El boom de los culebrones políticos latinoamericanos: el problema ya no es como disputar poder, sino como gestionar la impotencia

Las series “Ingobernable”, “La Venganza de Analía”, “Monarca”, “Falsa Identidad”, “Distrito Salvaje” y “El Preso Número 1,” critican a la política y desnudan una realidad: el poder real no está en los presidentes, sino en el poder económico y no se ejerce desde el sur, sino desde el norte. Pero hay más: hoy no hay que gestionar el poder, sino la frustración. Y es más de lo que parece

El femicidio de Debanhi Escobar, de 18 años, en Nueva León, México, generó protestas contra el asesinato sistemático de mujeres (REUTERS)

En estos días la política se mastica como una frustración, una cocción con una lista de ingredientes gourmeteados en la olla pero que decepcionan cuando se sirven en el plato, un amante que se espera en Tinder pero que no lleva al orgasmo cuando llega a la cama, un candidato/a endeble que cuesta votar pero que, mucho más, cuesta imaginar transformando la realidad.

La polarización de las sociedades latinoamericanas es la polarización también en torno a la política: la sobrevalorización o el desprecio. La antipolítica que denosta la militancia, los procesos electorales, la fe en la posibilidad de incidencia de las urnas en la realidad o el desdén como recurso de abolición del cuchillo y tenedor que nos deja a mano la democracia para que podamos tener una cuota ínfima de micropoder en las decisiones públicas.

La señalización de una casta a la que se quiere denostar, pero también pertenecer. A la que se le grita con ojos desencajados pero en la que se quiere estar para escupir desde la mitad de la fuente. El señalamiento a que hay que ganarse la vida en el trabajo, pero el sorteo como forma de sistematizar el azar como salvación. Sálvese quien pueda y que se salve el que gane.

En "Ingobernable" Kate del Castillo representa a una primera dama que tiene que pasar a la clandestinidad después de un boicot del poder económico contra el gobierno de su marido

No es cierto que todos los que votan por ese modelo serían los ganadores de ese modelo. Pero ese voto encarna –como un boleto de lotería- esa fantasía: “Yo sería el ganador en un mundo desbastado”. Es la ley de la selva. Pero, en realidad, es la ilusión que en la deforestación de la selva sigue existiendo la ley. Igual, que el loto, vende una ilusión, no un premio posible.

El mundo dividido entre cada vez menos ganadores y cada vez más perdedores/as que, encima, no reclaman por perder menos o se juntan para proponer otras reglas contra la pérdida, sino que se escatiman el derecho a acolchonar sus pérdidas. No se merecen planes, jubilaciones, moratorias, ingresos de emergencia o tarjetas alimentarias. Si sobrevivir es un mérito la vida real se volvió un reality de supervivencia.

Solo se la merecen ellos, o sea, uno. La operación es “yo sí, ellos no”. Y no hay un nosotros, sino un yo-ellos. Yo puedo cobrar o dejar de pagar o pagar menos. Pero los otros no sino en quien menos retrocede. “Yo me lo gané. Vos no”, se podría decir si el sarro en el que se ha convertido la voz pública, con la ayuda de las redes sociales y de la agresión como modo perverso de inverosimilitud libertaria, sintetizaría la pancarta del egoísmo.

Los actores, Juan Manuel Bernal, Osvaldo Benavides e Irene Azuela posando en ciudad de México (México) para la serie "Monarca" que muestra que quien se acerca a la política se corrompe (EFE/Cortesía Ana Cristina Blumenkron/Netflix)

Los que reciben subsidio para prender la losa radiante en invierno, ingresos para que su madre reciba una jubilación aún cuando no pagó la totalidad de los aportes, ayudas para pagar los salarios en sus empresas durante la pandemia, subvenciones en la luz con la que miran series o viven en casas conectadas a wifi y desconectadas de la circulación de la palabra, los que se van a la costa y cenan con pre-viajes y no calculan como un ahorro los fondos públicos para las escuelas privadas a las que van sus hijos e hijas, pero dicen que no reciben lo que en realidad sí reciben del arca común. Y siempre denostan a los otros: los que rascan la olla y se rascan por rascarla.

Esa idea del privilegio “yo me lo merezco, vos no”, “yo me lo gané, vos no”, “yo me esforcé, vos no” es una balsa en donde naufraga el mundo después de una pandemia que no se termina cuando nos sacamos el barbijo. Porque lo que realmente se terminó, no es –ni siquiera- el Covid-19, sino la idea del progreso. El mundo antes creía –o se basaba en la fantasía- que todo tiempo futuro iba a ser mejor. Ahora sabemos que no. No es una lectura apocalíptica. Es la negación que el colapso ya llegó. La pandemia solo mostró las consecuencias de un planeta devastado, el modelo de agronegocios que contamina más de lo que alimenta, la contaminación que eleva el calor y hace imprevisible las tormentas.

Ya no hay reglas, ni termómetros, ni previsibilidad –por eso el pronóstico del clima es una nueva divinidad/debilidad como lo muestra la película “Granizo”- porque en un mundo que ya no ofrece garantías se intenta asegurar la idea de previsibilidad de lo que, en verdad, está más imprevisible que nunca. Pero se espera que haya una verdad y son venerados o denostados quienes adivinan o traicionan si no cumplen en anunciar que van a caer piedras de cielo.

En la película "Granizo" se muestra que el miedo al cambio climático se combate con la adicción al pronóstico del tiempo

Ya no se quiere tomar el cielo por asalto porque ya no hay cielo que aguante. Es el cielo el que nos toma por asalto. En ese sentido, la verdadera pulseada actual no es más entre izquierdas y derechas (y no porque no existan diferencias en la puja entre concentración y reparto de riqueza) sino entre pasado y futuro. ¿Vos querés un futuro mejor o tenés nostalgia de un pasado peor?

Los sectores conservadores y de ultra derecha ganan espacios porque en un mundo que naturalmente ya no tiene una naturaleza que aguante la idea más prometedora –a contrapelo de “Volver al futuro”- es volver al pasado. Es lógico. Si el mundo ya colapsó el progreso ya no es un motor de cambio. La revolución tampoco. Lo que puede tardar mucho e implicar grandes sacrificios pierde su efectividad por desilusiones varias y por quedar demasiado lejos en un escenario que no tiene tanto telón para bajar, ni tiempo para captar la atención de los espectadores antes que comiencen a mirar sus teléfonos.

Si se trata de repartir lo que hay -y cada vez hay menos- entra la desazón a escena. Los ideales quedan demasiado altos o a precios demasiado caros. Hoy peleamos para no taparnos la boca. Es un un mundo que tiene el precipicio en la nariz o en la puerta de la casa la supervivencia le ganó a la utopía. Ya no se puede correr y que nos corran dos pasos. Estamos en una maratón que necesita llegar a la meta rápido. Y que no tiene demasiado tiempo para seguir dando vueltas con frustraciones y desilusiones.

En "La Venganza de Analía" una asesora política logra desnudar el machismo, la violencia de género y la lesbofobia de un candidato a presidente colombiano

Por ejemplo, para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) lo mejor que nos podría pasar es estar como estábamos antes de la pandemia. Pero nadie dice “quiero estar como estaba cuando me quejaba antes”. Por eso, la queja ahora es arrasadora y plantea una fantasía de supervivencia del más apto o el más suertudo. “El panorama laboral es incierto, la persistencia de los contagios por la pandemia y la perspectiva de un crecimiento económico mediocre este año podrían prolongar la crisis del empleo hasta 2023 o incluso 2024″, dijo Vinícius Pinheiro, Director de la OIT para América Latina y el Caribe, desde Lima.

“Una crisis del empleo demasiado larga es preocupante porque genera desaliento y frustración, lo que a su vez repercute sobre la estabilidad social y la gobernabilidad”, acentuó Pinheiro en el 2021, desde Lima. Eso vemos hoy en Perú y en la región: un continente en tsunami que tiene efectos de esperanza que, prontamente, se vuelven decepción y promesas de regresión que tampoco van a poder cumplir pero que amenazan con destruir los terrenos de derechos ya ganados.

La política hoy es más gestión que transformación. Pero si entendemos lo que es posible podemos dejar de ir hacía la desilusión por lo que no es posible y una destrucción mayor a la que era posible imaginar. ¿Qué puede hacer Gabriel Boric en Chile? Sería revolucionario si genera una universidad gratuita, legaliza el aborto y saca la jubilación del sistema privado. Pero eso ya pasa en Argentina. Y no alcanza. Aún si se esperan grandes transformaciones esas transformaciones no sacan del pozo a las clases medias y populares. Pero no sobran. Si se infla demasiado un globo puede explotar. Y es mejor que la democracia siga teniendo aire y cumpleaños para festejar.

El actor de "Narcos" Pedro Pascal fue uno de los que apoyó al Presidente chileno Gabriel Boric

El movimiento de mujeres (un movimiento que pelea por más derechos, más igualdad, más diversidad y no, necesariamente, a algunas mujeres aisladas o que pelean contra las propias mujeres) es el contrapoder más importante contra los sectores reaccionarios no solo por su agenda, su tracción o por sus propias demandas, sino por una cuestión temporal. ¿En qué época querés vivir? Si vas para atrás te puede gustar la moda, pero nunca tendrías los mismos derechos ni la misma libertad. Si sos mujer mejor el presente. Si sos varón, a lo mejor, elegís atrasar.

Las mujeres estamos mejor ahora que antes. Aun cuando no hemos logrado todo lo que queremos, ni hemos erradicado definitivamente el abuso, el acoso, ni la violencia, ni –mucho menos- el machismo, nadie que camine por la calle, puede decir que hoy las mujeres no somos más fuertes que antes y que los atropellos que antes pasaban como si nada hoy pasan menos y cuando pasan no pasan como si nada.

Es difícil medir los logros. Y ser optimistas con lo logrado cuando falta tanto, cuando cuesta tanto, cuando tiene tantos obstáculos y cuando la reacción adversa es tan prepotente. Pero ser optimistas y valorizar las conquistas es hoy la salida política más importante para pensar al feminismo no como una cartera de declamaciones, sino como una vía para entender que el pasado no es una vía posible.

Y que el presente es mejor.

Y que el futuro puede ser “menos peor”.

En "Preso No. 1" se denuncia la persecución judicial a un presidente que decide no endeudar a México con créditos de organismos multilaterales y que marcha con su ex esposa y sus hijas

“Menos peor” tiene gusto a poco. La política actual también. Pero es como volver a hacer el amor por el gusto de mirarse a los ojos y sentirse abrazada a otro piel, cocinar un puré de papá con pimienta y sal como hacía una abuela y disfrutar de un atardecer con el cielo a la vista. Cursi o no la simpleza también implica volver a pedirle a la política menos para -en términos minimalísticos- lograr más.

Al pan pan, al vino vino y al voto un voto. O sea, dejar de pedir juegos sexuales de contorsionistas, hacer gourmet cada plato trasladado a un frasco y pedir experiencias en parapente para poder disfrutar de un viaje. Comer, amar, gozar y votar. Sin pedir tanto. Sin dejar de pedir. Sin resignarse. Sin frustrarse. Una democracia posible para esperar una vida con mejores posibilidades.

Pedir menos puede ser hoy no un acto de reasignación, sino de un realismo –tal vez menos mágico- pero más imprescindible para que la política del presente no sea ni desilusión, ni regresión, ni una expectativa tan alta que solo pueda estar destinada a la defraudación. ¿Por qué hoy no se quiere votar a candidatos que prometen un cambio? En muchos casos, porque se sabe que van a poder hacer poco. Poco no es poco.

¿Qué se puede esperar que pase en las elecciones en Colombia? Sin lugar a dudas la candidatura a la Vicepresidencia de Francia Márquez, junto a Gustavo Petro como candidato a la presidencia, es la escena más disruptiva en América Latina y la más alentadora. Pero, aun cuando llegue a ocupar, la vicepresidencia no se trata de inflar, como un globo aerostático, las expectativas de cambio.

La candidata a la Vicepresidencia de Colombia promete sabrosura y lucha por los derechos ambientales y de las mujeres (REUTERS)

¿Eso es malo o bueno? No es bueno, porque no es bueno la realidad de un mundo con muchas resistencias a cambiar los modos de producción y distribución y un mundo en colapso por los modos de producción y distribución. Pero es mejor a que se acelere el colapso, se agudice la desigualdad y se retroceda en los caminos de paz, igualdad y mejores deseos ya iniciados.

En Colombia y México el género mixto entre culebrones y series ha dado muy buenas novelas políticas. Con mejores diagnósticos que diarios, portales, academias y tuiteros sobre el panorama regional hoy. Es que con la lupa de cada noticia o cada operación política se pierde en el grano de la pimienta la visión del plato entero. Es como que hoy importa más como emplata que como se come. Y lo peor es que se olvida mucho más cuantos comen y cuantos dejan de comer como fenómeno colateral del boom de realities sobre como mostrar lo que se cocina. En el que claro, lo importante, es competir. Y ganar. Si no hay excluidos y vencedores hoy no hay modelo posible.

En Argentina hoy gana espacio la antipolítica (pero dentro de la política) y la política sigue tejiendo tableros de ajedrez. En las novelas latinoamericanas, en cambio, la desilusión es la marca registrada. Si hay buenos o buenas no llegan al poder o aparecen corrompidos, asesinados, violentados, encarcelados o forzados (a través de la violencia) a darse vuelta o a perderse.

Juan Pablo Raba en "Distrito salvaje" muestra a un ex guerrillero colombiano que se enfrenta a los vaivenes del proceso de paz y la desilusión de la política

El spoiler que me parece más interesante de esta serie de series políticas –Ingobernable, Distrito Salvaje, Monarca, La venganza de Analía, El preso número 1, Falsa Identidad, La Bella y los bestias- es que la política es mala (exageradamente demonizada), pero es cierto que hoy en Argentina vivimos una desilusión frente a las expectativas partidarias (más allá del tablero de oficialismo y oposición) que es necesaria para entender los límites de la gestión. En fin, casi todas terminan, y acá viene un alerta, en que el poder, en verdad, no es el poder político.

Los presidentes o presidentas no tienen tanto poder porque el poder real es el poder económico, el poder narco, el poder militar o paramilitar, el poder del norte, el poder de las farmacéuticas o un poder, por sobre todas las cosas, que no se vota. Lo más fuerte de esto es que la democracia no solo es un juego devaluado entre el marketing, las operetas, las conspiraciones y las limitaciones.

Ese micropoder ciudadano no tiene incidencia porque lo único que puede elegir, en realidad, no tiene tanto poder de elección. ¿Si no se puede poner un impuesto por el bloqueo de los sectores agrarios se puede generar una distribución de recursos? ¿Si no se puede renegociar la deuda externa se puede invertir más en seguridad social? ¿Si no se puede democratizar el empleo se pueden mejorar las condiciones laborales? Hoy gobernar no es decidir qué proyecto de país se puede construir, sino apenas gestionar esa debacle con un arco muy chico de decisiones sobre las que se puede incidir. ¿Es antipolítico decir eso o es un realismo imprescindible para recuperar el poder de la política?

Más allá de series mejores y peores y algunos latiguillos de políticos orquestados como marionetas o idealistas a un punto que su carne solo se esgrime para el sexo y el amor (lo mejor de los culebrones es que, por suerte, además de política todavía hay sexo y amor) hay un diagnóstico acertado: hoy el poder ya no tiene el poder. Las culebras lo hicieron una vez más: los ricos también lloran pero siguen teniendo el poder.

¿Si el poder no está en la política dónde está el poder? Sin duda, en el poder económico, sin duda en las grandes fortunas, sin duda en las empresas nacionales o extranjeras que no quieren ceder a la transición energética o el envenenamiento de la tierra, el agua y las minas, sin dudas en los desarrollos inmobiliarios a costa del ambiente, sin dudas entre quienes quieren violencia a costa de tener jubilaciones que les sirvan para jugar a la ruleta financiera, sin dudas entre los laboratorios que prefieren ganar en ventas que en salud.

En "Ingobernable" se parodian las fotos presidenciales y se resalta que el poder político ya no tiene poder

No es un mundo sin poder. Es un mundo con un poder desequilibrado, extractivista y anestesiado con una desigualdad de poder entre países centrales y periféricos, condicionados por las deudas externas y devaluados en sus posibilidades de repartir y contener las enfermedades y las crisis climáticas o de empleo.

Pero, de todas maneras, hay algo que todavía las novelas no ven. No lo muestran porque el ABC es que los varones sean buenos o malos –sin matices, mejor, claro- pero siempre buenos en la cama. Y ahí sí se alejan de la realidad de muchos varones tan declinados en sus expectativas que están alejados hasta de sus fantasías personales y utopías colectivas que sufren un boom de impotencia o de depresión que les baja sus deseos de transformación social y de eyaculación compartida.

A la política le pasa lo mismo. No es un buen eslogan de campaña decir que uno va a hacer lo mejor que pueda, pero que no promete mucho. Ni una bio atractiva para Tinder. Pero es la realidad. Ya no se trata –solo- de donde está el verdadero poder y que ese poder verdadero no está en la política. El poder está en baja.

El personaje de Carmelo Alvarado va preso porque el poder económico no le perdona su autonomía política y la independencia periodística de su ex mujer Carolina

Se trata que la política además de no gestionar poder real, tiene que gestionar la impotencia. Ah, sí, claro que no es sexy. Pero no es inocuo, ni da lo mismo quien la gestione. No es lo mismo perder por poco que perder por goleada. Aunque tenga menos punch hoy la salida es la reducción de daños. Y atajar la pobreza, la indigencia, el desempleo, la violencia. Probablemente no se las pueda erradicar. Pero no es lo mismo querer reducir la pobreza que matar a los pobres.

Ya sabemos que siempre va a tener más fama un goleador que un arquero. Y que los pocos que son famosos lo lograron por alguna atajada épica -como Sergio Goycochea en los penales y con una publicidad de calzoncillos que marcaba su virilidad- o Emiliano (Dibu) Martínez haciendo gestos tan exacerbados que hasta Maluma se quejo del machismo del arquero argentino. Es que en realidad el arquero tiene que pasar inadvertido o se nota haciendo estruendoso lo que en general no se nota: esquivar la derrota, empatar o minimizar las consecuencias del fracaso.

Sabemos cuántos goles hace un equipo, no cuantos evita que le hagan. Sin embargo, hoy esa es una responsabilidad política. Cuánto se puede evitar que crezca la pobreza, el desempleo, el hambre, la inseguridad, la represión a la protesta, las muertes. La pandemia no termina más allá de un virus. No es un espejismo, ni es el mundo al que aspirábamos antes que el colapso nos gane de mano. Pero es hoy el mundo real, sin espejismos de derecha, sin desilusiones de izquierda.

Hay que votar con esperanza y saber también poder gestionar la impotencia para que la desilusión no arrase con el fracaso de lo que puedan hacer los gobiernos de Gabriel Boric o, eventualmente, el que integre Francia Márquez. No es pedir menos. Es aprender a ir al arco, a defender lo que tenemos y a pelear la idea de futuro con el pasado no solo por goleada, sino, también, atajando al mundo de un peor final.

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