Durante una presentación en Chaco, la vicepresidenta Cristina Kirchner sostuvo que China ha venido experimentando un fenomenal crecimiento económico desde hace 70 años y ubicó ese punto de partida en 1949 con el triunfo del líder comunista Mao Zedong.
La Vicepresidente es locuaz. Pero está históricamente equivocada.
China no creció durante los años de Mao. En rigor, decreció. Entre 1949 y 1976, Mao logró consolidar el poder después de décadas de guerra civil y consiguió fortalecer la autoridad central en el país dejando atrás lo que los chinos consideran su largo siglo de humillación iniciado con las Guerras del Opio. Pero en materia económica el largo reinado de Mao no ofreció sino paupérrimos resultados.
Obsesionado con lograr una rápida industrialización de un país cuya estructura económica era cuasi-feudal, Mao no ahorraría esfuerzos. Emulando a Stalin, ideó una comisión de planificación centralizada, que instrumentaría sus programas a través de un riguroso sistema de estadísticas y una interminable serie de “ministerios industriales”.
Dos iniciativas lanzadas por Mao, el “Gran Salto Adelante” (1958) y la “Revolución Cultural” (1966), terminaron generando una catástrofe económica. Las rigideces de una economía socialista híper-planificada, la ausencia de un sistema de incentivos y la insistencia hasta el absurdo en mantener un esquema de economía cerrada condujeron a un estancamiento prolongado en el país.
En el medio, una tragedia en términos de vidas humanas destrozaría a la abnegada población. Pero una a una, las iniciativas de Mao chocarían contra la realidad. La meta prometida de alcanzar un nivel de desarrollo similar al del Reino Unido en tan sólo quince años se probó imposible de cumplir. El sistema socialista no era suficientemente eficaz para crear la China rica y moderna que Mao había imaginado. En medio del caos y las hambrunas, Mao se entregó a una serie de purgas maquilladas detrás de pretendidas campañas anti-corrupción y anti-derechistas.
La muerte de Mao, en septiembre de 1976, y la de su premier Chou En-Lai, ocurrida en enero de ese mismo año, dieron paso a una nueva etapa. La misma tuvo lugar cuando, después de una lucha sucesoria, Deng Xiaoping pudo desplazar a la llamada “Banda de los Cuatro”. Logrando eliminar la influencia de la viuda de Mao, Jiang Qing y sus secuaces.
Poseedor de un sentido acabado del realismo, Deng comprendió de inmediato que Mao había cumplido el rol histórico de unificar al país, pero a costa de un atraso económico anacrónico. A través del programa de las “Cuatro Modernizaciones”, a partir de 1978 Deng desmantelaría las rígidas estructuras de la economía centralmente planificada y se le darían mayores márgenes de libertad a los individuos, algo que se verificó sustancialmente en el terreno de la agricultura.
A su vez, Deng terminaría de perfeccionar un cambio copernicano en la política exterior. En enero de 1979, llegó a los Estados Unidos para iniciar una histórica visita en la que junto con el Presidente Jimmy Carter, firmaría la normalización de relaciones diplomáticas plenas entre ambos países. Consolidó así la política de acercamiento a Washington iniciada ya en tiempos de Mao y Chou a través de la audaz diplomacia de Richard Nixon y Henry Kissinger. Por entonces China y los EEUU compartían un enemigo en común: la aparentemente todopoderosa Unión Soviética.
Líder indiscutido en los años 80, Deng sentó las bases del sistema chino que, en lo esencial, rige hasta nuestros días. Aquel basado en la instalación de un régimen socialista “con características chinas” que en los hechos equivale al mantenimiento de un gobierno no democrático pero dotado de una fuente de legitimación derivada de un modelo capitalista altamente competitivo.
La interpretación equivocada de los hechos históricos conduce a conclusiones inexactas y contiene el potencial grave efecto de dar lugar a decisiones erróneas de cara al futuro.
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