La tiranía de lo colectivo

La obsesión malsana por el igualitarismo indefectiblemente conduce al empobrecimiento moral y crematístico

José Ortega y Gasset (Wikipedia)

Seguramente el desafío mayor de nuestra época estriba en comprender el valor descomunal de la persona. Entender que cada uno de los humanos es único e irrepetible, por ende, con potencialidades exclusivas en toda la historia de la humanidad. No hay entonces justificativo alguno para que el grupo se imponga y tuerza las inclinaciones y vocaciones de cada cual. Solo es aceptable el uso de la fuerza cuando hay lesiones de derechos, de lo contrario debe respetarse de modo irrestricto los proyectos de vida de los congéneres por más que no los suscribamos.

El “ogro filantrópico” de Octavio Paz, es decir el aparato estatal, ha mutado su función de proteger y garantizar los derechos de la gente por su descarado atropello que anula la solidaridad y la caridad que como es sabido para que tenga sentido debe llevarse a cabo voluntariamente y con recursos propios. Lo contrario es un atraco. Un Leviatán desbocado que aniquila a la persona y como ha escrito Julián Marías, la persona no es solo lo que se ve en el espejo, es su interioridad única. Como apunta Roger Williams cada uno es extraordinario desde el punto de vista anatómico, bioquímico, y sobre todo psicológico.

Friedrich Hayek ha mostrado las características del individualismo como protector de la dignidad de cada persona y los correspondientes incentivos para la cooperación social. Las diferencias de cada uno es lo que hace atractivo y necesario el intercambio y las relaciones interpersonales como también diría Ortega y Gasset. Si ocurriera la inmensa desgracia de ser todos los humanos iguales no habría interés ni provecho en los intercambios culturales y materiales pues todos se dedicarían a lo mismo. Como he dicho muchas veces, hasta la simple conversación resultaría en un tedio mayúsculo pues sería igual a conversar con uno mismo. En economía, la división del trabajo está basada en la desigualdad de talentos y fuerzas físicas. Por ello es que la guillotina horizontal impuesta por los gobiernos conduce a un doble estropicio: por una parte destroza los incentivos para progresar puesto que la nivelación bloquea la producción de cantidades mayores a la marca niveladora y los que esperan redistribuciones lo hacen de balde por el primer suceso. Por otra parte, aniquila la esencial igualdad ante la ley para hacerla mediante ella con lo que el marco institucional civilizado queda amputado.

La obsesión malsana por el igualitarismo indefectiblemente conduce al empobrecimiento moral y crematístico. El delta entre los más ricos y los más pobres depende exclusivamente del comportamiento de cada uno en el supermercado y afines: al elegir con mayor o menor intensidad va estableciendo niveles de rentas y patrimonios. El comerciante que acierta con las preferencias de su prójimo obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos. Solo son objetables los que la juegan de empresarios mientras se alían en una cópula hedionda con el poder político de turno para alzarse con privilegios y así explotar miserablemente a los demás.

Habitualmente en los países más prósperos la diferencia entre el más rico y el más pobre es mayor lo cual no solo no es óbice para el progreso sino que es su condición para que los promedio ponderados de los salarios e ingresos en términos reales resulten más altos debido a la gran diversidad en un contexto donde todos cuentan con las mayores oportunidades posibles debido a dar rienda suelta a la energía creadora y a la consecuente productividad. El más eficiente como un efecto no buscado transmite su potencia a los marginales puesto que las tasas de capitalización fruto de anteriores ahorros constituyen la única causa de mayores salarios. No se trata de recursos naturales, de climas ni de etnias, se trata de mayores inversiones (como hemos ejemplificado antes, el continente africano abriga la mayor dosis de recursos naturales y la miseria está muy extendida, mientras que Japón es un cascote habitable solo en un veinte por ciento).

Gustave Le Bon destaca las barrabasadas de los grupos a contramano del individuo y concluye que “en las multitudes lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”. En materia educativa es muy necesario abrirla a la competencia a los efectos de contar con auditorías cruzadas de las muy diversas instituciones y estructuras curriculares para lograr los máximos niveles de excelencia en un contexto donde pueda extraerse lo mejor de cada estudiante, al contrario de sistemas burocráticos que dependen del los caprichos de lo que sucede en el vértice del poder estatal en procesos de la siempre nefasta igualación.

Estas consideraciones de más está decir no solo no se oponen a las faenas en equipo sino que las promueven como parte medular de las metas y aspiraciones individuales que muchas veces se logran de mejor manera aliados en equipos voluntariamente establecidos. Son los espíritus colectivistas los que se oponen a estas iniciativas al imponer todo tipo de cortapisas dentro de un país y al injertar tarifas, aranceles y cupos a las migraciones de personas y a la entrada de mercancías.

Ludwig von Mises nos enseña que “la distinción principal de la filosofía social de Occidente es el individualismo. Su meta se dirige a la creación de una esfera en que el individuo es libre de pensar y actuar sin ser restringido por la interferencia de aparatos sociales de coerción y opresión, el Estado. Todos los logros espirituales y materiales de la Civilización Occidental fueron el resultado de la operación de esta libertad.” Desde luego como ha escrito Jorge García Venturini, la referencia a Occidente no alude a un lugar geográfico sino al espíritu de libertad.

En otra oportunidad he escrito sobre lo que sigue pero dado el empecinamiento con la idolatría del colectivismo, es pertinente reiterar parte de lo dicho. Aldous Huxley resume sus preocupaciones en la alarmante moda de conceptos tales como la necesidad de adaptarse y ajustarse a los otros, al pensamiento grupal, a lo socialmente aceptado, en definitiva a la disolución de lo personal en aras de lo colectivo.

Es curioso que los que usan la pantalla de la unión de todos en realidad separan y generan aislamiento y conflictos permanentes entre los miembros de la sociedad. Interfieren permanentemente en los arreglos voluntarios de sus integrantes. En definitiva alimentan una secuencia sin solución de continuidad de guerras sin cuartel de todos contra todos. Para recurrir a la terminología de la teoría de los juegos, en lugar de abrir paso a la suma positiva donde ambas partes ganan en un acuerdo voluntario, provocan la suma cero. Los megalómanos de siempre intervienen en el mecanismo de precios con lo que indefectiblemente se generan faltantes y desajustes de todo tipo al tiempo que desdibujan los únicos indicadores con que se cuenta para saber dónde invertir y donde desinvertir al efecto de aprovechar del mejor modo los siempre escasos factores productivos.

El individualismo machaca sobre la importancia de la descentralización del poder político y el federalismo. Rechaza de plano las cargas fiscales insoportables, deudas estatales astronómicas, inflaciones galopantes y gastos públicos desmesurados en el contexto de regulaciones que asfixian las libertades. Considera una estafa sideral los sistemas denominados de seguridad social pero que son de llamativa inseguridad antisocial debido a la succión de ingresos de todos pero con especial saña contra los más débiles.

Las discusiones semánticas a veces no son constructivas pero como las palabras sirven para pensar y para comunicar pensamientos es a veces de interés detenerse en algunos vocablos clave. Estimamos que ese es el caso del individualismo tan vapuleado y poco comprendido en nuestra época.

Huxley sostiene que la importante y por cierto muy verdadera visión de Eric Blair -que como es sabido firmaba con el pseudónimo de George Orwell- se refiere a la acción imperturbable y maliciosa del Gran Hermano sobre las libertades individuales, en cambio el primer autor apunta a algo peor aún, es decir, al pedido de la gente para ser esclavizada en base a lo antes descrito y especialmente debido a una educación perversa que como queda dicho donde más que educar se adoctrina con lo que las personas mutan a la condición de autómatas esclavizados. Abrigo grandes temores de lo anticipado por Huxley respecto a tecnologías de avanzada en manos de gobernantes para el control de la gente, por ejemplo, entre muchos otros casos, el peligro que encierra la digitalización coactiva de todas las transacciones monetarias para eliminar efectivos y así perturbar y dirigir de un modo más efectivo la vida y las haciendas de las personas, para no decir nada de la sugerencia de algunos energúmenos sobre la obligatoriedad de instalar un chip en el cuerpo de cada uno.

A su vez en el terreno laboral, en el contexto del individualismo, los sindicatos se desempeñan como asociaciones libres y voluntarias y de ninguna manera como entidades que imponen representaciones y aportes forzosos ni huelgas que sean distintas al derecho a no trabajar para en vez imponer procedimientos violentos e intimidatorios para los que quieren seguir con sus tareas laborales.

En este razonamiento debe destacarse que las llamadas “conquistas sociales” como la entronización de salarios mínimos y equivalentes indefectiblemente provocan desempleo. Y debe tenerse en cuenta que la incorporación de mayores productividades liberan recursos humanos y materiales para atender otras necesidades para lo cual los comerciantes son incentivados en la capacitación de personal al efecto de sacar partida de los nuevos arbitrajes que las circunstancia ofrecen.

Allí donde hay acuerdos libres entre las partes no hay tal cosa como sobrante de aquel factor indispensable para abastecer las ilimitadas necesidades de la gente. Poner palos en la rueda conduce al empobrecimiento. Cuando se dice que los gobiernos deben inmiscuirse en esta materia para equilibrar las fuerzas dispares en la contratación laboral no se tiene presente que es del todo irrelevante el estado de la cuenta corriente de las dos partes, lo definitorio son las antedichas tasas de capitalización. Las partes podrán disponer de recursos suculentos o estar en la quiebra, esto es indistinto lo trascendental es que el ingreso se establece por las tasas de capitalización y no por la voluntad y la condición de las partes.

Milton Friedman escribe la introducción a la colección de la revista The Individualist Review que se inauguró en abril de 1961 donde señala que siguió las huellas de una entidad anterior de 1953 fundada por Frank Chodorov bajo el nombre de Intercollegiate Society of Individualists. Friedman destaca lo consignado en el editorial del primer número de la referida revista académica que apuntaba a fortalecer los valores de “la empresa privada y libre y a la estricta imposición de límites al poder del gobierno” y anunciaba se abocaría al “compromiso con la libertad”, una publicación en la que Friedman formaba parte de su Consejo Editorial y también colaboraba con ensayos de su autoría junto con otros destacados colegas. También en esa introducción Friedman apunta que el establecimiento de la Mont Pelerin Society en 1947 -la academia internacional como la denominaba Hayek- ayudó mucho a refutar las falacias tejidas en torno al individualismo y a explicar sus enormes beneficios respecto a su consideración por las autonomías individuales y el consiguiente estímulo a las más extendidas aperturas a las relaciones contractuales entre las personas de todo el globo.

Se ha exhibido hasta el cansancio las tretas en las que está complotado un grupo para afirmar falsedades frente a gráficos varios en las pantallas que se muestran a todos y que finalmente resultan en que un sujeto no informado que se lo invita al grupo termina por sostener las mentiras que dicen todos los demás. Esto para explicar la malsana tendencia a dejarse empujar por lo colectivo.

En resumen, el individualismo resalta y resguarda la condición humana de cada cual en cuyo contexto la función de los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno deben cuidar y preservar el derecho de cada uno de los miembros en su jurisdicción y abstenerse de manejar el fruto del trabajo ajeno. La hipocresía colectivista pretende ocultar resultados altamente negativos con un discurso mentiroso dirigido a conquistar a incautos y desprevenidos frente a la avalancha de miserias que invariablemente generan las granjas colectivas y equivalentes que siempre hundieron a la gente en las hambrunas y las miserias más desgarradoras vía de lo que en ciencia política se conoce como “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie. El colectivismo aplasta al individuo y a sus derechos que son anteriores y superiores a todo gobierno.

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