A menudo muchos varones hacen alusión a la figura del hombre feminista: “¿Qué pasa con los hombres feministas? -me preguntan- ¿existen?”. Por mucho tiempo esta pregunta me aterró porque mi deseo de que los hubiera no coincidía con la realidad. Y, entonces, responder sería cómo bajar los brazos con respecto al profundo deseo de encontrar a “aquellos hombres feministas”.
Hace más o menos seis años, conocí a quien hoy es uno de mis grandes amigos: Gustavo Gersberg (guionista, docente y director). Con él siempre sentí una comodidad que me daba esperanzas; su discurso coincidía con sus actos. Sus modos y palabras estaban cercanas a lo que yo consideraba “una vida feminista”, ergo, una vida con igualdad. Y desde ese lugar nos tratamos siempre, algo que no me solía suceder con un varón y menos con uno mayor que yo.
De él aprendí (y aprendo) muchísimo, inclusive sobre temas relacionados al feminismo. Sin ir más lejos, hace ya unos años Gustavo creó Privilegiados, junto con Andrés Arbit (director de cine y publicidad), Lucía Rodríguez (socióloga) y este año se incorporó Juan Pablo Ares (fue coordinador de la Secretaría de Nuevas Masculinidades de la FALGBT+Q hasta el 2021 y activista en Zona Igualdad).
¿Qué es Privilegiados? Es una plataforma de producción de contenidos audiovisuales y realización de talleres, para escuelas, sindicatos, empresas, organizaciones sociales, municipios, etc, sobre masculinidades, pero desde una perspectiva feminista. Lo que hacen es instalar, en cada video y en cada encuentro, preguntas de varones hacia varones. La idea es que sea desde la reflexión, pero siempre en primera persona, porque al estar aún lejos de la deconstrucción total (entendida como igualdad), la intención es que se siga pensando el rol del hombre en la maquinaria patriarcal, ya que es él eslabón principal de la pirámide.
Yo sé que para muchas son curiosas estas personalidades: varones militando el feminismo. Y que a veces molesta que les agradezcamos, quiero decir… ¿Cuántas de nosotras hemos hecho comentarios tipo: “Ay amiga, un amor total, le re importó que yo la pase bien”, “Ay amiga, un divino cero machirulo…”, etc. Cómo si tuviéramos que destacar a los varones que no se manejan con comportamientos machistas y abusivos sobre nosotras, como si necesitamos “ponerles la estrellita del empleado del mes”.
Un poco para acunar esa sensación de que no está todo perdido, de confiar en la deconstrucción que existe, pero también para que los varones puedan contagiarles a otros varones esa posibilidad de revisarse a sí mismos.
Contar y exponer estas actitudes, trabajos y militancias de algunos hombres es fundamental para que otros puedan empatizar y ver que existen también esos caminos, que es importante cambiar ciertas prácticas, ampliar la escucha, empatizar. A mí como mujer me sucede que muchas veces le agradezco a Gusti su forma de ser, le agradezco por ser ese tipo de hombre. Una vez, él me dijo que no tenía que agradecerle por eso y, valga la redundancia, eso también lo agradecí, pero en silencio.
Uno de los objetivos del material que hacen es el de desarmar un privilegio a través de un video. Esta necesidad de la gente de más información hizo que las redes les explotaran; las personas querían sacarse dudas, preguntar, aprender, contar sus experiencias. Pero, sobre todo, saber que no estaban solos.
A menudo las mujeres les pedimos a los varones que, dicho en criollo, no rompan los ovarios con el tema “aliados”, que no necesitamos aliados para esta lucha, necesitamos compañeros que escuchen y acompañen, incluso cuando no haya nada que decir. En algún punto lo que pedimos desde que comenzó el Ni una menos es que, por una vez, nos dejen a nosotras ser las protagonistas de esta lucha que nos encarna desde las venas.
Por eso se nos brota la piel cuando nos dicen “las mujeres también pueden ser machistas” o “los hombres también sufrimos violencia de género”, ¡porque obvio que una cosa no quita la otra, loco! Por eso me pareció tan espectacular que haya surgido Privilegiados. Elles observaron, empatizaron y estudiaron y así se dieron cuenta de que había un lugar poco explorado en la generación de contenidos audiovisuales sobre las temáticas de género específicamente para varones. Para que los hombres entiendan, sin ponernos en grietas ni bandos, qué lugares pueden y quieren ocupar en este movimiento. Qué les angustia, que les enoja, qué quieren cambiar y qué deben cambiar en sus prácticas cotidianas, en su crianza y en sus modos de vincularse con les demás y ni que hablar con ellos mismos.
Lo interesante de esta página es que el proceso de deconstrucción de masculinidades comenzó antes de que naciera en sí, porque primero surgió en ellos; se sembró en estos varones la urgencia de repensarse y estudiarse. Leyeron, entrevistaron a especialistas, fueron a cursos y talleres y así, pusieron en jaque todos sus vínculos personales y laborales. Tarea nada fácil para el mundo que nos rodea y acontece: hablar entre varones de sus privilegios como tales. Hacerse cargo y sobre todo hacer algo para cambiarlo, para mejorar. Porque de eso se trata, de animarse a re-pensarse, aceptar que algunas cosas que siempre “estuvieron bien”, en realidad no estaban nada bien. Escuchar las voces vulneradas, empatizar, hacer lugar al otre, a las mujeres, a la comunidad LGBT+Q, no oprimir ni invisibilizar las diferencias.
Cuando decidieron comenzar con el proyecto tenían una certeza: convocar a una mujer para que forme parte del proyecto. No podían hacerlo solo entre varones porque hubiera sido estar “como peces en el agua”; no darse cuenta de que estaban mojados con sus propios machismos y privilegios. También sabían que, como varones hetero-cis, sólo podían hablarle a varones hétero-cis, porque es la única experiencia vital que conocían, me decía Gusti. Eso, entre otras cosas, es lo que los llevó a preguntarse: ¿Puede un hombre ser feminista? ¿existen?
Cuando yo se lo pregunté, Gusti me respondió que esas eran preguntas menores al lado del quilombo que implica deconstruir la masculinidad. “¿Qué importa cómo nos denominamos?, eso es para el afuera, lo que importa de verdad es reveer nuestras prácticas, cambiar. Como varones no tenemos la posibilidad de atravesar desde el cuerpo lo que viven ustedes las mujeres. Lo que sí podemos, teóricamente, es leer y conocer, pero hay una parte de la experiencia feminista que nos es ajena no sólo por chabones, sino porque somos parte del colectivo opresor sobre el que se revelan los feminismos”.
Es impresionante la cantidad de hombres que se autoproclaman feministas y luego son los mismos que no se quieren poner forro para tener sexo, o que te insisten para darte un beso, o que te ignoran o maltratan en el trabajo solo por ser mujer.
El feminismo no es un decir, no es una palabra vacía ni un perímetro. El feminismo es un núcleo, un significante lleno de significado, una voz espesa construída por muchas voces que solas no pueden. Como varones pueden adherir a una ética feminista, acordar con el marco teórico, empatizar con una necesidad y hacerse cargo de la realidad que los y nos acontece. Pero de ahí a auto-etiquetarse feministas... ¿con qué fin lo estarían haciendo? ¿para qué necesitan ese título? “Esas preguntas pueden distraer de lo que realmente tenemos que hacer, que es hablar entre varones y escuchar a las mujeres. Cortarnos el mambo entre nosotros. Repensarnos, cuestionarnos, transformar nuestros comportamientos entre amigos, parientes, hinchas, entre vecinos. Cortar con la complicidad machista”, reflexionó Gusti.
Ver a las nuevas generaciones nos llena de esperanzas de que en algún momento sí se podrá hablar de varones feministas. Pero el camino es largo y se necesita mucha ESI, mucha Ley Micaela, muchas Leyes de Cupo, mucha militancia y mucho-muchísimo trabajo entre las masculinidades para poder involucrarse en el proceso de transformación. Así que basta de preocuparse tanto por esa pregunta, por el título, por ser aliado, por el afuera. ¿No les agota querer tener la razón siempre?
Privilegiados le abrió los ojos a muchísimas personas (me incluyo en esa pluralidad). Entendí que lo que de verdad importa no es cómo se llaman sino qué hacen. Escuchar a las mujeres y a todo el arcoiris de las diversidades que nos abren a otras realidades que, desde la enquistada “masculinidad hegemónica”, muchas veces no pueden respetar, es un muy buen primer paso. Para construir la sociedad con igualdad de derechos que tanto queremos, se necesita a todas esas partes: un pacto de paz para que les privilegiades seamos todes.
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