El problema no es con Guzmán, el problema es con Alberto

El kirchnerismo sigue lanzando misiles contra el ministro de Economía pero el Presidente no piensa en removerlo. El mandatario y Cristina Kirchner no se ponen de acuerdo ni en las razones por las que perdieron las elecciones del 2021

El presidente Alberto Fernández (Presidencia)

Volvieron a chatear. Mejor dicho. Intercambiaron mensajes sin intermediarios, de teléfono a teléfono y de manera amable. Fue el pasado lunes 11 de abril. El día que nació Francisco. Cristina Kirchner mandó flores al sanatorio Otamendi. Alberto Fernández le agradeció por Telegram. Ella no le clavó el visto. Al contrario. Le respondió amablemente.

Sin embargo, no hay ninguna posibilidad de que el Presidente y su vice se reúnan para hablar de política. No es por ella. Es por él. Alberto está convencido que la única manera de garantizar la unidad del gobierno, hoy por hoy, es evitando un mano a mano con la vicepresidenta.

La primer razón es el hastío personal que es mutuo pero con una diferencia. Cristina discute poder con frialdad. No se detiene en las formas sino en el objetivo. Para Alberto la emocionalidad es central en sus relaciones políticas. Por eso necesita rodearse de sus amigos. Es un demandante crónico de afecto.

Ambos se sienten mutuamente maltratados. Las razones que tiene Alberto son públicas. Cristina no escatima misiles propios o de sus colaboradores mas cercanos, a la hora de machacar sus diferencias. El maltrato que ella percibe de él es menos activo, posiblemente más inteligente, pero igualmente dañino: el de la indiferencia.

Pero hoy por hoy sus diferencias estilísticas no son el problema. El Presidente y la vice tienen diagnósticos antagónicos sobre el pasado, el presente y en consecuencia, sobre el futuro. Cristina está convencida, como muchos de los gobernadores, que las elecciones del año pasado se perdieron por haber ajustado de más, por no haber estado a la altura de las expectativas económicas de la gente, mas allá de la pandemia. Por no haber ejecutado el presupuesto en su totalidad. Por lentitud en la gestión de gobierno.

Alberto cree que perdieron por haber errado el discurso en la campaña. Por haber hecho eje en la pandemia y en la campaña de vacunación cuando para la gente era un derecho adquirido. Pero, sobre todo, por haber “cristinizado el discurso” (sic) por haber hablado más del gobierno de Néstor y Cristina que del propio. No lo dice solo por los largos discursos de la vicepresidenta en los actos. Sino como un mea culpa. Él mismo, alega, cayó erróneamente en la misma retórica. Pero el dato más concluyente ante los ojos de cualquier espectador desprevenido, es que el Presidente niega que el rumbo de la economía haya tenido que ver en la derrota.

Cristina Kirchner cuando inauguró la decimocuarta sesión plenaria de EuroLat (Foto: Charly Diaz Azcue / Comunicación Senado)

Ese es el punto neurálgico por el cual de noviembre hasta aquí las diferencias entre Cristina y Alberto no se achican sino que se agigantan.

Nadie que tenga diagnósticos tan disimiles puede coincidir en el camino a seguir. Por eso la andanada cristinista anti (Martín) Guzmán que empezó hace diez días Andrés “Cuervo” Larroque, que continuaron distintos voceros del espacio y que ayer coronó Máximo Kirchner en Baradero ante el Plenario de la Rama Sindical del Partido Justicialista, terminará siendo testimonial. O, en buen romance, está destinada al fracaso.

El problema no es cómo ejecute el plan económico Guzmán, el problema para el kirchnerismo es la lectura política de quien tiene la lapicera, es decir, del propio Presidente.

En síntesis, el problema no es de formas. El problema sigue siendo fundamentalmente de fondo. Hoy Alberto no quiere siquiera consensuar. Porque siente que no hay nada que consensuar.

Me dejaron solo”, alega ante los íntimos cada vez que recuerda que los K no apoyaron el acuerdo con el FMI en el Congreso. “Desde el poder no hay que hacerse la víctima”, planteó ayer Máximo en el acto peronista que anticipó el Día del Trabajador. Estaba claro que se refería a Alberto.

La jugada K ante el acuerdo con el FMI sí que es un puñal para el Presidente que no puede superar. De hecho sigue buscando agua para su molino. O validación intelectual del rumbo elegido. Esta semana Alberto almorzó con Roberto Lavagna. No es la primera vez que el Presidente lo escucha. Pero esta vez salió henchido. El ex ministro que es muy crítico del acuerdo con los bonistas privados que hizo Guzmán al principio de su gestión, esta vez reconoció ante Alberto: “La verdad un acuerdo como este con el FMI yo no lo ví nunca. Es increíble”.

El ministro de Economía, Martín Guzmán

De haber sabido Cristina que Alberto almorzaría con Lavagna seguramente le hubiera recomendado preguntarle por los aumentos salariales o bonos por decreto que popularizó el ex ministro durante su gestión. Hoy el mayor reclamo kirchnerista es que Alberto no le está exigiendo al sector empresarial que acompañe con un bono a los trabajadores en blanco tal como hizo el estado con jubilados y trabajadores informales.

Pero si Cristina hablara con Guzmán sabría que el ministro piensa igual. Cuando en el Gobierno se empezó a pergeñar el bono público se pensó también en pedir la ayuda de los privados. La negativa no vino desde el lado empresario. Sino desde el lado sindical y mas concretamente desde Claudio Moroni. La CGT y el ministro alegaron que el bono terminaba siendo “barato” para los empresarios porque no incluye aportes patronales y que era mejor adelantar las paritarias.

Para muchos una cosa no quitaba la otra. ¿Porqué no adelantar las paritarias y, además, exigir un bono que siempre es achatador de la pirámide? Es decir, que ayuda mucho más a los que menos tienen.

Discurso de Máximo Kirchner en Baradero

Los que conocen de cerca la intimidad del poder dicen que sin necesidad de hablar directamente con ella Alberto tiene a mano un sistema de compuertas de contención de la interna que estarían funcionando. Está claro que para el kirchnerismo eso no alcanza. Eduardo “Wado” de Pedro se lo dijo con todas las letras a Alberto -antes de partir de gira hacia Israel- en el mismísimo sanatorio Otamendi desde donde el Presidente gobernó los tres primeros días de vida de su hijo.

Pero Alberto no está receptivo. De hecho ayer Máximo (el Indio Solari de la política) se ocupó de reconocerle muchos logros a la actual gestión. Ambos coinciden en que los 20 puntos de recuperación salarial que había logrado el kirchnerismo en sus primeros gobiernos cayeron en los cuatro años de Macri. Y que el Estado estuvo presente con todos los sectores en plena pandemia.

Para Máximo ahora falta el esfuerzo de los empresarios. Lo mismo que pide Alberto y Guzmán con el impuesto a la renta inesperada. El ministro sostuvo su postura ante el establishment reunido en Bariloche esta semana.

El problema es que el Gobierno sigue sin debatir puertas adentro. Y en la lejanía no se escuchan ni siquiera en lo que están de acuerdo.

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