La mediocridad es el plan de estudios: les da igual que los chicos no aprendan

Luego de dos años de pandemia y en medio de una catástrofe educativa que aún no terminamos de cuantificar en su peor magnitud es muy impactante pensar que hay funcionarios de educación que, en realidad, buscan encubrir que los chicos no aprendieron

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Es muy impactante pensar que hay funcionarios de educación a los que les da igual que los chicos aprendan o no. O peor, que, en realidad, buscan encubrir que los chicos no aprendieron. O que ellos no enseñaron. O que la cuestión es más amplia y que en un gobierno que odia el mérito la mediocridad empezó a ser también un plan de estudios. O, mejor dicho, un plan de no estudios que simula lo contrario. Luego de dos años de pandemia y en medio de una catástrofe educativa que aún no terminamos de cuantificar en su peor magnitud, noticias como la eliminación del boletín en la escuela primaria de Rio Negro, tomada sin consultar a nadie, de esa comunidad educativa, abren inquietantes interrogantes o confirman las peores sospechas.

En vez de saber qué nota se sacaron los chicos cada bimestre en Lengua, Matemática o Ciencias, en Rio Negro habrá una “apreciación de trayectoria escolar” que se conocerá cada tres meses y que reemplazará las evaluaciones numéricas por notas conceptuales. Obviamente la medida generó polémica entre padres, y fue duramente criticada por la oposición como una elección lisa y llama del camino de la mediocridad. Hasta los docentes se manifestaron en contra por el carácter inconsulto de un cambio que viene luego de un apagón educativo como lo fue la ausencia de clases presenciales. Horas después de que estallara la controversia la máxima autoridad educativa de la provincia salió a relativizar su propia resolución diciendo que en realidad no se terminarían las calificaciones a pesar de que ellos disolvieron ¿qué cosa?, el boletín de calificaciones. Instituyeron un sistema en el que suplen las notas con “observaciones” de los docentes que a fin de año avisan si los chicos fueron o no promovidos. Además de quitarles una escala, un parámetro, un indicador, abren un sistema en definitiva arbitrario.

¿Aprendieron, cuánto aprendieron? No importa. Que la precariedad de la pandemia quede para siempre. Que no haya huellas cuantitativas de lo que después estalla en la universidad cuando los jóvenes llegan con escasa comprensión de textos y en algunos casos incapaces de leer o escribir correctamente. Por problemas de este tenor, 1 de cada 3 chicos no pasa el ingreso en la UBA.

Este tipo de decisión no se da en un marco aislado. Días pasados, la provincia de Formosa, decidió que los estudiantes secundarios puedan pasar de año con 19 materias previas, o sea, casi sin aprobar nada. Lo llamaron “promoción asistida”, y lo fundamentaron en los problemas de aprendizaje y enseñanza derivados de la pandemia. O sea, pasan sin aprender. Con eufemismos como “promoción asistida” decidieron institucionalizar el fracaso de una educación que no educa, de una promoción que no promueve, y de una asistencia que no asiste porque en realidad lo que hace es instituir el imperio de la ignorancia.

Recientemente, Entre Ríos había decidido prohibir las calificaciones por debajo de 4 a los estudiantes secundarios porque afirmaban que “obtura el proceso de aprendizaje”. Como si no saber que los chicos tuvieron un aprendizaje deficiente u ocultarlo pudiera suplir lo que no aprendieron. O que diera igual el que se esforzó para una buena nota o el que no lo hizo. En el caso de Entre Ríos se desató tal polémica que los funcionarios que tuvieron la idea fueron echados y el gobierno reafirmó sus intenciones de buscar una educación de excelencia.

Una nota es en definitiva una valoración. Poner en valor lo que se aprende. Estimular el esfuerzo y llamar la atención del que no logró los objetivos para que finalmente los logre. No igualar para abajo que es lo que realmente se esconde en la reducción de exigencias a los alumnos como si eso les hiciera un favor cuando en realidad los está condenando a una estafa hasta ahora inimaginable en un país que solía jactarse de su educación: la estafa de ir a la escuela y no aprender. El abandono educativo hecho burocracia. Encubierto por el sistema.

Sólo se puede concluir en que prefieren a los chicos ignorantes, con la sentencia de por vida que eso significa en las sociedades modernas de la información donde más que nunca saber es poder. Donde todo se califica, desde el servicio de un chofer de Uber a la calidad de la comida de un restaurante a la atención del empleado del banco. No preparar a los chicos para las calificaciones permanentes es no prepararlos para un mundo en el que se mide el rendimiento en forma permanente. Pero hay algo más grave. Decidir no saber que los chicos no saben, de una forma u otra, encubre una mutilación de las oportunidades que sí devienen del saber. Una mutilación ejecutada por el sistema que si no pudo enseñarles decide que ni siquiera lo va a dejar asentado y hace prevalecer la simulación de un falso altruismo.

Estamos terminando en estos días un operativo de censo para contar con información precisa sobre la vida de la población que permita tomar decisiones correctas en las políticas públicas. Desde distintos sectores se ha cuestionado que no se haga más preguntas sobre trabajo por ejemplo en un país donde reina la informalidad. O sea, sabremos que el 0,12 por ciento de la población no se autopercibe hombre o mujer, pero no profundizaremos sobre situación laboral, o cantidad real de personas discapacitadas, o si se profesa una religión. Que se prefiera temáticas de moda a ahondar cuestiones que podrían revelar datos más fundamentales es sintomático. En un sentido, se elige lo que no se quiere saber. O lo que no conviene saber.

No extraña que en términos educativos estén en contra de los exámenes internacionales o de la evaluación docente. No hace mucho tiempo se escondía el número real de pobres o el índice de precios como admitió la propia Cristina Kirchner en Chaco al reconocer una inflación casi doblemente mayor que la que medía su Indec intervenido. Afortunadamente incluso a pesar de registros que se acercan peligrosamente a marcas de la hiper, no se ha cometido la aberración de falsear los indicadores de precios.

Hoy se conoció que desde 1983 por los paros docentes se perdieron en promedio 24 días de clases por año o un total de 1092 días en los que al menos una provincia no tuvo clases. Claramente la decadencia no es un proceso de un día.

El paradigma de una Argentina educada que se abre camino al progreso, está asediado en los ataques a la cultura del esfuerzo y del trabajo, ya no sólo por un asistencialismo que cristaliza la pobreza sino por un sistema educativo que también niega la dignidad del aprendizaje que es la primera llave algún atisbo de autonomía y desarrollo individual. En vez de igualar oportunidades mediante la educación, igualan calamidades que devienen de no recibirla.

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