Locro picante

Argentina pasó de ser tierra prometida a una donde un número importante de jóvenes -y no tanto- se prometen otra tierra para salir del pantano

Alberto Fernández acompañado de su gabinete antes de ir al Tedeum por el 25 de Mayo

Son los días que vivimos. Ahora, al poner aquí sin dogma ni corral ideológico sobre lo que ocurre, va en compañía la tradición del guiso precolombino con añadidos a la llegada del español. No se trata de que a alguien le guste o no, ni de que sea necesario comer locro - ruqru en quecha- sino de simbolizar una manera de representar la historia aún sin el menor dato acerca de que por esos días de 1810 se comiera especialmente. Es ceremonia, gesto.

Al celebrar lo que fue el principio de lo que iba a ser bastante después la independencia, hubo sí unos pocos paraguas, ponchos, mantos. Llovía, como el miércoles. La frase “el pueblo quiere saber de qué se trata” quedó. Tiene vigencia en estas horas.

Las realidades paralelas, poder y gente común que espera o desespera, aparecen ahora con varias de las cuestiones que hay que bancar en un país que pasó de tierra prometida a una donde un número importante de jóvenes -y no tanto- se prometen otra tierra para salir del pantano. Saber de qué se trata. No se sabe. Los hechos se enmascaran y se desconfía de lo que sucede.

El 25 de Mayo, con perfil especial a la vista, por si hiciera falta, se vio un poder que está dividido y en crisis descomunal hasta urdir con zancadilla medida y precisa al mismo gobierno que lo representa. El ataque, la burla y la frustración han surgido y expresado en varios tonos siempre desde los opositores. Pero nunca de manera tan hiriente y despreciativa como en voces pronunciadas desde el mismo Gobierno hacia el mismo que lo encabeza. Tal vez no sea un Presidente que arracime aprobación (como en el caso de Cristina: las encuestas sobre imagen positiva están los dos a la baja). De todos modos, las frases como las de “dejar el cargo más alto” o “ser retirado como quien molesta borracho en espectáculo festivo y debe ser retirado”, no han sido vistas y escuchadas hasta ahora en estas tierras. El locro fue picante. Como si cuanto ha llegado hasta nosotros no fuera producto de una coalición, así está la fractura expuesta entre bandos.

Las papas queman y hay que señalar las dos posiciones en el enconado poder vigente para ver algo en la niebla: algún sabor en alguna parte con sostén de los poderes democráticos. El Ejecutivo no siempre mantiene las mismas ideas, ni el mismo grado de método y aún coherencia en cada caso, con mensajes o arranques de guitarra y, enfrente, la posibilidad de discutir si el sistema político en poderes que se controlan entre sí no han envejecido un poco y tendrían que pasarle el plumero. De frente. Explícito. Si se trata del Presidente y músico ocasional, a la espera de que algo casi milagroso mejorara la economía. Al otro lado, impaciencia por serruchar a mayor velocidad.

El Presidente junto a Mario Poli

Los cronistas próximos a los despachos políticos clave cuentan que el Presidente y la Vicepresidenta no se hablan. Cuesta creerlo, sí, pero – juran- no tienen diálogo: silencio. Solo la salida de algún ministro con una cabeza en bandeja bien servida podría imaginar un cambio, modificar las caras abraguetadas y avizorar alguna unidad.

En tanto, se hizo el Tedeum

El Papa envió una líneas a Alberto Fernández por el 25 de Mayo, aunque no de puño y letra. Pocas palabras. Fueron enviados desde Roma por el cardenal Parolin con buenos deseos para los problemas no resueltos por intermedio de la Virgen de Luján y entregado al nuncio. Desde lejos. La Iglesia influye mucho en la Argentina. Es razonable que con Bergoglio más aún, pero la firma del Pontífice no estuvo. No fue de usted a usted. Con locro frio y un puente antes de llegar.

Puente sobre aguas turbulentas

El país necesita puentes para pasar las aguas turbulentas. Tiene una historia de incumplimientos. No nos creen y llevará mucho tiempo enderezar el modo rampante en que retozan la falta de cultura y el vuelo en el ejercicio político. Hay personas capaces y honestas, seguro, pero el promedio es gallináceo. A mi juicio, demasiados años de discurso y rumbo rancio han determinado falta de capacidad de pensar en libertad. Han crecido la ordinariez generalizada de maneras y actitudes, la violencia despiadada, el desorden y el catastrófico atraso en la educación. Los entusiasmos intelectuales y sociales que hacen furor han envejecido hace por lo menos cincuenta años. Es un país muy lindo, está bien, pero parece en esforzarse por dejar de ser un lugar grato. Es tenso, agarrotado. No pocas veces se dice que ha terminado la llamada cultura del trabajo. No forman multitudes la exigencia de tener un manera limpia de ganarse los días. El deseo de conseguir plaza en trabajos suficientes y dignos es poco. Pero hay millones de compatriotas que consideran el trabajar una carga y una estupidez, una gilada. Hay toda una tangología al respecto. Viene de lejos.

El crecimiento pantagruélico de la asistencia social desde las organizaciones integradas por el oficialismo o fuera de él con fines distintos es un factor determinante y un precio altísimo: muy pocos líderes sociales han empezado a encarar el paso desde los planes al trabajo puro. En gran medida por la mirada temerosa en el presente y en el futuro -qué hacer- y en gran medida porque lo recibido es ya de poca duración. Necesidad larga y el remedio para alargarlo podría ser peor que el remedio. El perro quiere morderse la cola. En el desquicio del laberinto sin salida por arriba quedan los refugiados bajo la sombra del presupuesto: instituciones provistas de millones de tal modo que se hace difícil creerlo. O funcionarios atornillados. Ese territorio ocupa buena parte de la división en el Gobierno, mientras los candidatos en formación desde la oposición, lanzados a sus campañas, no pierden el hilo de prometer unidad y niegan toda candidatura personal: “No es el momento. Es la hora de proponer y realizar llegado el caso”.

Ni el cocinero más cool o más torpe puede proponer locro frío. Si un viento de lucidez y valentía no compone esto, perdemos. Todos.