Como institución social, la escuela debe estar al servicio del fin primordial de cooperar con la familia en la educación de los alumnos, favoreciendo su desarrollo armónico e integral en todas las dimensiones de la persona para que puedan desarrollar un Proyecto de Vida que los plenifique.
En aras de cumplir con ese fin último, cada escuela determina una forma de organización institucional y pedagógica que considera la más adecuada para potenciar la educación de sus alumnos.
Entre todas las diferentes variantes que puede tomar esta organización hay una que, en los últimos tiempos, ha venido ganando cada vez más fuerza a nivel mundial: la Educación Diferenciada.
Si bien existen diversos subtipos de este formato escolar, todos coinciden en tener como base la separación de las clases según el sexo de los alumnos.
La Educación Diferenciada implica separación para recibir clases en diferentes asignaturas y no, como usualmente suele creerse: “separación de colegios”. Efectivamente, las escuelas “de un solo sexo” son consideradas como parte de la Educación Diferenciada, pero no son su único modelo. Existe, también, la llamada “CoEducación” Diferenciada.
En este último sistema, un colegio de tipo “mixto” divide los grupos de alumnos por sexo. Es decir, generando, por cada año escolar, un grupo solo de varones y otro solo de mujeres, ambos con los mismos contenidos curriculares, docentes y directivos pero siendo su gran innovación pedagógica lograr mejores resultados en el aprendizaje al atender a las características específicas de cada sexo. El resto de la actividad escolar, incluyendo la convivencia en los distintos ámbitos del colegio y proyectos especialmente concebidos para la integración y la socialización, se hacen en forma conjunta.
De esta manera, se logran mejores condiciones de desarrollo, alcanzándose altos estándares de calidad en la educación que los alumnos reciben y manteniendo, al mismo tiempo, todas las ventajas que ofrece la educación mixta en términos de socialización y aceptación y conocimiento del prójimo. Dicho de otra manera, se combina lo mejor de dos paradigmas que, por sí solos, resultan insuficientes para garantizar un desarrollo integral de la persona.
Erróneamente se suele creer que la elección de un proyecto de Educación Diferenciada, en cualquiera de sus variantes, está motivado por cuestiones “morales” o “confesionales” o, incluso, podría ser considerado algo anticuado y retrógrado.
Lo cierto es que este modelo de educación está respaldado por evidencia que comprueba que existen diferencias entre los sexos en términos emocionales, de desarrollo y comportamientos en el ámbito escolar. Y que, atendiendo a estas diferencias, es posible desarrollar mejor todas las potencialidades de los niños y adolescentes en un contexto de libertad y respeto de sus inclinaciones naturales, limitando la caída en estereotipos que exageran o caricaturizan los rasgos propios de cada sexo.
La Educación Diferenciada ha sido adoptada y sigue creciendo en cientos de escuelas de algunos de los países en los que se tiende a alcanzar una real igualdad de oportunidades, como Estados Unidos, Australia, Reino Unido, España o Alemania.
En estas naciones, se presencia la implantación definitiva de este modelo pedagógico, el cual reúne, gracias a la evidencia empírica que lo respalda, gran aceptación social, siendo reconocido como una de las innovaciones pedagógicas más poderosas e importantes de las últimas décadas al margen de ideologías, creencias o tendencias.
El tiempo que un niño está en la escuela es el 15% del año. El restante lo vive en espacios sociales que son, naturalmente, mixtos, y en los cuales las relaciones entre los sexos son muy naturales. En este contexto, resulta necio renunciar, por reduccionismos y simplificaciones, a los comprobados beneficios que la Educación Diferenciada ha demostrado en todo el mundo.
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