“Autocrítica”: un pequeño gran paso

La noche del 25 de abril de 1995, doce años después del fin de la última dictadura militar, el teniente general Martín Balza leyó un discurso titulado “Autocrítica” que significó un principio de revisión de la memoria histórica del Ejército argentino. El propósito era “iniciar el tránsito del diálogo que restaure la concordia en la herida de cada familia argentina”

Foto sacada el 23 de marzo de 1976 en la que se registró al teniente general y jefe del Ejército de Argentina, Jorge Videla, al jurar como presidente de facto de su país, en compañía del almirante Emilio Massera y del teniente general Orlando Agosti

En la década del ´90, el aprendizaje en la democracia y el proceso de reforma y modernización del Ejército, contribuyeron para concretar algo largamente postergado: un sentido reconocimiento institucional por la responsabilidad del pasado frente a nuestra sociedad. El día elegido para hacerlo público era el 29 de mayo de 1995 (Día del Ejército). Un hecho fortuito tuvo trascendencia mediática los días 20 y 21 de abril, como consecuencia de la denuncia de un ex suboficial de la Fuerza que imputaba delitos cometidos en un Centro Clandestino de Detención, en los años ´70 en Campo de Mayo, entre otros, a los generales Santiago Omar Riveros y Fernando Verplaetsen. Ello motivó que decidiera adelantar un mensaje que posteriormente se conociera como “Autocrítica”. Así, el 25 de abril de 1995-institucionalmente, y al margen de cualquier conocimiento, orientación o condicionamiento del poder político- aceptamos en público la presunta comisión de delitos de lesa humanidad, atribuidos a miembros del Ejército. El contenido del mensaje solo lo conocían seis de mis más estrechos colaboradores. Tenía la certeza de estar acompañado por mis oficiales y suboficiales, como así también que son los hombres los que hacen a las instituciones y no a la inversa. Solo nos guio un imperativo ético y nunca un cálculo de consecuencias.

Entre otros conceptos, el citado día dijimos:

“El difícil y dramático mensaje que deseo hacer llegar a la sociedad argentina busca iniciar un diálogo doloroso que nunca fue sostenido sobre el pasado, y que se agita como un fantasma sobre la conciencia colectiva, volviendo como en estos días irremediablemente de las sombras donde ocasionalmente se esconde”.

“Nuestro país vivió en la década de los ´70, una década signada por la violencia, por el mesianismo y por la ideología. Una violencia que se inició con un terrorismo contra el Estado que no se detuvo siquiera en la democracia que vivimos entre 1973 y 1976, y que desató un terrorismo de Estado y una represión que aún hoy estremece”.

“En la historia de los pueblos, aún de los más cultos, existen épocas duras, oscuras, casi inexplicables. No fuimos ajenos a este destino que tantas veces parece alejar a los pueblos de lo digno, de lo justificable. Ese pasado de lucha entre argentinos, de muerte fratricida, nos trae a víctimas y victimarios desde el ayer, intercambiando su rol en forma recurrente, según la época, según la óptica, según la opinión dolida de quienes quedaron con las manos vacías por la ausencia irremediable e inexplicable”.

El Ejército, instruido y adiestrado para la guerra clásica, no supo enfrentar desde la legalidad el terrorismo demencial. Este error lo llevó a privilegiar la individualización del adversario, su ubicación sobre la dignidad mediante la obtención, en algunos casos, de esa información por métodos ilegales, llegando incluso a la supresión de la vida, confundiendo el camino que lleva a todo fin justo y que pasa por el empleo de medios justos. Una vez más reitero: el fin no justifica los medios”.

“Que algunos, muy pocos, usaran las armas para su provecho personal, y deshonraran el uniforme que no eran dignos de vestir, no invalida en absoluto el desempeño abnegado y silencioso de los hombres y mujeres del Ejército de entonces. Han pasado casi veinte años de hechos tristes y dolorosos, sin duda alguna ha llegado la hora de mirarlos con ambos ojos. Al hacerlo reconoceremos no solo lo malo de quien fue nuestro adversario en el pasado, sino también nuestras propias fallas”.

Jorge Rafael Videla, del Ejército; Emilio Eduardo Massera, de la Armada, y Orlando Ramón Agosti, de la Fuerza Aérea, miembros de la Junta Militar que derrocaron el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón (Getty)

“Siendo justos, reconoceremos sus errores y nuestros errores. También veremos que del enfrentamiento entre argentinos somos casi todos culpables, por acción u omisión, por ausencia o por exceso, por anuencia o por consejo. Cuando un cuerpo social se compromete seriamente llegando a sembrar la muerte entre compatriotas, es ingenuo intentar un solo culpable, de uno u otro signo, ya que la culpa en el fondo está en el inconsciente colectivo de gran parte de la sociedad, aunque resulta fácil depositarla entre unos pocos para liberarnos de ella”.

“Somos realistas y, a pesar de los esfuerzos realizados, creemos que aún no ha llegado el ansiado momento de la reconciliación. Lavar la sangre del hijo, del padre, del esposo, de la madre, del amigo, es un duro ejercicio de lágrimas, de desconsuelo, de vivir con la mirada vacía, de preguntarse por qué, por qué a mí, y así volver a empezar cada día. Quienes en este trance doloroso perdieron a los suyos, en cualquier posición y bajo cualquier circunstancia, necesitaran generaciones para aliviar las pérdidas, para encontrarle sentido a la reconciliación sincera. Para ellos no tengo palabras, solo puedo ofrecerles silencio ante el dolor, y el firme compromiso de todo mi esfuerzo para un futuro que no repita el pasado. Todos los muertos, sin excepción, merecen nuestro respeto y tenemos que dejar de acompañarlos con los adjetivos que arrastran unos y otros durante tanto tiempo. Todos ellos han rendido sus cuentas, allí donde solo cuenta la verdad”.

“Sin buscar palabras innovadoras, sino apelando a los viejos reglamentos militares, ordeno una vez más al Ejército, ante nuestra sociedad: nadie está obligado a cumplir una orden que manifiestamente constituya la comisión de un delito -en especial contra la Constitución Nacional- o que se aparte de las leyes o reglamentos militares. Delinque quien imparte y quien cumple órdenes ilegales. La compresión de estos aspectos esenciales hace a la vida republicana de un Estado (…) Asumo toda la responsabilidad institucional del pasado y del presente (…) Pido la ayuda de Dios, al Dios como yo lo entiendo, al Dios como lo entienda cada uno. Y pido la ayuda de todos los hombres y mujeres de nuestro amado país para iniciar el tránsito del diálogo que restaure la concordia en la herida de cada familia argentina”.

Estábamos convencidos de que debíamos aceptar que el pasado como tal era inmodificable, y que solo podía ser superado en el marco de la verdad y de la justicia. En tal sentido, recuerdo que en aquel entonces estaban vigentes: el Decreto 1009/89, que indultó a todos los jefes militares procesados que no habían sido beneficiados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; y el Decreto 1003/89, que indultó a líderes y miembros de los grupos guerrilleros y otras personas acusadas de subversión. Ambos gozaban de total impunidad. Una década después fue declarado inconstitucional solo el Decreto 1002/89.

De las cientos de cartas recibidas y comentarios en la prensa nacional e internacional, no puedo omitir lo manifestado por el fiscal Julio César Strassera: “El Ejército dijo todo lo que podía decir. No podía decir más”. Tampoco puedo olvidar los puntuales y elogiosos conceptos vertidos, en ese orden, por la política francesa señora Simone Veil -sobreviviente del holocausto nazi- a quien hube de conocer en 1962, en el Parlamento Europeo en Estrasburgo.

Analizar y valorar el mensaje del 25 de abril de 1995 con la vara contemporánea, sin ponerlo en perspectiva histórica, es un anacronismo. Hay que hacerlo con la hermenéutica de la época.

* El autor es ex Jefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas, ex Embajador en Colombia y en Costa Rica.

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