Arrancó con todo, la campaña Cristina Presidenta 2023. Tiene que demostrar total virulencia y golpismo para que le crean que ella no tiene nada que ver con Alberto. Ella, que lo hizo Presidente. Ella que lo erigió como el Alberto moderado, el que supo ser la última esperanza blanca, unos pocos meses de campaña. Qué giles que fueron esos que creyeron.
Andrés el Cuervo Larroque es Cristina. Cuando él dice “el Gobierno es nuestro”, sólo es ventrílocuo de Cristina. Cuando reclama el desmantelamiento final del gabinete, eliminando del Excel a los últimos albertistas, es Cristina. Cuando señala que hay un padre y no una madre de la derrota, es Cristina.
La derrota pasada y eventualmente la que viene, si eso ocurriera, ya tiene culpables y no son ellos. La señora, en cambio, se prepara para volver a pelear por la presidencia. Tiene que calar hondo con su discurso encarnizado entre los que sufren la inflación, ser ella la más dura a la hora de criticar al Presidente y a su ministro de Economía. Interpretar a los indignados tan eficientemente, que olviden que ella lo puso ahí. Que lo anunció como candidato de la unidad un 18 de mayo de 2019, un día de la escarapela. Ese día que, como el día del arquero, es el día de los imposibles, de lo improbable. Tan improbable como que Alberto ose imponer su autoridad. Él no es inocente. Cada vacío que deja es una jugada servida para ella. Él cree que evita la explosión, pero sólo la posterga y gana algo de tiempo hasta que ella, escala, y vuelve a arremeter con todo. Esta vez ni siquiera dijo “El presidente soy yo”.
Se dejó escudar por Luis D’Elia y Aníbal Fernández. Para ella esos son meros fuegos de artificio. La escalada de Cristina, en cambio, va creciendo en precisión y en capacidad de desmantelamiento en tanto el Presidente no haga nada, que es lo que hizo, nada, luego del feroz embate en el CCK. “Que te pongan la banda y te den el bastón no significa que tengas el poder”, había disparado ella.
Ahora, luego de que él rehusara usar ese poder como había advertido el ministro de economía, gobernando con “los que estén alineados”, Cristina olfateó la esperada debilidad y no perdonó. Cristina nunca perdona. Eso no terminan de entender en ningún costado de la grieta. No perdona ni descansa.
Es muy simple, ahora quiere los ministerios que le faltan, el timón de la economía y las cajas que quedan, para no perder un minuto, y manejar los recursos del poder de aquí al final del mandato. Ya sea para financiar la resistencia o para ejecutar el cambio que le permita que nada cambie, es decir, que ella mantenga el poder.
Mientras tanto, pavimenta el camino hacia su sueño más ambicioso que es volver sin delegados a la presidencia: sumar votos por izquierda que, junto a su núcleo duro y unos cuantos distraídos y seudo progres, que nunca faltan, le permitan ganar en primera vuelta gracias a la división opositora a instancias de Javier Milei. Necesita 40 % y una distancia de 10 puntos con el segundo. Tiene que sobreactuar el golpismo y la bronca. Así será la representante perfecta de los enojados. La que no propone ajuste, ni ordenar la economía, ni subir las tarifas. Las tarifas precisamente le dan sentido calendario al embate de estas horas. El objetivo inmediato es frenar el aumento, arrancar de cuajo el cumplimiento del acuerdo con el Fondo, que de todas maneras será cuestionado por los usuarios ante la extravagante idea de la segmentación. Pero si lo logra ella, si no avanzan los aumentos de tarifas, mucho menos avanzará cualquier otro recorte porque enviará todo el plan a la papelera de reciclaje, para ser renegociado, con la excusa de la guerra o con cualquier excusa que invente y le venga bien.
Si la presión estaba centrada en el ministro de Economía, ahora fue directo al Presidente. Le apuntaron a la frente. Así de brutal. Cristina le dijo en sus palabras, que puede ser legal pero no legítimo. “Guzmán aguanta cualquier cosa. La pregunta es si aguanta Alberto Fernández, el gobierno y el país”, respondió una fuente que supo ser del riñon cristinista en otras épocas.
Son momentos en que, por fuerza corrosiva de la inflación, no alcanza ni con trabajar para no ser pobre y el cuadro se agrava por la incertidumbre política auto-infligida del gobierno. El Presidente tuvo a la oposición para votar el acuerdo con el Fondo que es su único plan. Conseguido ese objetivo, ahora le falta poner el coraje para llevarlo adelante. Las audiencias públicas para aumentos de tarifas son en los próximos días. Cristina busca bajarlas y que esa, sea la bandera de rendición. Qué le quedaría al Presidente luego. ¿El desmantelamiento total de lo que le queda del gabinete? ¿La renuncia?
Hay algo peor que el dolor de ya no ser, y es el dolor de nunca haber sido. El asedio caníbal de un gobierno peronista, haciendo golpismo explícito a los mandos de su propio signo no reconoce antecedentes en democracia.
Cristina sólo piensa en ella. En su supervivencia política que es el medio de preservar poder y asegurar su libertad. En el medio está el país. El país no les importa a ninguno de los dos. Eso queda claro en el día a día, en la miseria decadente que se derrama como lluvia ácida espoleada por el desgobierno.
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