Aunque muchos no lo entiendan así, la economía es fundamentalmente una ciencia social. Porque trata de seres humanos; y de cómo se comportan frente a sus necesidades. El carácter imprevisible del ser humano y del conjunto social determina la dificultad de experimentar a través de laboratorios y de predecir.
Según el filósofo y biólogo, Humberto Maturana, “Los seres humanos somos seres emocionales que nos movemos desde nuestras emociones, y (…) usamos nuestro razonar para justificar o negar nuestro emocionar”. Y agrega: “Todo argumento racional, todo sistema de pensamiento racional, se funda en premisas fundamentales no racionales adoptadas a priori desde las preferencias, deseos, miedos, aspiraciones… Vivimos enajenados en creernos seres primariamente racionales, cuando lo fundamental es nuestro ser emocional…”.
Se ha generalizado la idea de que los clásicos de la economía, consideraban a la elección como un acto frío y cien por ciento racional para el alcance de la utilidad esperada. ¡Tremendo error!
Sin embargo, la escuela neoclásica de economía, que domina buena parte del pensamiento económico y gran parte del de la contabilidad y la administración parte de la premisa de que el hombre toma las decisiones, exclusivamente, en función de la utilidad esperada de las opciones disponibles. Por lo tanto no considera los valores y las pasiones que son afectados por cada una de esas opciones, porque entiende que las personas son totalmente racionales.
Sin embargo, en sus comienzos, la ciencia económica se ha entendido a si misma como una ciencia social, abocada al análisis de las relaciones humanas pero con fuertes sospechas sobre la presunta racionalidad de la gente. Los llamados padres de la economía, los clásicos, como el reconocido liberal Adam Smith, así lo comprendían.
Sindicados como pensadores que entendían al hombre como agentes individualistas con poca atención en el otro, su pensamiento ha sido interpretado, por intereses o mera estupidez, de forma errónea. Así, se ha generalizado la idea de que los clásicos de la economía, consideraban a la elección como un acto frío y cien por ciento racional para el alcance de la utilidad esperada. ¡Tremendo error!
Smith comprendía que los humanos son egoístas y, a la vez, compasivos, es decir, complejos
También se sigue afirmando que el egoísmo es, para Smith, el motor de la actividad. Una lectura rigurosa de su obra muestra algo distinto.
Smith comprendía que los humanos son egoístas y, a la vez, compasivos, es decir, complejos.
En consecuencia analizaba el egoísmo y, también, la compasión y la empatía como motores del comportamiento humano. La capacidad de ponernos en el lugar de los demás era uno de los elementos a los que Smith le dedicaba gran atención. Con clarividencia destacaría que si el hombre no es capaz de ubicarse en el lugar del otro, no será capaz ni de entender a otros ni de entender a éste. “La compasión del espectador debe provenir totalmente de la consideración de lo que él mismo sentiría si fuese reducido a la misma infeliz posición y al mismo tiempo pudiese, lo que quizá es imposible, ponderarla con la razón y el juicio que ahora posee”, afirmaba con contundencia.
Las palabras de Smith son claras: “Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente, hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de éstos les es necesaria aunque de ella nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla”.
Afortunadamente, hoy la economía revaloriza el pensamiento de los clásicos y, además, incorpora la psicología para el análisis y determinación de políticas económicas. El gran economista austríaco, en la década de 1940, escribía que a la idea de que “el hombre debe ser libre para seguir “su” conciencia en materias morales si sus acciones han de tener algún mérito, los economistas han agregado que debe ser libre para hacer uso completo de “sus” conocimientos y capacidades; guiado por su preocupación sobre las cosas precisas que “él” conoce y por las que se preocupa, si se espera que haga una gran contribución a los propósitos comunes de la sociedad, tal como es él capaz de hacerlo.”
Sin embargo, este avance sigue limitado por sesgos reduccionistas. En tal caso, es recomendable la lectura de la obra de hombres de la talla de Adam Smith.
Muchos son los mitos y tabúes sobre el pensamiento smithiano. Gran cantidad de opiniones se han escrito, pero, es válido dudar que ellas se hayan fundamentado en la lectura detenida de su obra.
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