Un nuevo sol de Mayo

Se ve opacado por la sombra que proyecta el desmembramiento social, pero debe volver a encaminarnos hacia la cultura del esfuerzo, del sacrificio, de la formación educativa sostenida que nos coloque nuevamente en la larga ruta del progreso

Nuestros padres fundadores permitieron sentar las bases de un modelo de República que hay que recuperar

Un nuevo sol de Mayo asoma en el horizonte. Un sol que no impide observar que nuestros padres fundadores –aun con diferencias, ya que unos propugnaban adaptar el mosaico republicano de los Estados Unidos y otros anhelaban un orden monárquico, aunque distinto del español – se permitieron sentar las bases de un modelo de República, que permitió posteriormente colocarnos en derredor de los países más desarrollados.

Sufrimos el dolor de ya no ser. No nos pasa desapercibido que ese sol de mayo se ve opacado por la sombra que proyecta el desmembramiento social. Afloran luchas intestinas, grietas estériles, conflagraciones fraticidas por espacios de poder, instalación en la agenda pública de problemas que pueden ser importantes para los intereses de algún sector o de un individuo -que juegan su partida a la espalda de los intereses nacional-, pero distante de los segmentos más carenciados.

Pero esta tormenta que se cierne sobre el horizonte no es nueva. Los argentinos hemos sufrido pobrezas, décadas de luchas internas, que han conspirado contra la elaboración de nuestra identidad. En un primero momento, se asemejó a un hombre herido abandonado a la vera del camino. Hoy ese herido es la patria.

Tanto es el daño que se ha hecho a nuestra nación –y tanto tiempo demandará reconstruirla – que muchos de sus comensales fueron considerados descartables de la mesa de alimentos. Debe evitarse que la exclusión del lacerado, o de la patria en su conjunto, defina un proyecto de República: no debemos pasar de largo o imitar al ciudadano eunuco mirando de lejos al necesitado. No debemos, tampoco, pasar de largo o mirar de lejos la demanda que nos exige la nación para armonizar su tejido social.

Ha sido saludable conducir hacia el sarcófago las asonadas castrenses donde los usurpadores de turno se erigían en los salvadores de la patria. Maguer de ello, existe un tardocolonialismo que, travestido con formas jurídicas, acude a discursos nobles que aluden a la democracia pero que la vacían de contenido. La democracia no se desagua, al menos en hogaño, por una insurgencia militar. Por el contrario, se encoge, entre otras cosas, con las garantías de inmunidad que pretenden ciertos bandidos o por procedimientos demagógicos que anhelan imponer lideres demiurgicos que, si bien poseen legitimidad de origen, pretenden colocarse por encima de la ley por entender que solo ellos escuchan la voz del pueblo.

La fecha nos impone recordar a nuestro genial Jorge Luis Borges, que en su “Oda por el sesquicentenario” predicaba que “nadie es la patria, pero todos los somos”. No es solo la decepción lo que separa a los representantes, directos o indirectos, de los representados, sino el enojo. La percepción que tienen los primeros, en relación a que la actividad estatal es que los mandatarios, en general, se ríen de los problemas comunitarios, simulado preocupación, pero sus miradas se posan sobre sus propios contratiempos.-

La exigencia de hora demanda dirigirnos derechamente hacia un gran pacto nacional. Este debe tener una mirada amplia, generosa, ausente de cualquier ribete funcional o coyuntural, conduciendo hacia la bóveda a los intereses sectoriales o individuales.

Este nuevo sol del mayo debe volver a encaminarnos hacia la cultura del esfuerzo, del sacrificio, de la formación educativa sostenida que nos coloque nuevamente en la larga ruta del progreso. La pobreza y el asistencialismo deben ser estados transitorios; resulta impropio concebir a la primera como santa, abrazada por la deidad o como prenda de pureza moral.

Nuestros padres fundadores pergeñaron una nación no para esa hora, sino con miras hacia las generaciones venideras. Hoy se exige el mismo compromiso: la inversión de hoy, será una recompensa cuyos frutos recogerán nuestros hijos o nietos. Al tiempo no lo podemos someter, pero sí está en nuestras manos perseverar unidos los objetivos del bien común para las generaciones venideras.

Por ello, sin el menor ánimo de arrojarme una representación que nadie me ha conferido, creo que la corteza de la agenda social alcanza a los problemas inflacionarios; la escasez crónica de divisas; la perdida de reservas; la cíclope presión tributaria; los elevados guarismos de pobreza, ocupación y subocupación; la pérdida del poder adquisitivo; las dificultades de las instituciones estatales para abordar las políticas públicas en toda su amplitud; la inseguridad y la corrupción galopante.

Esperemos que este nuevo sol de mayo nos coloque en el rosicler de un nuevo pacto fundacional que abrigue los acuciantes temas comunes y nos aleje de miradas o beneficios individuales.

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