Vivimos en sociedades construidas sobre un sistema económico y financiero desigual que se basa en la acumulación de bienes y la exclusión de personas. Para las mujeres y diversidades estas desigualdades se magnifican, se vuelven un sinfín de limitantes en el desarrollo de nuestros proyectos de vida. Desde nuestras infancias nos adentramos en un laberinto, repleto de callejones sin salida, caminos erráticos, paredes y techos de cristal.
Las brechas de género son una realidad que ya nadie puede desconocer; y mucho menos invisibilizar. Si miramos el lugar de las mujeres en el sistema productivo, nos encontramos con que si bien alcanzamos niveles más altos de educación formal, la participación en el mercado de trabajo es menor que la de los varones, que tienen una tasa de actividad de 69,7%, mientras que para las mujeres desciende al 50,3%, con una diferencia de casi 20 puntos. Lo que impacta fuertemente en la autonomía económica.
Uno de los factores que incide en esta brecha es la responsabilidad que la sociedad carga sobre las mujeres y disidencias con relación a las tareas domésticas y de cuidados. Una actividad que no es remunerada y que, sin embargo, es la que mayor aporta en toda la economía (el 15,9% del PIB). Según los resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2021, recientemente publicados por el INDEC, el 91,6% de las mujeres realiza estas tareas, que quitan tiempo y recursos para dedicar al desarrollo personal, profesional, productivo o de disfrute. En el caso de los varones, el porcentaje representa el 73,9%. Además, se transforman en una doble jornada laboral que impacta en las posibilidades de formarse, avanzar en la carrera profesional o tener un trabajo con igual remuneración que los varones. Tal es así que, entre las personas ocupadas, por cada 100 pesos que gana en promedio un varón, una mujer gana 74 y el porcentaje de varones en puestos jerárquicos es un 75% más que las mujeres.
Este trabajo sin paga también incide en las condiciones laborales a las que acceden las mujeres, con salarios más bajos, mayor precarización e informalidad, altos niveles de desempleo y de pobreza. Según datos del INDEC, 4 de cada 10 mujeres tienen un empleo informal con un ingreso promedio que representa el 65% del de los varones. Por su parte, la tasa de desocupación es del 7,7% para las mujeres y del 6,4% para los varones; diferencia que se amplía cuando miramos a los sectores jóvenes de 14 a 29 años: 16,2% y 13,5%, respectivamente.
A las brechas laborales y de ingresos se suma el costo anual de menstruar, que la mitad de la población debe afrontar forzosamente una vez al mes durante 40 años y que asciende a $4.890 si se usan toallas descartables o a $5.311 cuando se opta por tampones.
Para las diversidades, las desigualdades en todos los ámbitos se amplifican e incluso quedan invisibilizadas por la ausencia de mediciones específicas. El año pasado logramos dar un gran paso con la sanción de la Ley “Diana Sacayán-Lohana Berkins” para garantizar la inclusión laboral de la población trans, travesti y transgénero. Pero la deuda con este colectivo aún es enorme.
Detrás de estos datos, estamos nosotras, están ellas y millones de mujeres y diversidades. Personas reales que padecemos estas limitantes en todos los ámbitos de nuestras vidas; y muchas que nos unimos al legado de una lucha histórica para que, con el aporte de cada una en su quehacer cotidiano, construyamos un presente y un futuro con igualdad de oportunidades y trato y libre de violencias.
En los últimos años las conquistas han sido muy importantes, logramos sancionar leyes que venían siendo una demanda de los feminismos desde hace décadas, como el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos que garantiza la Ley IVE.
Sin embargo, el camino no ha sido ni es fácil, está plagado de obstáculos y nos exige constancia, paciencia y fortaleza; pero sobre todo empatía. Tuvimos que aprender de los errores y adentrarnos también en los propios laberintos internos, que a veces nos llevan a lugares incómodos y a sentirnos perdidas. De lo que estamos seguras es que para sortear estas dificultades y reparar las desigualdades necesitamos seguir tejiendo una red basada en el amor, el cuidado, la inclusión y la solidaridad.
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