Cristina Kirchner no le ordenó a Feletti que se fuera

La renuncia del secretario de Comercio fue el hecho político de la semana. Implicaba que el kirchnerismo dejaba de gritar en público y empezaba a vaciar el Gobierno. Pero la cronología de los hechos de muestra que fue una jugada planificada. Pero no por ella

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El ministro de Economía, Martín Guzmán, y Roberto Feletti
El ministro de Economía, Martín Guzmán, y Roberto Feletti

Primero fue un paper como para abrir el paraguas. Después otro para fundamentar su decisión. Roberto Feletti empezó a programar su salida de la Secretaría de Comercio Interior el 7 de abril, el mismo día que dio un reportaje donde, entre otras cosas, reclamaba que Martín Guzmán se hiciera cargo de la disparada inflacionaria. O, en clave psicoanalítica, el día que pidió a gritos que no lo siguieran dejando solo.

Para entonces el secretario ya había escrito su primer diagnóstico y lo había elevado verbalmente a sus superiores en el gabinete (en ese momento el ministro Matías Kulfas) y vía télegram a su jefatura política. Es decir a Máximo y Cristina.

En pocas palabras, Feletti decía que había sido un error de la cancillería argentina percibir la guerra como algo pasajero, que eso había provocado un aumento no sólo de los precios de los alimentos (empezando por el trigo, el maíz, el girasol y la carne), sino de los insumos productivos (la energía, el acero, el cartón y la logística en general).

Pero, además, señalaba que los empresarios argentinos habían llegado a una ecuación cómoda en la que se aseguraban rentabilidad ajustando precios y no contemplaban expandir su capacidad productiva a pesar del crecimiento de la demanda. Es decir, que por falta de competencia y de regulaciones, no necesitaban vender más para ganar más sino que les alcanzaba con subir los precios.

Con el diagnóstico, Feletti propuso una solución. Generar un comité de crisis interministerial para discutir y tomar decisiones macro. Desde subir las retenciones hasta intervenir en los planes de negocios de las grandes empresas monopólicas. En ese primer informe, el secretario también advertía que la brecha entre los precios libres y los controlados era cada vez mayor y que eso terminaría haciendo que los fideicomisos para intentar bajar los precios internos se terminarían quedando sin plata. (Hecho que ahora está a punto de suceder).

El presidente Alberto Fernández (Reuters)
El presidente Alberto Fernández (Reuters)

Y anticipaba también otro escenario fatalmente real: que en un año con récord de exportaciones Argentina terminaría teniendo en el primer trimestre del año la mitad del superávit fiscal que en el 2021. Es decir vendemos un montón pero también importamos un montón más que el año pasado. Por ende, nos quedan mucho menos dólares.

En honor a la verdad, Kulfas intentó convencer a sus pares y al propio Presidente de generar una mesa de crisis. Pero el proyecto quedó en la nada. Y Guzmán después de caballerosamente salir al rescate público de Feletti y anticipar que la inflación de marzo sería de más del 6% empezó a proyectar lo que terminó pasando, es decir, pasar a su órbita la secretaria de Comercio.

El viernes 20 de mayo el ministro de Economía anunció el pase. Y se tomó un largo rato para hablar con Feletti. La conversación fue super amena. De un lado de la mesa no dejaba de haber un universitario recién llegado al poder. Del otro un viejo lobo de mar que había sobrevivido a grandes tempestades.

Si Guzmán hubiera hecho una lectura más política y menos lineal de la figura que tenía enfrente podría haber tenido en cuenta un plan B. Pero el voluntarismo y un dejo de ingenuidad son parte de la personalidad del ministro, un hombre forjado casi exclusivamente en su excesivo trabajo neuronal. La seguridad que te da la inteligencia muchas veces no te permite dudar. Y mucho menos desconfiar. Porque la desconfianza aparece cuando crees que el otro puede llegar a poderte.

Y a Guzmán le faltan todavía muchas derrotas para generar algo de desconfianza (también sobre su propia capacidad o sobre la capacidad de su equipo). Esa desconfianza que en pequeñas dosis es efectiva, siempre y cuando no se caiga en la paranoia de los inseguros.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner (REUTERS)
Alberto Fernández y Cristina Kirchner (REUTERS)

Guzmán, en otra época, antes que con Feletti podría haber hablado con su jefa política. Es decir con Cristina. Pero el ministro dejó de llamarla cuando ella cortó comunicación a fines de enero en medio de la negociación con el Fondo. Y ahora es el propio Alberto Fernández el que le prohíbe contacto. Antes el ministro hablaba cinco veces más con Cristina que con Alberto. El Presidente lo sabía, pero alegaba que eran simples diferencias de estilos. Ella se mete en los temas, chequea y repregunta. Él escucha el pantallazo general y deja hacer.

Guzmán podría también haber analizado en qué circunstancias llegó Feletti al Gobierno. O haberse preguntado, al menos, por qué el kirchnerismo jugó una figura tan fuerte como un ex vice ministro de Economía para un área aparentemente menor. El secretario llegó a la gestión en octubre. Después de la tétrica derrota del gobierno en las PASO y cuando Cristina y Sergio Massa apostaban a que Alberto Fernández se despertara tras la elección y ellos pudieran avanzar en un cambio de gabinete pero fundamentalmente en el control del área económica.

Feletti fue algo así como la avanzada. Llegó por el ofrecimiento personal de Cristina y como parte de un proyecto más ambicioso. Pero que la pseudo recuperación electoral del Frente de Todos en la elección general, que hizo que Alberto vendiera y se vendiera a sí mismo la imagen de una derrota triunfal, terminó frustrando los cambios. El Presidente nunca dio el brazo a torcer y se envalentonó con su rumbo al grito de “no perdí ningún voto por el rumbo económico” (sic).

Está claro que hoy ese escenario de cambio está absolutamente diluido. Quienes hablan con el Presidente dicen que se siente cómodo con este nuevo estatus en el que supuestamente decide solo. O, al menos, no tiene que escuchar los reclamos de Cristina en lo cotidiano. Siente que el actual estatus quo de la coalición le es funcional. Y que de ninguna manera él forzará una ruptura del Frente de Todos. Como bien lo dejó en claro ayer en el Chaco.

Es decir Alberto es incapaz de echar a cualquiera de los funcionarios elegidos por Cristina. Pero si ella saca a alguno, él, en vez de sentirse perturbado por el posible vacío político, se alivia. Los espejos de Olivos deberían ser revisados con urgencia. Estarían reflejándole una imagen bastante distorsionada de sí mismo al Presidente.

Pero volvamos a los dimes y diretes alrededor de la renuncia de Feletti. Después de la charla del viernes con Guzmán, Feletti escribió un segundo paper. Y esta vez sólo lo envió a sus “mandos naturales” por télegram. El informe era lapidario. Sobre todo en el análisis del comercio exterior.

Decía que el primer trimestre de este año el intercambio comercial no llegó a ser la décima parte del total del 2021 y que con China ya llevamos más de 3 mil millones de déficit que, proyectado al año, será de 13 mil millones (76% más que el año pasado), y con Brasil el déficit será de 4 mil millones, es decir, un 450% más que el año pasado.

No escuchan, no confío en el plan y desde febrero en adelante nada de lo que pueda hacer desde la secretaría alcanza si no toman medidas en el sector externo. La estabilidad de la economía argentina siempre vino históricamente por ahí y acá vuelven a la receta de ordenamiento fiscal y monetario exclusivamente. Así no se puede”, resumió Feletti por teléfono pidiendo pista para irse.

“Tratá de hacer el menor daño posible al gobierno”, le pidió Cristina. El lunes, cuando Guzmán se sentó a almorzar, Feletti lo desayunó con la renuncia. El ministro no tenía plan B. Y apeló a lo que más a mano tenía. Uno de sus mejores amigos, Guillero Hang, pareja, además, de su propia secretaria privada.

Al equipo del ministro la sábana le empieza a quedar corta.

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