“Yo en tu lugar, buscaría en el pueblo la vieja sustancia del héroe. Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”. Así escribió Leopoldo Marechal en Megafón o la guerra.
Mario Vargas Llosa insiste en su modificación ideológica del pasado. Recuerda que en su país no soñaban con París sino con la Argentina y según su amnesia era una maravilla que terminó con Perón. También se refiere a las editoriales de nuestro país que en su calidad y número eran admirables, es bueno recordarle que toda esa realidad abarcó al peronismo. Pero la Argentina admirada en el continente, esa donde nacimos los mayores y tanto nos cuesta describirles a los jóvenes, esa donde no existía ni la inseguridad ni los caídos, como tal vocación de patria duró hasta la muerte del General. Luego con el golpe se instala este sueño de colonia que hoy lastima y apabulla. Hay miles que viven de decirse peronistas que ni siquiera se hacen cargo del pasado. Aquella sociedad que culmina en el último golpe, cuando se impone una visión de gente que pensaba igual que el escritor peruano, son los cultores del egoísmo. Cierto que del otro lado había surgido la guerrilla, esa demencia que hoy sobrevive bajo una idea deformada de los derechos humanos.
El Presidente olvida los símbolos, la banda y el bastón cuando asiste al Tedeum y se anima a deformar la lengua, Antoine de Saint-Exupery describía con exactitud que “los ritos son al tiempo lo que las moradas al espacio”, no es textual, pero intento reflejar su idea. Somos una patria joven fruto de una fragua donde los pueblos originarios sumados a decenas de inmigrantes de diferentes orígenes encontraron aquí su lugar. Construir un “nosotros” nunca fue fácil, Europa pasó siglos y guerras hasta lograrlo, aquí todavía deambula ese destino. Adherir a Cuba, Venezuela y Nicaragua nada tiene que ver con la historia del peronismo y de nada sirve a la construcción de otro relato. Es tan inútil como cuestionador de las libertades que necesitamos reivindicar.
La oposición tampoco tiene idea de rumbo y destino, invadida por el economicismo de los ganadores multiplica candidatos en la ausencia de propuestas. La lógica nos deja en la certeza de un futuro gobierno opositor pero la presencia de Macri no alcanza para justificar todas sus falencias, tampoco para intentar recuperar su mediocridad.
El embajador en Israel recibe una condena, el gobierno la ignora y sus cómplices expulsan a la fiscal dejando en claro que esa corrupción va más allá que el supuesto peronismo al que supo parasitar este señor.
El partido de los negociados hace tiempo que ocupa la totalidad de las pretendidas ideologías. Los edificios por fuera de los códigos de construcción muestran a las claras que los legisladores porteños comparten transgresiones y el Gobierno de la Ciudad las impulsa. El ciudadano festeja a quien le gritó “casta” a esa nueva burocracia que sustituye la burguesía industrial del ayer por los inmorales de hoy. Los grandes capitales, cada vez más concentrados, circunscriben la rebeldía de los desesperados a las calles, el resto trabaja a su servicio, periodistas, sindicalistas, pensadores. La grieta, ese muro imaginario que divide y separa lo que no existe, ese invento no tiene patria en ninguno de sus supuestas versiones. Unos combaten contra el populismo y el pobrismo, los otros luchan por una Suprema Corte que los perdone y mayores impuestos que los sostengan, dos versiones del egoísmo sin patria.
El Gobierno, débil, penoso, arrastra muletillas de izquierda en su extravío y la oposición, en su mayoría, ni siquiera intenta reivindicar una propuesta integradora. El individualismo devenido en egoísmo solo castiga y expulsa a los desobedientes y se cuida de hacerlo en nombre de la libertad de opinión. Entre las dos caras del muro no hay todavía lugar para una alternativa nacional, radical, peronista o conservadora, patriótica por encima de todo.
Cristina no es Mujica, ni Lula ni Evo. Macri no es Sanguinetti, ni Piñera ni Bolsonaro; los nuestros son de segunda, ninguno de ellos expresa esa Argentina que añora Vargas Llosa, aquella patria que supimos construir entre todos se quedó sin cultores. Hoy los radicales, en su diversidad, son el intento más vital de recuperar aquella política. Del peronismo queda poco y nada y los otros siempre fueron herederos de una oligarquía sin vocación. Dos poderes se enfrentan, los que parasitan el Estado gobernando y los que se quedaron con sus empresas en los anteriores saqueos. Luego está el agro sin dirigentes importantes replegado a la mera defensa de sus rentas. Si pudiéramos convocar a un encuentro para desarrollar un proyecto común lograríamos recuperar un destino. Claro que no hay hombres capaces de representar a nadie, no hay dirigentes, ni políticos ni sindicales ni empresariales, la mediocridad impuso su marca de decadencia.
La política abarca el universo de quienes sueñan con trascender, los negocios, el mundo de los desesperados por acumular. Nosotros nos quedamos sin vocación de grandeza, abundan los ricos agresivos y sus fieles defensores frente a la ausencia de quienes se ocupan de pensar en el destino colectivo. No hay patria sin patriotas, lo nuestro es un desierto que nos cuesta demasiado atravesar. El presente es horrible y los futuros que se ofrecen son inciertos. El optimismo espera su turno, solo sabe que no es este.
SEGUIR LEYENDO: