Cuando las minifaldas salieron a la calle

Las polleras se acortaron así como se alargaron y taparon tanto tiempo

Con la invención de la minifalda, la histórica Quant puso más empuje en el Swinging London

La restallante llegada de la minifalda -en las sociedades desarrolladas de Occidente de los años 60 del siglo XX- está en primera línea de lo que representa el cambio social y conceptual. Es extraño, pues hubo hechos que hicieron peligrar la paz planetaria, pero ese cambio quedó tatuado de manera sorprendente. O no tanto.

Amenaza nuclear, bolsas plásticas que volvían con soldados muertos de Vietnam, la Guerra Fría como una espada general –y final-, daban vuelta la medalla de una posibilidad decisiva: cambiar las apreturas que envejecían y renovarse, cambiar a la caza de la libertad, esa palabra mágica. Si se trataba del Reino Unido, no tenía que ver con la Monarquía parlamentaria y democrática -ocupada por Isabel Il desde 1952- , sino de renovar el ejercicio de vivir pero no a costa de lo que identifica y sustenta. Llegaba con mucha fuerza, no con el criterio de una revolución que levantara paredones. Fue otra cosa.

El paraguas arrollado y finito con buen mango de la India, el bombín, el traje oscuro, la valija de mano, convivieron con la ropa usada divertida de King´s Road, con la música que se abría a otras sensaciones y comuniones. Pero la movida grande fue la llegada, con un temblor casi sísmico, de la mini falda.

Las polleras se acortaron así como se alargaron y taparon tanto tiempo. La visión fugaz de un tobillo al bajar de un coche fue durante décadas el centro de miradas de admiración o deseo. Pero la arrasadora miniskirt acabó con todo: rebelión, sexo y libertad. Un buen slogan, si alguien hubiera tenido la idea.

En los años 60′, los Beatles, los Stones, The Who, Morrison y Bob Dylan.

En Londres la trasformación fue tal que impregnó a muchos lugares, sin excluir a la Argentina, donde todo era sucesión de golpes: Frondizi, Illia, Onganía, Levingston, Lanusse, proscripción peronista, protogrupos armados, rock porteño, cortes de pelo en comisarías, bofetones y picanas (llamados apremios ilegales), deriva juvenil con o sin música. Llegada a la Luna. Mao con la Revolución Cultural. A un tiempo, rusos soviéticos sofocando la primavera de Praga (a un prodigioso maratonista lo ponen a barrer las calles), el odio racial alcanzan alturas mayores, es asesinado Martin Luther King –el de “tengo un sueño”-, matan a Malcolm X, que ponía violencia al sueño de King.

Mary Quant

Y las minifaldas salieron a la calle.

Mary Quant (hoy de 88) diseñó la minifalda para siempre en los sesenta. Heroína de la informalidad y la gracia, dijo ”más corta ya mismo, ahora”. Con seguridad, varias personas sintieron una sacudida al asomar las piernas y las minifaldas. Quant hizo sonar con un golpe de encanto y su llamado de la jungla en Londres -ante ruborizados masculinos tímidos– se la ve muy mona en fotos de entonces. La posibilidad de suponer que las piernas de mujer podían ser en gran medida órganos sexuales secundarios o jugar en Primera División. Complementos de la genitalidad específica por un lado, y por otro la liberación simbólica y sexual.

Piernas como banderas.

No solo por la distancia inmediatamente percibida, sino también porque sobran ejemplos para alimentar la idea. La histórica Quant puso más empuje en el Swinging London que en el momento en que un avión espía B-52 era derribado sobre el espacio aéreo soviético. Las polleras descubrieron las piernas en Londres con más electricidad y más memoria. Se dirá que no está muy bien que haya sido así. Hay una recta desde que las minifaldas caminaron por la calle hasta los primeros pasos de la píldora. Sabemos de qué hablamos y no hay nada que impida el paso en ese camino: de mini a píldora. Tampoco impide que lo pensemos un poco. Nada que ver y todo que ver.

En junio de 2018, el museo lanzó una convocatoriaal público para rastrear las prendas de Quant de los guardarropas de todo el país. Recibiendo más de 800 respuestas. 1967 © PA Prints 2008

También disputó la idea de hacer minis el jocundo diseñador Courrèges, pero lo cierto es que piernas para el shock masculino con su pollera corta es de propiedad femenina. Nadie desde entonces podría decirle a nadie de qué medida. Con la anticoncepción, igual. Mojones de autonomía.

O piernas con historia.

El llamado flamígero que sopló Quant se apoyó sin pensarlo en las piernas de Mistinguett, vedette mítica que hacia 1890 consiguió ulular al público entre humareda y vasos largos de pastis por las piernas incomparables. Estoy seguro de que percibían algunos grados de temperatura en el centro esencial del vodevil: las piernas. Además, cantaba.

Pongamos a Marlene Dietrich, la actriz que dejó a los nazis y llegó a Hollywood, novena entre las más grandes estrellas de cabo a rabo para el American Film Institute. La voz con un susurro grave y sensual, los ojos entornados y -ni hablar- piernas consideradas las más perfectas. Un sello que atraía y llenaba salas.

Josephine Baker fue bailarina, coreógrafa, actriz, cantante, activista social. Rostro de expresividad tan rica como de tal perfección que aumentaba la piel brillante y oscura, encandilaba con las piernas que la genética diseñó para que el arte y el sex-appeal se asociaran.

Son nombres del Panteón del reino de las piernas.

De ese modo se unen Mary Quant, la píldora, el pequeño homenaje a algunas de sus heroínas al examinar y ver una pasada de dron sobre la década del 60. Que entre tantos acontecimientos de furiosa tensión, a unos cuantos nos surja veloz la minifalda de manera espontánea nos dice algo. No pretendo un significado total pero, lo reconozco, me pongo entre ellos.

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