No resulta fácil comprender desde dónde el presidente Alberto Fernández emitió su apocalíptica frase contra la “maldita derecha”: si desde un kirchnerismo esencial; desde la izquierda revolucionaria o simplemente desde un peronismo multifacético al que él parece adherir. Sin embargo, su desafío parece una buena oportunidad para reflexionar sobre algunas de las dimensiones esenciales que hacen al funcionamiento de nuestra sociedad; que estarán en juego en el futuro inmediato; y hacerlo desde valores que seguramente el Presidente caracterizaría como de más “maldita derecha” aún.
Afirmó entonces que si hay algo que caracteriza al kirchnerismo es que no hay en su discurso y acción ningún concepto que permita imaginar una relación virtuosa y sostenible entre presente y futuro, categorías elementales para el desarrollo de una sociedad. Ya con 14 años de experiencia, es posible constatar que desde el crecimiento económico hasta la reducción de la pobreza son, para el kirchnerismo, categorías accesorias al eje central de su pensamiento y acción que es la dinámica amigo- enemigo y la acumulación del poder necesario para la derrota del adversario.
Con esa lógica, entonces, toda la dinámica pública se reduce a una suma de decisiones cortoplacistas que van tratando de resolver conflictos y consolidar posiciones en función de la contradicción principal; y donde el desarrollo humano integral es relativo a la consideración política, como lo muestran las políticas sociales que priorizan las alianzas con los aparatos territoriales antes que la generación de capacidades en las personas.
Palabras básicas para la construcción estratégica del bienestar colectivo, como inversión, desarrollo, eficiencia, calidad y aún el adjetivo “privado” no sólo no aparecen en el discurso y la acción, sino que son consideradas como términos neoliberales que deben ser rechazados en todos los campos, como sucede por ejemplo con la idea de calidad educativa, que es apostrofada por su “contenido empresarial”.
Lo mismo sucede con la mirada sobre la justicia, cuyo valor como ordenador de las relaciones sociales, pasa a ser relativo no sólo a las necesidades de la impunidad, sino también a una lógica en la que no existen los derechos de los ciudadanos sino en la medida en que respondan también a las prioridades políticas, como lo mostró la – afortunadamente derogada- ley de “democratización de la justicia”.
Las relaciones internacionales, que podrían ser una herramienta de consolidación de progreso, son también para el kirchnerismo totalmente relativas a la dinámica política; y es por ello que hemos perdido una tras otra todas las oportunidades de integración, inversiones y comercio en aras de discursos oportunistas con socios más valiosos para el aplauso tribunero que para el bienestar social. Quienes hemos estado en el Congreso vimos la resistencia demagógica a los tratados de integración de todo tipo, mientras nuestros vecinos aprovechaban las posibilidades que se abrían en todo el mundo.
Los derechos humanos y el funcionamiento de la democracia, componentes esenciales de la dinámica social y del respeto por valores básicos de las personas, han sido también degradados a instrumentos de la competencia política, aunque en la superficie se proclamasen oportunistas cruzadas heroicas en su defensa. Lo que deberían ser también una herramienta de consenso y de construcción social de largo plazo fueron prostituidos bajo discursos con pretensiones épicas infectados de revanchismo.
Las cifras que muestran la situación estructural del país reflejan los resultados de esta lógica cortoplacista en la que la idea de “desarrollo” ( inexistente en los discursos de los líderes K) ha desaparecido- probablemente por su aroma neoliberal. La inversión no alcanza siquiera a cubrir la reposición del capital, componente básico para producir, circular, educar, exportar. La pobreza se ha consolidado con un componente intergeneracional que bien podemos denominar “cronificación” y que resulta cada vez más difícil de revertir.
Nuestras exportaciones se han detenido en cantidad y calidad, sobre todo si las comparamos con las de nuestros vecinos. Somos un país sin innovación tecnológica, más allá de pocas islas que no cambian la función de producción global. Las cifras muestran con contundencia no solo el deterioro global de la educación, sino su terrible inequidad que condena a un porcentaje sustancial de nuestros niños y jóvenes a la exclusión de por vida.
La afirmación oportunista del presidente Fernández puede analizarse desde la coyuntura política; pero es mucho más útil tomarla como un desafío para rescatar los valores que nos permitan salir definitivamente de este pozo en el que nos ha sumergido el kirchnerismo. Para ello – y aunque parezca elemental- debemos recuperar con mucha fuerza conceptos propios de la “derecha maldita” como “desarrollo”; y los valores que lo sustenten con una perspectiva sistémica. Así, tendremos un futuro que este progresismo mediocre nos ha negado.
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