunde/ Todo el mundo sabe que el capitán mintió”.
Un freno aquí, por favor. La canción es larga, tan rica, tan implacable, y porque la traducción siempre tiene un gusto distinto. Puede que este breve inicio, canción himno de extraño y realismo crudo, nos acerca la huella de Cohen. Asoman al escucharlos versos de un poema con música, aquellos de sus canciones roncas y afinadas con músicos excepcionales y tres afroamericanas en un coro perfecto.
Leonard Cohen hace salir un Sol negro sobre el hombre que trazó el mapa humano permitiéndose abstenerse de inventar alegría industrial y conseguir un éxito, y un culto permanente, sin armarse de un personaje. Si alguien dijo que Occidente es el pecado de la tristeza, Cohen fue expiado con arte y personalidad hasta el placer y el arte, vencedor melancólico. La alquimia de la tristeza puede convertirse en felicidad a puro arte y personalidad, y pasarlo bien. El pop, el folk, el rock, las arrastradas baladas, de esa forma de cantar con tono de bajo, lo empujaron a tener un gran éxito. Escribió música y poesía en abundancia.
Se escucha -cuento- una mañana fría ‘I´m your man’. Ahora. El amor entregado hasta límites que, por algo sutil y nada fácil de explicar, puede ser temible. El recóndito secreto de un ejemplar único.
Antes de la llegada al Village, Cohen pasó, llevado por el cambio social que transformaba Estados Unidos, a la isla griega de Hydra, donde la regla sin reglas de la cultura hippie en movimiento se expresaba en plenitud. Encontró felicidad con espinas. Todo al Sol, sin reglas. Siempre tras el perfume de mujer, se relacionó con su musa Marianne Hilel: una noruega con la que se encontró en un caminito con burros y mulas (lo único permitido- nada de motores- en la tormenta contracultural).
Se unieron aunque no en partes iguales: Marianne cobró una devoción constante. Flores frescas en la mesa de trabajo de Leonard, vino y amor a sabiendas de las amistades sexuales del poeta en la isla con artistas que desembarcaban de todo el mundo. Marianne fue su musa y su instrumento. Compuso con ella dentro y fuera de la voz. Pero -lo dijo ella- los poetas son elusivos, resbaladizos y, algún día, Marianne volvió a Oslo y Cohen a cantar en Nueva York, ya con mucho alcohol y LSD. Llegó a dar 23 conciertos en ácido.
Cierto día, Leonard dijo basta -ya muy famoso- para ingresar en un monasterio zen de Los Ángeles. Tres de la mañana, muchas horas de meditación, trabajo y silencio. Seis años. Limpieza interior por medio de una disciplina extrema y la necesidad de escribir y componer, no sin haber contado (”La única indiscreción en mi vida”) el encuentro casual en un ascensor del hotel Chelsea con Janis Joplin.
“Estoy buscando a Kris Kristofferson”, dijo Janis.
“Creo que soy yo -dijo él- y estoy en el cuarto 2°”
“No me digas“, dijo ella. Nadie eran tan distinto al apolo country Kristofferson.
“Creo que sí”, sonrió Cohen. Janis tenía 24 años, era una súperstar que iba a morir dos años después de sobredosis, anteojos, pelo imposible, jeans rotos y una botella de whisky.
“Está bien -dijo Janis- veamos cómo es esa habitación que me dijiste. Yo me acuesto solo con hombres jóvenes y muy, muy lindos. Con vos voy a hacer una excepción”.
Cohen dejó el hotel al amanecer. Llegó ‘Chelsea Hotel’, donde la intimidad estremece con una unión sexual, que solo al entreverla en lo escrito y cantado, puede vislumbrarse que ninguno durmió ni asomó a ningún propósito reproductivo.
Ya con la espalda por la edad y su metro noventa largo, Leonard demandó a su agente de siempre, Kelly Lynch, por estafarlo en 5 millones de dólares y acosarlo con furia de correos, llamados y cartas por haber contado la estafa. Como denuncia no fue por los millones sino por el huracán de mensajes, llamadas amenazantes y profusa lista de insultos.
En todo momento, desde que lo decidió, mantuvo el camino zen, pero quiso, y lo dijo, quedar en el judío cementerio de Montreal. “Estoy preparado. Y espero que no sea muy incómodo”.
Por aquí ha pasado parte de Leonard Cohen. Sí, como en ‘Everybody knows’, el barco de todos se está hundiendo, pensemos que es una canción, sólo una canción, y no es necesario ira a buscar los botes. Ya no está el poeta con su alegre y contradictorio contenido. Pero todavía sale el Sol.
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