Un interesante fallo de la Suprema Corte de Justicia mexicana pone en valor un tema que hace a los DDHH en su vinculación con la comunicación. Y despierta para la Argentina la posibilidad de un sano debate.
El derecho de las audiencias, tan importante como valor constitutivo de las democracias, se coloca en el eje de una decisión judicial que obliga a los medios de comunicación a hacer distingos notorios entre lo que se brinda como información y lo que es opinión periodística o editorial.
Desde aquella famosa frase “Los hechos son sagrados pero el comentario es libre”, mal atribuida al jurista Carlos Fayt en 2013, ya que está tomada del legendario periodista inglés Charles Prestwich Scott, quien la escribió en 1921 (“Comment is free, but facts are sacred”) en un número aniversario del diario The Guardian, se viene discutiendo en un marco de fuerte tensión los límites entre la libertad de expresión y ciertas regulaciones estatales.
En México, los propietarios de medios ya reflotaron esta tensión exclamando que cualquier intento regulatorio es censura. Como afirmarían todos los dueños de medios de todo el mundo. Con la validez nacida de su posición y sus miradas, que, por supuesto, no es la única. Hay otras perspectivas para ver esta bifurcación de derechos.
Es más, aun reconociendo que quienes poseen el poder económico de manejar medios y sus atributos editoriales tienen ciertas razones históricas para quejarse ante muchos atropellos sufridos por parte de censores de verdad y regulaciones antojadizas que compelían legalidades y limitaban sus posibilidades de existencia, este debate abierto sobre la distinción entre “opinión periodística e información” en nada amenaza algún derecho ni pone en pica libertades mediáticas. Solo intenta separar, como la paja del trigo, algo tan confuso hoy en la mayoría de los medios del mundo como lo es la distorsión de la noticia al combinarla, sin aclaración alguna, con la opinión del dicente mediático.
Los consumidores de medios tienen el derecho innegable a poder diferenciar, mediante el mecanismo que el mismo medio elija como conveniente (pero mecanismo claro al fin), qué cosa es la información nacida de la intermediación entre el fenómeno de opinión pública (la noticia) y la audiencia y que otra cosa es la opinión del periodista que acompaña tal información.
En Argentina, sobre todo en medios radiales y televisivos (más en estos), existe una mezcla de opinión y hechos, que no solo atenta contra la clara percepción de una información, sino que degrada al sujeto mediático (periodista, conductor, productores) que la provoca.
Y, aclaro, esto ocurre en canales de TV, radios, etc, ubicados en la defensa y el agravio a todos los espacios políticos. La grieta, el contrapunto cotidiano que hace jugar a los medios como peones de colisión para la hostilidad política, no hacen diferencia en esta amalgama que junta, para mal, opinión y noticia. Todos los que están en ese rubro del enfrentamiento lo hacen.
Entonces, no es atacar medios ni limitarlos. Es ofrecer cierta garantía de respeto a quienes constituyen el cosmos medular en el sistema de medios, su sustancial sujeto de interés como son las audiencias.
Así como en medios gráficos es usual ver aclarado cuando una nota es publicitaria, con similares formas hay que marcar la diferencia, en los medios audiovisuales, cuando la opinión del periodista no encuentra distancia con la noticia y todo se envuelve en el contorno de la información.
Y por supuesto, esa opinión juega el rol de “publicidad propia” para quien la dice y es ajena al espíritu puro de la información.
No se pretende que no opinen, sino que esa opinión tenga una nítida diferenciación con lo informado como noticia. Para cumplir aquello que tanto repiten nuestros cronistas audiovisuales de “esto es información pura, no opinión”. Pues acompañamos esa frase y hacemos votos por su cumplimiento.
Siempre el equilibrio contiene positividad. Hay que hallar, sin peleas infructuosas ni conflictos que violenten necesarias cordialidades entre los actores del mundo audiovisual, las ponderadas medidas que hagan justa la consolidación de los derechos de los medios y de las audiencias.
Y tomemos otra frase del respetado Charles Prestwich Scott, tan alabado por los dueños de medios en todo el mundo, cuando dice: “Una de las virtudes, tal vez la virtud rectora, de un diario es la independencia. Cualquiera sea su posición o ideología, cuanto menos debe tener su propia alma”.
Cambiemos “diario” por “medio” y coincidimos en la búsqueda de ese “propio alma”. Que no es otra cosa que la noticia, la información que, con claridad, sesgo personal desde ya, pero sin contaminaciones artificiosos, llega a las audiencias.
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