Asistimos a un proceso de radicalización de las derechas a escala global, regional y local. Discursos de odio, fake news y antipolítica son parte de un repertorio que crece día a día y pone en riesgo los consensos democráticos básicos.
En este contexto, los conceptos de libertad, libertarios y república han sido banalizados, tergiversados y deteriorados. Quienes lo evocan en sus “cruzadas” contra el populismo olvidan los crímenes atroces y las persecuciones que se han cometido en nuestro país y en América Latina en nombre de la República y la Libertad.
A su vez plantean un antagonismo absolutamente falso entre Libertad o Populismo, que en el fondo es una forma aggiornada de la lógica civilización o barbarie. En ese sentido equiparan como sinónimos positivos los conceptos de Libertad y Civilización por un lado y como negativos Populismo y Barbarie por el otro. El problema de este razonamiento es que oculta que en realidad la noción de civilización es profundamente agresiva y binaria porque excluye y legitima la desigualdad.
Si nos guiamos por sus discursos y sus acciones, defienden una República de minorías y una libertad sólo para unos pocos, de esta forma se reproduce una vez más la incapacidad de las elites para elaborar un proyecto de una Argentina integrada. Porque detrás está la idea de que hay un excedente, una parte del país que sobra a quienes se los etiqueta como los no republicanos y los autoritarios. Planeros, parásitos, kukas, peronchos son parte de la Argentina del atraso, de la argentina populista. Así es como este renovado planteo de civilización o barbarie naturaliza que existan ciudadanos de primera y otros de segunda mientras que construye motivos para que sea correcto odiar al otro.
República, meritocracia, discurso de odio, hiperindividualismo, conforman un combo explosivo, una suerte de racismo criollo que a partir de categorías peyorativas como “negro”, “choriplanero”, “vago”, “populista” niega la existencia del otro como un par, un igual, un sujeto de derecho. Es que al fin de cuentas los discursos de odio son una manera de organizar explicaciones simplistas sobre los problemas y dificultades que atraviesan a una sociedad, responsabilizando por estas situaciones a un supuesto “otro” distinto a “nosotros”. Un “otro” constituido por estereotipos, prejuicios, al que se lo coloca como una amenaza.
A su vez esta situación conlleva a la paradoja de que estos supuestos libertarios poco tienen de liberales y menos de libertarios. Más bien, bajo esas etiquetas en realidad se esconde un proyecto profundamente autoritario con rasgos neofascistas. Con el liberalismo clásico de Locke, Rousseau, Smith o de Alberdi y Sarmiento, se puede estar más o menos de acuerdo pero es innegable que en su núcleo conceptual se abogaba por la amplitud de derechos civiles y políticos, la educación pública, la igualdad de oportunidades, un rol destacado del Estado, el progreso con crecimiento integral, del mismo modo que se promovía en todas las constituciones principios jurídicos para evitar la justicia por mano propia , garantizar el principio de inocencia y el estado de derecho.
En cambio, los nuevos “libertarios” reaccionan de forma agresiva y violenta contra cualquier amplitud de derechos (por ejemplo, Ley de Cupo Trans, Interrupción Voluntaria del Embarazo, Documento no Binario, o la nueva Ley de VIH), sus enemigos principales lejos de ser los poderes facticos del establishment son los feminismos, el movimiento obrero organizado, los pobres y el Estado. Vale aclarar que con el Estado sucede algo curioso: dicen estar en contra de que garantice protección social, pregonan “achicar” su tamaño, pero sin embargo avalan un Estado que subsidie y financie a las corporaciones privadas y a los oligopolios. No quieren un Estado ausente, quieren un Estado presente, muy presente para defender al 1% más rico.
Queda para otro artículo hablar del plagio y la ensalada permanente que hacen de pensadores liberales como Ayn Rand, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y Murray N. Rothbard y Michael Anissimov.
La cuestión central es que no se puede subestimar este fenómeno ya que la democracia moderna en tanto orden político y social está siendo crecientemente cuestionada a nivel global, en especial cuando coexiste con modelos económicos que siembran o consolidan importantes desigualdades.
Esta situación supone a priori dos grandes riesgos para el mediano y largo plazo.
El primer riesgo lo constituye una situación donde la democracia perdure en tanto sistema político institucional, pero crezcan las prácticas sociales autoritarias y violentas que habilitan discursos de odio y que también se pueden manifestar en formas de violencia hacia las minorías, violencia política o discriminación.
El segundo riesgo supone un estado de cosas donde no solo crecen las prácticas sociales autoritarias, sino que también se deteriora de forma significativa el complejo institucional democrático: implica poderes que dejan de funcionar o lo hacen de forma parcial y arbitraria. Se rompe el equilibrio y la división de poderes, pero también su compromiso con la ciudadanía y el bien común.
Frente a este escenario los proyectos populares deben salir del estado de “suspenso táctico” del cual daba cuenta Álvaro García Linera. Deben entusiasmar, convencer, invitar, hacer valer su nombre.
Las derechas están ganando terreno. Las hemos estudiado bastante. Debemos buscar espacios desde donde interpelar a los proyectos populares: de lo contrario, perdidos en los laberintos conceptuales de las supuestas rebeldías libertarias, corremos el riesgo de dejar de lado el estudio de nuestras propias falencias.
Desde el campo popular necesitamos repensar el Estado, la democracia, los derechos, el concepto de igualdad. Debemos estar a la altura de los tiempos que corren. Entender las nuevas demandas de la sociedad y los sujetos sociales que empujan para ser oídos.
Las discusiones por la pospandemia nos han dejado incontables debates sin saldar. Salidas por derecha, con discursos de odio y mayor concentración de las elites que pisan cada vez con más fuerza deberán ser contrarrestadas con alternativas populares, pedagogías liberadoras e inclusión de las mayorías. La pregunta es cómo. Cómo hacemos sobrevivir lo colectivo frente a un avance irrefrenable del individualismo. Cómo se ilusiona a las mayorías en un proyecto común si los sentidos globales imperantes apuntan a los senderos de exclusión. Cómo la rebeldía la devolvemos a su lugar innato. Cómo los proyectos progresistas comienzan a pensarse de nuevo.
En este sentido se proponen cinco ejes. No son los únicos, ni los últimos. Pero son un pequeño aporte para el debate.
- Profundizar la democracia. El año que viene se cumplen 40 años de nuestra democracia, es un momento clave para robustecerla y defenderla. Necesitamos construir los Nuevos Nunca Más. Un nuevo Nunca Más económico frente a la toma de deudas irresponsable, un nuevo Nunca Más al Lawfare como práctica de persecución política y a los golpes blandos, un Nuevo Nunca Más a los discursos de odio, un nuevo Nunca Más frente a la depredación del Medio Ambiente.
- Repolitizar la sociedad. A la antipolítica hay que enfrentarla involucrando a la sociedad en los grandes debates políticos, siendo protagonista de las definiciones que toma un gobierno. No es lo mismo una sociedad que se involucra en la lucha contra la inflación, controla los precios y acompaña a enfrentar a los oligopolios a una sociedad que solo observa. Consultas vinculantes, referéndum, uso del art. 40 de la Constitución Nacional para promover proyectos de ley, consolidar instancias de presupuesto participativo, son algunas formas de aumentar la participación ciudadana.
- El cuidado como contracara del odio. El triunfo de los odiadores es sembrar el odio también en sus víctimas. Frente a la insensibilidad y el hiperindividualismo que plantean las nuevas derechas hay que contraponer el cuidado y la comunidad. Esto significa que hay un otro que reconocer, que frente a la adversidad lo que prima es una comunidad que elige protegerse y cuidarse.
- Conectividad como derecho humano. Frente a las corporaciones mediáticas y digitales, que restringen el acceso y el uso de internet. Que hacen del Big Data y el algoritmo una forma de garantizar su propio poder, se le opone la soberanía digital, la tecnología para el bienestar de la población y la internet en tanto servicio público esencial.
- Protección social y trabajo. Frente al falso dilema de que están “los que producen vs los parásitos” hay que distinguir entre trabajo y empleo. El primero es un concepto amplio que involucra a las actividades que realizan todas las personas que producen bienes materiales, simbólicos o de servicios, independientemente de que se encuentren registradas en el empleo formal, como son por ejemplo las tareas de cuidado o las actividades de la economía popular. Se trata de reconocer todas las formas de trabajo, remunerarlas e institucionalizarlas, combatir las nuevas formas de autoexplotación y precarización y disputar nuevos derechos colectivos.
En esta confrontación, el éxito no pasa solamente por cuantos votos saquen los libertarios en las próximas elecciones, sino por evitar que la agenda pública se corra cada vez más a la derecha y nuestra democracia se deteriore. Por eso propongamos nuevos imaginarios alejados de las distopías aplastantes. Escenarios sin rezagados, para todos y todas.
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