El gobierno es un desbande sin líderes ni herederos

Mientras los movimientos sociales oficialistas buscan darle oxígeno al Presidente en sus ambiciones de continuidad, Cristina no tiene un candidato fuerte que la suceda. Nadie parece escapar de la mancha maldita del fracaso del gobierno que ella entronizó

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Cristina Kirchner y Alberto Fernández (REUTERS)
Cristina Kirchner y Alberto Fernández (REUTERS)

Cuando una persona dice una cosa y luego exactamente lo contrario genera en primera instancia confusión. Cuando esa secuencia se reitera con distintos temas la persona deja de ser confiable. Y si la pauta camaleónica se vuelve la costumbre, llega un momento en que no se le cree nada de lo que dice. Eso le pasa al Presidente y en este doblez permanente no tiene nada que ver Cristina Kirchner y sus mil asedios.

Quizás nada ejemplifica mejor esa estafa de la palabra presidencial que el escándalo de Olivos donde el doble standard fue además una traición a la sociedad ante la cual el Presidente no muestra arrepentimiento y actúa como si haber mentido sobre la cuarentena mientras le ordenaba encierro al país, fuera cualquier trámite judicial. Cuando el Presidente dice que hace uso de sus derechos como cualquier ciudadano omite su ofensa como máxima autoridad y su obligación de ejemplaridad. Es cierto, esas no son categorías judiciales, sino morales y políticas.

La gran paradoja es que Alberto Fernández perdió la oportunidad de ser la alternativa a Cristina. Después de tanta humillación, sus primeros trazos de firmeza oponiéndose a los designios de ella no fueron acompañados por la construcción de poder interno y mucho menos por el favor popular. La encuesta de Poliarquía dio cuenta de la desastrosa imagen de su gestión. Lo que podría haberle aportado la rebeldía o la independencia lo borra día a día su propia inconstancia en medio de enormes problemas. Una muestra de ello es haber anunciado retenciones contra todo lo dicho y acordado con su propio equipo.

En cualquier estructura normal de poder, si luego de una afirmación tan categórica sale un ministro a desmentir al Presidente, ese ministro se tiene que ir. En este caso, el ministro de Agricultura tenía razón y la desmentida al primer mandatario fue más una ayuda que un desafío. Ni los propios pueden estar seguros de que el Presidente sostendrá las posiciones que él mismo los alienta a defender.

En ese contexto, sin embargo, sí puede afirmarse, que en la figura del Ministro de Economía Martín Guzmán, el Presidente ha delegado la sustentabilidad que a él mismo le falta. Algunos lo miran como el sostén de su gobierno, y no faltan atrevidos que se animan a postularlo como candidato luego de haber cruzado el desierto de lapidaciones K y que no lograran echarlo. Haber puesto bajo su órbita al cristinista secretario de comercio Roberto Feletti, es también una indicación de su avance interno, pero sobre todo del desembarco en un área en la que se juega la cuestión más delicada: la inflación. En una administración normal a Feletti lo hubieran echado por inepto hace ya meses, pero en un gobierno que defiende controles de precios aunque nunca hayan dado resultados, muchos deben verlo como un héroe de la resistencia.

La que de verdad no resiste es la gente. Y lo demuestran los preocupantes indicadores de baja en el consumo -incluso de alimentos- que ya enfrían la economía a un mínimo 1 o 2% de crecimiento para fin de año según estimaciones privadas. En este contexto, los socios voraces de la coalición de gobierno lejos de rescatarse, piden plata y más plata, como si ya no importara saber que eso causará más inflación. Como si el 70% con el que puede cerrar el año no importara. Es que asoma el año electoral y cunde la desesperación, de la misma manera en que cunde el desbande. Y ese es el otro dato.

Hoy el gobierno no sólo está fracturado sino que en ambos lados de la fractura campea la debilidad. El acto del Presidente para el que tomó lista el jefe de Gabinete Juan Manzur apenas tuvo a un gobernador y a 11 de los 21 ministros. Los que arriesgaron presencia tampoco se llevaron el discurso de relanzamiento que les prometieron.

Del lado de La Cámpora, aunque busquen la diferenciación, y acusen al gobierno de todas las maneras posibles, no podrán despegarse del fracaso. Cristina es la madre de la criatura. Ella está llegando a tiempos judiciales de definiciones que hubiera querido evitar. En su mayor debilidad interna, sin haber podido derribar a la Corte ni condicionar a la justicia con sus reformas se asoman malas noticias. La acusación del fiscal Diego Luciani en el juicio por la llamada causa madre de corrupción en la obra pública tendría acusación antes de la feria de invierno. Esa causa en la que se la juzga como jefa de una asociación ilícita que defraudó al estado por 46 mil millones de pesos mediante el otorgamiento de unos 50 contratos irregulares al amigo presidencial Lázaro Báez, podría tener sentencia antes de que termine el año. Es ese juicio en el que ella advirtió al tribunal que ya la había juzgado la historia.

Pero la historia a veces juega con ironías. A este probable derrotero de la causa Vialidad, se sumarán casi seguras decisiones adversas en al menos dos juicios que la vicepresidenta quiso evitar.

Es curioso: a Cristina se le viene la noche en lo judicial sin que Alberto pueda ser el depositario del cambio en el péndulo del poder. Y el año y medio que resta es un valle de lágrimas. A él lo sostienen, parte del sindicalismo, los movimientos sociales oficialistas y mantener entre algodones el acuerdo con el Fondo como ancla frágil, muy frágil.

En esta foto de grietas internas, no parece haber ganadores de la pelea sino triunfos pírricos, de cara a una sociedad que la está pasando mal, muy mal. Que alguien encuentre un heredero en esta malaria. Mientras los movimientos sociales oficialistas buscan darle oxígeno al Presidente en sus ambiciones de continuidad, sólo basta ver las encuestas para entender el vuelo corto de esa pretensión. Al mismo tiempo, Cristina no tiene un candidato fuerte que la suceda. Nadie parece escapar de la mancha maldita del fracaso del gobierno que ella entronizó y del que no puede ni siquiera irse con un portazo, porque necesita fueros y cajas.

La verdad es que nunca existió una idea común. Sólo recuperar el poder. Alberto Fernández, no se sabe quién es y a ella se le cayeron las máscaras. Él dice a cada quien lo que quiere escuchar pero sus contradicciones consigo mismo devastaron su credibilidad. Encima, por momentos, el Presidente parece al menos, desenfocado.

Las respuestas que no tiene el Presidente vienen contundentes por otro lado. El censo con el número de habitantes revela que en los últimos 12 años Argentina directamente no creció y que el PBI per cápita de unos 10.500 dólares demuestra lo que ya sabemos, que somos más pobres. Más de una década, no ganada. 47.327.407 millones de sueños, a los que se les ha negado un destino

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