En el año 2008, la Argentina estaba sacudida por un conflicto muy duro, que definió, para mal, nuestras vidas desde entonces. La política, la economía, muchas de las relaciones personales fueron influidas de manera muy sensible por la disputa suscitada alrededor de la decisión de imponer retenciones móviles, que había tomado el gobierno de Cristina Kirchner. En ese exacto momento, un país que acababa de salir de una crisis terrible de manera bastante armónica, se dividió dolorosamente entre los unos y los otros. La política se transformó en un campo de batalla polarizado, donde los acuerdos eran casi imposibles. La economía sufrió los cimbronazos de ese conflicto. Las familias se dividieron en función de la posición que cada uno tomó en esa dinámica.
El tractorazo que se realizó ayer en la ciudad de Buenos Aires refleja que esa patología no ha cedido. En cualquier sociedad democrática es natural que la gente proteste o que presione para pagar menos impuestos. Todo el mundo quiere estar mejor de lo que está y no es un hábito muy usual pensar que tal vez otros la estén pasando peor. Pero el tono, los documentos que se difundieron, el tenor de las declaraciones refleja que el sector del campo que ayer protestó no ha registrado, al igual que quienes se le oponen con mayor fervor, que las cosas han cambiado desde aquel momento traumático: siguen funcionando en los tiempos violentos de la 125, como se ocupó de describir Luis Miguel Etchevere, ex ministro de Agricultura de Mauricio Macri.
Los datos sobre lo que está ocurriendo en estos meses en el mundo agropecuario son muy contundentes. En febrero de 2022 se compró un 44 por ciento más de maquinaria agrícola que el mismo mes del año anterior. Si se toma el acumulado del 2022, el aumento fue del 33 por ciento. Si se aplica un índice 100 a la cantidad que fue adquirida en el 2004, durante el último año ese índice treparía a 322. La compra de insumos a Bayer, Atanor, Syngenta, YPF, ACA, Agrofina, Summit y otras empresas proveedoras del sector, aumentó un promedio del 54 por ciento.
La liquidación de divisas desde el sector agropecuario muestra números impresionantes. Según la Cámara de la Industria Aceitera y la Cámara de Exportadoras de Cereales las empresas del sector liquidaron divisas por 2.500 millones de dólares, algo que es un récord histórico para cualquier febrero de cualquier año. Es un 38 por ciento más que el año pasado, el triple que en el 2020 y el doble que en 2019. En el primer bimestre se liquidaron cerca de 5.000 millones, un 20 por ciento más que el año récord anterior.
Cualquier observador podría sostener que el sector agropecuario vive un momento de prosperidad. Otras personas podrían discutirle. Pero en ningún caso se podría sostener que atraviesa una crisis inédita, una situación desesperante, una tragedia social, un ahogo porque “esto no da para más”, como describían los participantes del tractorazo. Los vendedores de maquinaria agrícola cuentan que no dan abasto con la demanda, y hay hasta seis meses de demora en la entrega de tractores. Los alquileres de los campos se están negociando un 30 por ciento más caros ¡en dólares! que el año pasado y ya casi no quedan disponibles. Todos estos datos surgen de las planillas del Indec o de múltiples consultas realizadas con referentes del sector.
Entonces, ¿por qué se produjo la protesta de ayer?
Una forma de analizarla es de acuerdo al documento que difundieron los mismos convocantes. Algunos de sus párrafos:
-”Quienes vivimos de nuestra producción y trabajo tenemos algo que decir: no hemos venido hasta acá para pedir que nos den una mano sino para que nos saquen las dos de encima. No estamos dispuestos a seguir financiando la soga con la que nos ahorcan”.
-”Somos de los pocos y raros países con desdoblamiento cambiario y retenciones. Padecemos además 170 impuestos que agobian a todas las actividades productivas y terminan sumándose a los precios que paga el consumidor”
- “La receta del socialismo (y su muleto, el estatismo) la conocemos y es siempre la misma: envilecer la moneda con emisión, ahogar a las actividades productivas con impuestos y empobrecer a todos para ofrecerse como solucionadores de los mismos problemas que han creado”.
- “Los regímenes estatistas propician desatinos económicos que perjudican a todos pero mucho más a los necesitados y vulnerables”.
Es una mirada básicamente ideológica. Algunas personas creen que la Argentina vive bajo el socialismo y por lo tanto quieren terminar con esa situación. Pero no ofrecen datos sólidos que lo sostengan. Es, simplemente, algo que alguien dice. Si las cosas son así: ¿por qué el despegue del último año? ¿Qué medida estatista o socialista se tomó en los últimos tiempos? ¿Cuáles son los 170 impuestos que pagan los argentinos? Cualquier lector puede hacer un breve repaso de lo que paga él mismo: ganancias, bienes personales, IVA, patente automotor, tal vez ingresos brutos, algún porcentaje de sus tarifas subsidiadas para derivar a un fondo determinado. ¿Ocho, nueve, tal vez diez? Pero, ¿ciento setenta? ¿Cómo es que alguien dice algo semejante sin avergonzarse?
La situación del sector agropecuario, como la de todo el país, merece ser analizada con cuidado y serenidad. Los datos macro pueden mejorar pero eso tal vez no llegue a todos en la misma medida. Solo personas muy sofisticadas pueden concluir con seriedad si el problema, “la soga que nos ahorca”, cuando existe y no está exagerado, se ubica en los impuestos o en el costo del alquiler de la tierra, o en el precio que las empresas le reconocen a los productores. Dónde queda esa ganancia es un tema necesario de análisis para que no se produzcan injusticias. Pero deducir de ese problema que en la Argentina existe un régimen socialista parece una exageración, para expresarlo con condescendencia.
Ese tipo de planteos se despliegan en un contexto en el cual solo parece haber espacio, en el debate público, para aplaudirlos, difundirlos sin cuestionar nada, o callar. Cualquiera que exponga dudas será sometido al escarnio. Se supone que el “campo” es el lugar donde está la gente “de trabajo”. Como si el resto de la población no trabajara. O que es la zona donde reside “la patria”, como si el resto del país estuviera compuesto de extranjeros. Otros piensan que “la patria” y “los que trabajan” son los seguidores de Cristina Kirchner y que el sector agropecuario está compuesto por ricachones que se la llevan toda gracias a privilegios heredados. Esa es la patología que nació en 2008.
El contexto actual no tiene nada que ver con el de la 125. Por eso las cosas no pasarán a mayores. Por más que tal vez sería apropiado explorar alguna manera de recaudar dinero mientras duren los efectos de la guerra, nadie impuso ni intenta defender ningún impuesto a los productores. Por lo tanto, no hay motivo de discusión. Mañana será un día normal y en una semana poca gente recordará el tractorazo. Eso sucede con las manifestaciones convocadas por sectores sociales muy ruidosos, con amplia repercusión en los medios o en el sistema de poder, pero que no sintonizan con la realidad que los rodea. El 24 de marzo, La Cámpora hizo una gran demostración de fuerza callejera. Máximo Kirchner estaba re contento. Su efecto duró apenas unas horas. En este caso, además, la dirigencia más representativa del sector no convocó a la protesta, otra diferencia con los viejos tiempos.
Sin embargo, el tractorazo de ayer tiene su importancia en otro sentido, porque se desarrolló en un contexto donde algunas ideas muy exóticas empiezan a tener demasiado predicamento. Los autoconvocados propusieron que se eliminaran todas las retenciones y sostuvieron que eso no tendría costo fiscal, porque el consecuente crecimiento de la actividad compensaría la sangría. El razonamiento es un poco de brocha gruesa. De lo contrario, todos los gobiernos del mundo bajarían a cero los impuestos, y eso traería prosperidad inmediata. Gobernar consistiría en bajar impuestos. Parece que no es así porque en el capitalismo nadie intentó semejante aventura.
Sin embargo, empieza a extenderse la idea de que todo impuesto es malo y lo mejor que puede hacerse con él es eliminarlo. Pocos dirigentes se atreven a ir contra esa simpleza, que se repite como si tal cosa una y otra vez. Elisa Carrió, esta semana, fue una saludable excepción: es muy interesante volverla a ver remar contra la corriente. El resto, especialmente en la oposición, asiente dócilmente para no perder votos. Es triste ver actuar como políticos pequeños a dirigentes que podrían aspirar a ser algo más ¿Bajarán impuestos si llegan al poder?¿Los eliminarán?¿Cómo gobernarán en ese caso?
Seguramente muchas personas viven peor de lo que quisieran. Pero el “campo” no está ahogado ni oprimido, ni es la patria, ni allí están los únicos que trabajan. Tampoco son todos oligarcas, ni gente insensible que se la quiere llevar en pala. En todas las familias hay vagos, laburantes, mantenidos, buenos y malos.
Seamos serios. Sería mejor dejar atrás los fuegos del 2008, bajar un poco el tono y tratar de encontrar soluciones inteligentes a los problemas complejos que enfrenta el país. Pero no va a suceder. Esto es la Argentina: un país donde demasiadas personas agitan banderitas celestes y blancas, convencidas de que tienen razón.
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