El sistema internacional y el cliché del choque de bloques

La política internacional siempre es reacia a lugares comunes y simplificaciones

El presidente ruso, Vladimir Putin (izq), y su homólogo chino, Xi Jinping

En los últimos meses, a escala global y en la escala nacional, dos temas ligados entre sí han venido ganando espacio en algunos debates políticos, académicos y periodísticos. Nos referimos al supuesto ascenso de un bloque geopolítico no occidental y en gran medida no democrático que está llamado a enfrentar y a desplazar la primacía norteamericana y de sus aliados de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australia, etc. Por otro lado, la eventual incorporación de la Argentina al espacio BRICS que hace casi 20 años conformaron China, Rusia, India, Brasil y más recientemente Sudáfrica.

Con respecto a ambos temas, sería importante subrayar algunos elementos que parecen no ser tenidos en cuenta. Países clave en ambos procesos, o sea China e India, son agudos rivales geopolíticos, embarcados en la militarización convencional nuclear de sus fronteras y en permanentes maniobras geopolíticas destinadas a condicionar al otro.

Los indios buscan una relación de creciente cooperación en el área de la Defensa y de la inteligencia con los EEUU y también con aliados de Washington como Japón y Australia. Por primera vez desde su independencia, Nueva Delhi ha decidido adquirir sofisticados sistemas de armas estadounidenses y realizar maniobras militares en el Pacífico y en el Índico con los archirrivales de China en la región.

En este sentido, Rusia, mostrada en los últimos años como aliada incondicional de Beijing, y aún más a partir de la invasión a Ucrania, no dudó en acelerar la entrega de armamento de última generación a la India cuando la ex joya del imperio británico tuvo serias disputas fronterizas con las fuerzas chinas.

La postura moderada de Nueva Delhi con respecto a no sumarse a las olas de condena a Moscú por el ataque a Ucrania no debe confundirse con la posibilidad de una articulación geopolítica contra los EEUU y sus aliados. La misma China, en su condición de principal rival estratégico de los EEUU en las próximas décadas, ha calmado en parte su enfático apoyo a Rusia con respecto a la guerra en Ucrania.

En momentos que parecía que las operaciones militares durarían pocos días, las voces que emergían de Beijing eran firmes y hasta eufóricas. Con el correr de los días, y cuando era evidente que la guerra no sería relámpago, eso fue cambiando hacia un respaldo prudente.

Asimismo, la aguda y milenaria diplomacia china habrá entendido que muchos de los argumentos secesionistas rusos sobre tierra ucraniana podían ser usados por Taiwán y las zonas de población musulmana de la potencia asiática para justificar sus propias intenciones. Si bien la política internacional es terreno fértil de dobles estándares e hipocresías, tampoco es conveniente darle tanta letra a los rivales presentes y futuros.

Otro punto no menor al momento de matizar o poner paños fríos al relato del ascenso irrefrenable de un mundo no occidental no democrático ni republicano, que entusiasma a algunos actores políticos en la Argentina. Es que la India es una democracia y una república con división de poderes, libertad de prensa, una creciente clase media inserta en el mundo y alternancia en el poder. Asimismo, China ha logrado sus altas tasas de crecimiento desde su giro al capitalismo en 1978, dejando atrás la economía planificada de Mao, por sus fluidos lazos comerciales, tecnológicos y financieros con Occidente.

Una China rompiendo lazos con el mundo capitalista occidental no parece la mejor receta para continuar por la senda de las mejoras económicas y sociales que tanto necesita el Partido Comunista chino para conservar el poder.

Por último, pero no menos importante, seria altamente disfuncional para un proyecto nacionalista ruso como el encarnado por Putin desde 1999, el quedar excesivamente dependiente de un gigante económico y demográfico como es y será China.

Llegado a este punto, pasemos a la Argentina, vis a vis este escenario global y la cuestión de su eventual futura participación en el BRICS. Para empezar, no deja de ser llamativo que ello se produzca cuando llevamos dos años y medio sin que los Presidentes de Brasil y de la Argentina se reúnan frente a frente. La Casa Rosada parece haber adoptado desde fines de 2019 el lema “esperemos a Lula que llegará al poder si o si a fines de 2022″.

El argumento supuestamente gira en torno a los rasgos autoritarios de Bolsonaro, pese a haber llegado a la primera magistratura en elecciones libres, masivas y transparentes. Al parecer no existe la misma sensibilidad democrática cuando se trata de hablar fluidamente con China, Cuba, Venezuela, etc. Un llamativo doble estándar.

En política internacional uno no debería elegir los interlocutores según las preferencias personales o el capital simbólico para las minorías intensas domésticas. Menos aún frente a gigantes como Brasil, que tiene cinco veces el PBI y la población de Argentina y es, por lejos, el principal comprador de productos industriales argentinos.

Otro aspecto a tomar en cuenta es que desde que a comienzos del presente siglo algunos grandes bancos de inversión de los EEUU inventaron el término BRIC para vender bonos de estos países, ha sido la diplomacia brasileña la que inteligentemente ha buscado de manera más fuerte y activa darle algún contenido práctico en la política internacional.

Esto es comprensible, dado que dos de los restantes países son potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, China y Rusia, y, sumando a la India, cuentan con arsenales nucleares. Entre las prioridades de Brasilia en la primera década del presente siglo ha estado el impulsar una reforma de la ONU que le diera una banca permanente en el Consejo de Seguridad junto a potencias como Alemania, Japón, India, Nigeria, etc.

Si bien durante 2002 el poder político en Argentina había enviado señales amigables a esa aspiración brasileña, a poco de asumir Néstor Kirchner las descartó de plano, respetando una tradicional postura de la diplomacia Argentina y también del gigante mexicano.

Todo indica que un eventual nuevo gobierno del PT, en unas elecciones de octubre que se perfilan mucho más ajustadas que lo que se esperaba hasta hace poco, volverá con esa bandera simbólica y geopolítica de Brasil.

Una mirada a los 200 años de la política exterior brasileña no da señales para esperar un país que se sume activamente a algún bloque anti occidental en general y anti EEUU en particular, sea quien sea que gane la próxima carrera presidencial.

Cabe recordar que durante los dos mandatos de Lula y los posteriores de Dilma Rousseff, los principales proveedores de sistemas de armas para las FFAA brasileñas han sido el Reino Unido, los EEUU, Francia y Suecia. Tres activos y centrales miembros de la OTAN y un próximo miembro a partir de los efectos colaterales de la invasión a Ucrania.

Finalmente, pocas dudas caben de que desde hace casi un lustro o poco más existe un creciente debate académico y en el mundo de los tomadores de decisión acerca de si el momento o período unipolar americano que se dio a partir del triunfo sobre la URSS está dando lugar a un nuevo bipolarismo entre los estadounidenses y los chinos o más bien un mundo multipolar con la presencia de Alemania, Japón, Rusia e India. Sobre lo que no hay debate serio y sustentable es sobre si el mundo va hacia un sistema internacional cuya divisoria sea los EEUU y sus socios en el G7 y OTAN versus el mundo no occidental.

Para pasar de los análisis binarios y simplistas, la política internacional siempre es reacia a clichés y simplificaciones. La clave en todo caso es que los gobernantes de países frágiles como la Argentina puedan repetir esos lugares comunes, pero nunca creerlos ni operar como si fuesen reales. No está mal hacer jueguitos para la tribuna, el problema es creerse Messi.