De Bismarck a Scholz: la compleja realidad alemana frente a Rusia

La política energética de Angela Merkel no fue más que la continuidad de una larga complementariedad ruso-alemana. Una realidad impulsada desde tiempos de la Guerra Fría, cuando Alemania Occidental buscó un apaciguamiento con Moscú y el gobierno de la República Democrática Alemana (comunista)

FILE PHOTO: Russian President Vladimir Putin shakes hands with former German Chancellor Gerhard Schroeder during a meeting with heads of foreign companies and business associations as part of the St. Petersburg International Economic Forum 2016 (SPIEF 2016) in St. Petersburg, Russia, June 17, 2016. REUTERS/Grigory Dukor/File Photo

Mientras se está por cumplir el tercer mes desde la invasión rusa a Ucrania, las repercusiones económicas del conflicto proyectan dificultades para la Unión Europea. Una realidad que tendrá efectos significativos en Alemania, el país más importante del bloque y considerado la locomotora de la Unión.

Los hechos tienen lugar en el marco de la decisión de la Unión Europea de prohibir las importaciones de carbón a partir de agosto y ante la posibilidad de expandir esas restricciones al petróleo. Esta última es una perspectiva que ha despertado la resistencia de algunos miembros, como por caso la Hungría de Viktor Orbán y otros países mediterráneos, inquietos por las dificultades y costos que una transición energética podría suponer.

El día 19, Bruselas anunció que pondrá en marcha un plan de cinco años destinado a terminar con la dependencia del gas ruso. Un programa denominado “REPowerEU” que tendrá el gigantesco costo de trescientos billones de euros y que, de acuerdo con la presidente de la Comisión Europea, Ursula van der Leyen, busca “independizarnos lo antes posible de los combustibles fósiles rusos”.

Hasta ahora, Rusia suministra el 40 por ciento del gas utilizado por el bloque y el 27 por ciento de las importaciones de petróleo. Una angustiante realidad que a partir de la invasión rusa a Ucrania aceleró un debate para repensar su política energética. Al punto de poner en entredicho el legado histórico de Angela Merkel.

El pasado 18, el Wall Street Journal relató que el gobierno encabezado por el canciller Olaf Scholz había quedado shockeado al tomar consciencia sobre el grado de dependencia que su país tenía respecto de la energía rusa. El propio vice-canciller y titular de Economía, Robert Habeck advirtió que Alemania no cuenta con un plan de contingencia para reemplazar la importación de energía de Rusia y calificó la situación como “catastrófica”. Y denunció que Moscú estaba utilizando la energía como arma geopolítica, de pronto una obviedad.

La ex canciller Angela Merkel, quien se retiró del poder hace escasos meses, había impulsado políticas que en búsqueda de fuentes de energía baratas llevaron a que Alemania tenga una dependencia del gas ruso en una medida que se aproxima al 55 por ciento del consumo total. Fue durante su extendido gobierno (2005-2021) cuando se construyeron los dos gasoductos (Nord Stream 1 y 2), acaso la expresión más reciente de la complementariedad económica ruso-alemana. Y fue entonces cuando Alemania limitó al extremo el uso de la energía nuclear.

Pero la política rusa de Merkel no fue más que una continuidad de una larga complementariedad ruso-alemana. Una realidad impulsada desde tiempos de la Guerra Fría, cuando la entonces República Federal Alemana (Alemania Occidental) -tal vez siguiendo una antigua enseñanza de Otto von Bismarck que prescribía que la estabilidad europea requería nunca ir a la guerra con Rusia- buscó un apaciguamiento con Moscú y el gobierno de la República Democrática Alemana (RDA).

Corrían entonces los años setenta y la atmósfera híper-realista de la Detente promovida por Richard Nixon y Henry Kissinger. Mientras en Bonn gobernaba el carismático canciller socialista Willy Brandt (1969-1974), quien exploraría un camino pragmático de relación con su gigante vecino del Este (Ostpolitik). La que no sería sino una orientación basada en la necesidad de alcanzar acuerdos de complementariedad y cooperación a través de un entendimiento con Leonid Brezhnev y Eric Honecker.

Pero tal vez sería el socialdemócrata Gerhard Schroeder (1998-2005) la cara más visible de esa política. Cuando casi treinta años más tarde sellaría los acuerdos con Moscú que luego perfeccionaría su sucesora, Angela Merkel.

Algunas circunstancias personales generarían una extendida polémica. Especialmente dado que después de dejar el poder Schroeder fue premiado con un puesto de directivo de Gazprom convirtiéndose en el mayor lobbista para el gigante ruso así como para Rosneft.

La “Sauna Diplomacy” de Schroeder con Boris Yeltsin y luego con Vladimir Putin llenaría de críticas al entonces jefe del SPD. La semana pasada, la coalición de gobierno alemán anunció que buscará remover en el comité de presupuesto del Bundestag (Parlamento) los privilegios que Schroeder conserva por su status de ex canciller como consecuencia de sus íntimos y controvertidos lazos con Rusia y con el propio Putin.

En tanto, el vocero del Kremlin Dmitry Peskov afirmó durante una conferencia de prensa el viernes 20 que Rusia no proveerá gas en forma gratuita a nadie. Lo hizo al responder a la actitud del gobierno de Finlandia de negarse a pagar en rublos por la importación de gas, una exigencia decretada por Putin el 23 de marzo pasado, y pocas horas antes de que el suministro fuera directamente suspendido. La situación tuvo lugar en simultáneo con la venia que el presidente norteamericano Joe Biden brindara para el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN.

Al momento de producirse la invasión rusa a Ucrania, el pasado 24 de febrero, se estimaba que Alemania pagaba unos doscientos millones de euros diarios a Rusia en materia de importaciones energéticas.

Pero la política alemana de procurar un entendimiento con su gigante vecino no podía sino despertar cuestionamientos al otro lado del Atlántico. El experto Alberto Hutschenreuter -probablemente uno de los latinoamericanos que más ha estudiado las estratégicas relaciones ruso-alemanas- sostiene que “en el segmento energético la guerra funge funcional para los intereses estadounidenses porque impacta en la economía rusa, “desacopla” a la UE (y especialmente a Alemania) de Rusia y, finalmente, deja a Estados Unidos como potencial proveedor de Europa”.

Lo cierto es que Berlín se vio obligada a suavizar las regulaciones ambientales para acelerar la posibilidad de reemplazar las importaciones de energía rusas a través de la construcción de nuevas infraestructuras permitiendo montar terminales portuarias de Gas Natural Licuado, despertando críticas de grupos ambientalistas

El gas natural importado de Rusia ha sido una fuente fundamental de energía a bajo costo que ha dotado de gran competitividad a la economía alemana. Al punto que, de acuerdo a algunos estudios, su limitación podría implicar una dramática caída de casi cinco puntos del PBI alemán.

En ese marco, de acuerdo a un informe del Financial Times del día 16, la Unión Europea ha reducido su pronóstico de crecimiento para este año y ha recalculado las expectativas inflacionarias en la zona a partir de la crisis energética. De acuerdo a su última estimación, tanto la UE como la zona del euro verificarán una expansión económica de 2,7 por ciento, un dato sensiblemente menor que el proyectado de 4 por ciento, a la vez que se espera un aumento significativo de la tasa de inflación.

Los hechos parecen demostrar hasta qué punto las presentes circunstancias históricas muestran una creciente interdependencia entre los factores geopolíticos y el devenir económico y social de la población global. Tal como resulta evidente al comprobar los resultados de la interrelación entre Europa y Rusia.

Una realidad expresada en dos realidades políticas geográficamente contiguas, pero históricamente desfasadas. Como explicó Robert Kagan en “The Return of History and the End of Dreams” (2008) cuando respondiendo al optimismo de Francis Fukuyama advirtió que la Unión Europea y Rusia eran dos vecinos que vivían desde el punto de vista geopolítico en dos siglos distintos.

En el que mientras los europeos habían construido una suerte de paraíso posmoderno del siglo XXI, los rusos persistían como una potencia revisionista con comportamientos propios del siglo XIX.

El autor es especialista en relaciones internacionales. Fue embajador argentino en Israel y Costa Rica

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