La Argentina se encuentra transitando un proceso de destrucción definitiva de su moneda. El peso argentino cada vez vale menos y el rechazo por el mismo es cada vez mayor. En este contexto, el gobierno anunciará oficialmente en algunos días más la creación de nuevos billetes. De a poco le iremos diciendo adiós a los diferentes animales que hoy posan en buena parte de nuestro papel moneda: el guanaco en el billete de $20, el cóndor en el de $50, la taruca en el de $100, la ballena franca austral en el de $200, el yaguareté en el de $500 y el hornero en el de $1.000.
La idea en danza es la de eliminar paulatinamente los “animalitos” coloridos de los billetes y reemplazarlos por próceres (como lo fue desde la creación del peso argentino en 1992). Hasta la ideología de género se ha inmiscuido en el debate por las nuevas figuras dando paso a la paridad de género en la nueva serie de billetes que se viene: se incorporarán mujeres al papel moneda y ya no solo serán los próceres los únicos protagonistas.
Es realmente increíble que este anuncio se realice en un contexto donde el peso argentino se encuentra prácticamente en estado vegetativo. La evolución de la cantidad de billetes durante los últimos 30 años ha sido increíble. La emisión monetaria utilizada para solventar la maquinaria populista ha sido letal. En 1992 (año en que se le da impresión a los primeros billetes que reemplazaron a los también caídos en desgracia “Australes”) la cantidad de billetes de $10 en circulación era de 5 millones de unidades. En aquel tiempo 10 pesos equivalían a 10 dólares: hoy es nuestro billete de menor denominación, equivale a apenas 4,5 centavos de dólar y ya no son 5 millones los billetes que están circulando, sino que los mismos ascienden a 539 millones de unidades (más otras 200 millones de unidades en circulación en forma de monedas). Lo mismo ocurrió con cada uno de los billetes: del billete de $100 (100 dólares en 1992) se imprimieron por aquel entonces un total de 200.000 unidades. Hoy circulan entre nosotros 2.399 millones de unidades de $100 (la cantidad se multiplicó unas 12.000 veces). Por último el billete de $1.000: el querido hornero vio la luz por primera vez con un total de 19.400.000 unidades allá por Diciembre de 2017. Hoy a los horneros se los puede encontrar en 1.697 millones de billetes. El nivel de impresión ha sido astronómico.
Cuando la moneda actual nació hace 30 años, con el billete de mayor denominación (el de $100) se podían comprar: 100 dólares, 30 kilos de asado, 200 litros de leche y 100 botellas de cerveza. Hoy con esos mismos 100 pesos se pueden comprar: 4,5 centavos de dólar, 120 gramos de asado, un litro de leche y una latita de cerveza. La destrucción de la moneda es total.
El gobierno parece no entender que la política monetaria no pasa por imprimir más billetes sino por defender el valor de la moneda haciendo precisamente todo lo contrario: apagando las máquinas de imprimir moneda. Lo único que pueden intentar hacer en este desaguisado monetario es un gran favor a todos: imprimir billetes de mayor denominación para que sea mucho más práctica la operatoria con los mismos, bajen los costos de logística, seguros bancarios y que los cajeros automáticos no se queden sin efectivo rápidamente. Sin embargo ésta es la única medida que no está contemplada en esta nueva serie de billetes que se viene. En los años 90 el billete de mayor denominación era el de $100. El equivalente hoy sería el de tener un billete de $20.600 (deberíamos multiplicar nuestro billete de mayor denominación por 20), sin embargo nuestro billete de mayor poder adquisitivo es el de $1.000 (equivalente a 4,5 dólares).
Por desgracia, la política está de espaldas a la realidad es absolutamente todos los temas, incluso en las cuestiones más pequeñas. Estamos viendo el fin del peso argentino. Lo que antes era un billete hoy es apenas una nada, que ya nadie está dispuesto a tener encima. Este es el fin de una moneda que tuvo la extrañeza de darnos 10 años de estabilidad y 13.500% de inflación. Fin.
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