La pandemia dejó huella y más allá de todos los aprendizajes que podemos ver como positivos, las muertes por COVID y los trastornos en la salud mental no son las únicas consecuencias negativas de su paso por nuestras vidas. Existe un dolor silencioso que afecta a cada vez más niños en edad escolar.
Por un lado, se ha empezado a detectar una necesidad creciente de profesionales que puedan asistir problemáticas emergentes en el campo de la salud mental y de la discapacidad, generando un incremento de la demanda por parte de los agentes de salud (obras sociales, planes y prepagas) que es notablemente mayor a la cantidad de trabajadores disponibles actualmente en el mercado.
A su vez, en los últimos años se ha registrado un aumento en el total de la población de personas con discapacidad, vinculado principalmente a la incorporación de nuevos criterios diagnósticos. Actualmente la discapacidad no comprende únicamente alteraciones funcionales vinculadas a la motricidad, la cognición y lo sensorial sino que abarca muchas más dificultades consideradas dentro del marco de lo subjetivo o emocional, no obstante lo cual afectan al desarrollo motriz, cognitivo y sensorial de las personas. Una de las problemáticas que mayor incidencia tiene en la consulta es el diagnóstico de trastorno del espectro autista o autismo, que ha crecido considerablemente junto con la aparición de trastornos asociados al lenguaje y a la comunicación.
Como efecto directo de la pandemia, las escuelas reportan cada vez más niños y niñas con adquisición tardía de las funciones de lenguaje y con profundas dificultades en los procesos de aprendizaje. Como consecuencia, son cada vez más requeridos dispositivos de apoyo a la inclusión y a la integración escolar en el aula.
He aquí un enorme problema. Nos encontramos ante un déficit en la cantidad de profesionales que se consideran preparados para la integración escolar de alumnos con necesidades educativas especiales. De acuerdo a lo dispuesto por los organismos gubernamentales intervinientes, las integraciones escolares solo pueden ser realizadas por psicólogos, psicopedagogos o maestros de educación especial. Sin embargo, no se hallan actualmente profesionales disponibles para cubrir todas las integraciones escolares que se requieren, peligrando las trayectorias de cada vez más alumnos con necesidades educativas especiales.
Las consecuencias de esta problemática son dramáticas: muchos niños y adolescentes están a la espera de recibir el acompañamiento de un integrador, quedando por fuera de la escolaridad, ya sea porque no asisten a la escuela o porque no cuentan con el apoyo que necesitan en el aula.
Las familias y los centros de apoyo a la integración escolar piden que se flexibilicen las condiciones requeridas en los profesionales para las integraciones escolares y los perfiles para el acompañamiento escolar en proyectos de educación inclusiva en escuelas de gestión pública y privada. Que las integraciones escolares puedan ser cubiertas por estudiantes avanzados de carreras de salud, docentes y acompañantes terapéuticos podría ampliar considerablemente la cantidad de profesionales preparados para acompañar las trayectorias escolares de alumnos con necesidades educativas especiales.
Como sociedad estamos enfrentando una enorme problemática: los niños están en lista de espera y la educación no puede esperar.
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