Un saludo protocolar en ocasión del aniversario de la Independencia del Estado de Israel brindó una oportunidad diplomática para el pedido de disculpas del presidente ruso Vladimir Putin al primer ministro israelí Naftalí Bennett, ante los incendiarios comentarios vertidos por su canciller Sergei Lavrov.
Los hechos se derivaron de la indignación causada por las palabras del jefe de la diplomacia rusa, quien sostuvo que Adolf Hitler tenía sangre judía y que muchos de los mayores anti-semitas de este mundo son o fueron judíos.
Las declaraciones de Lavrov ante un medio italiano sorprendieron en ámbitos políticos, diplomáticos y académicos toda vez que se trata de un experimentado funcionario incapaz de desconocer la envergadura de expresiones de esa naturaleza. Ministro desde hace 18 años y con una gestión anterior de una década como embajador ante las Naciones Unidas, Lavrov es probablemente el diplomático más experimentado del mundo.
Pero propios y ajenos advierten que Lavrov habría cruzado una línea roja. En Israel, una columna editorial indicó que los comentarios retrotrajeron a tiempos oscuros en que la “carta judía” era esgrimida en forma estratégica. Un memorioso recordó que Stalin empleaba tácticas similares cuando recurrió a los judíos norteamericanos para influir sobre la Administración Roosevelt para habilitar la entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial. Mientras que más tarde, cuando la Guerra Fría alcanzó su pico en los años cincuenta, utilizó la propaganda nazi contra los judíos en la Unión Soviética (Doctor’s Plot, etc).
Lo cierto es que, cualesquiera hayan sido las motivaciones de Lavrov, sus dichos no podían sino encender una ola de indignación. Kiev los calificó como “escandalosos y completamente inaceptables”, al tiempo que su canciller Dmytro Kuleva aseguró que desde siempre existieron elementos antisemitas en la élite rusa.
El extremo obligó a Bennett a endurecer su posición frente al Kremlin. Recordó que “mentiras de ese tipo están diseñadas para culpar a los judíos mismos por los crímenes más horrorosos que se cometieron en su contra en toda la historia y al mismo tiempo de esa forma se libera a los culpables de su responsabilidad”.
Hasta entonces, el Premier israelí había optado por una postura prudente y cuasi-neutral frente a la invasión rusa y había delegado en el canciller Yair Lapid la condena a la violación de la integridad territorial ucraniana por parte del Ejército ruso a partir del pasado 24 de febrero.
Una postura que fue objeto de críticas tanto dentro como fuera de Israel (en especial en los EEUU), al ser visualizada como complaciente frente al Kremlin. Observadores indicaron, sin embargo, que la misma obedecía a razones puramente de Estado y no a un dilema moral. Las que exigían no provocar a los rusos ante el imperativo de mantener un canal de coordinación permanente para la operación militar en la frontera norte, en especial en relación con la siempre compleja situación en Siria. Una geografía difícil para los intereses de seguridad de Israel y en la que resulta fundamental el vínculo diplomático con Moscú, reiniciado a partir del fin de la Guerra Fría.
Sin embargo, el analista Barak Ravid recordó en el sitio Walla que las condenas oficiales llegaron “tarde y después de que Israel se mantuvo en silencio y ciego durante meses”, mientras el Kremlin insistió en equiparar al gobierno ucraniano con los ultranacionalistas fascistas de la Segunda Guerra Mundial. Ravid acusó al gobierno de Bennett y al de su antecesor por no animarse a cuestionar a Rusia “en ningún asunto” en virtud de cuidar las “consideraciones estratégicas”.
Y recordó que en octubre pasado Bennett se había desplazado a Sochi para transmitir a Putin una propuesta de Volomydyr Zelensky para mantener una cumbre en Jerusalén, propuesta que fue rechazada de plano. Ravid también señaló que cuando Putin decretó su “operación militar especial” con el fin de alcanzar la “desnazificación” de Ucrania -eufemismo con el que pretendió disfrazar la invasión a un estado soberano- las autoridades israelíes si bien condenaron la operación, nada dijeron sobre la aseveración de que el de Kiev era un régimen nazi. De hecho, algunos ministros israelíes reaccionaron cuando Zelensky comparó algunas acciones del Ejército ruso con los crímenes del Holocausto, posición que generó indignación durante la presentación que éste hizo en forma virtual ante la Knesset (Parlamento).
En tanto, poco después de la invasión, en un esfuerzo diplomático de alto nivel, Bennett se había entregado al intento de acercar a Moscú y Kiev, en una iniciativa que contó con el aval -pero no el entusiasmo- de la Casa Blanca. Acaso buscando elevarse al rol de gran estadista del que se jactaba su antecesor Benjamin Netanyahu.
Pero la política rusa de Bennett no ha sido desplegada sin despertar críticas. Un editorialista en el Jerusalem Post se preguntó hasta donde extendería su “aventura rusa”. Los cuestionamientos respondieron ante el hecho de que si bien Israel ha condenado la invasión y expresó su solidaridad mediante el envío de ayuda humanitaria no ha ampliado esa asistencia al plano militar, pese a los pedidos de Kiev.
Una vez más, fue Lapid -futuro primer ministro de acuerdo al acordado régimen de rotación- quien empleó palabras más duras al señalar que “el nivel más bajo del racismo contra los judíos es acusarnos a nosotros mismos de anti-semitismo”. Al tiempo que convocó de inmediato al embajador Anatoly Viktorov a la sede de la Cancillería en Jerusalén para una “reunión de esclarecimiento”.
Por su parte, el director de Yad Vashem (Museo del Holocausto), Dani Dayan, catalogó las afirmaciones de Lavrov como “deleznables, peligrosas y condenables”. Y sostuvo que parecen buscar revertir los hechos históricos convirtiendo a las víctimas en criminales y consideró inaceptable la equiparación de todos los ucranianos con los nazis.
Los acontecimientos se dieron en el marco de nuevos ataques terroristas que complican a la coalición de gobierno encabezada por Bennett y su socio político Lapid. Mientras que en otros campos el gobierno puede exhibir resultados sobresalientes. En especial en materia económica. La cifra de desempleo descendió al punto más bajo de las últimas cinco décadas al alcanzar tan sólo el 2,9 por ciento. Al tiempo que el flujo incesante de inversiones y las exportaciones tecnológicas vienen provocando una revalorización del Shekel convirtiendo a Tel Aviv en una de las ciudades más caras del mundo, en un podio que comparte con Tokio o Londres.
Pero es en el estratégico escenario de la política exterior donde el dinámico desarrollo de los acontecimientos parece estar poniendo a prueba la capacidad política del gobierno que sucedió a Netanyahu. En una hora que exige el empleo de mecanismos de sofisticación diplomática para evitar provocar una crisis en las relaciones con Rusia al tiempo que debe resguardar el estratégico e irrenunciable vínculo con Washington y sus aliados occidentales.
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