El Gobierno está pergeñando la creación de un nuevo impuesto que luce irrazonable y, posiblemente, también sea ilegal. Como siempre, para endulzar la píldora, se le busca un título que le otorgue un barniz de épica o de justicia. El nuevo impuesto será a la ganancia “inesperada”, dejando traslucir que como no era esperada no le corresponde a quien la obtuvo poniendo en riesgo su tiempo y capital, sino que le corresponde al Estado que, dicho sea de paso, no hizo ni arriesgó nada para obtenerla.
La razón que esgrime el Gobierno para este nuevo impuesto es que, como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania subieron los precios de los commodities, siendo los granos los de mayor impacto para nuestra economía. Pero los precios ya subieron y la soja a esta altura del año ya está cosechada, con lo que la ganancia ya está realizada. La renta ya existió y el impuesto todavía no ha sido legislado. Sería ilegítimo gravar esta ganancia sólo porque las declaraciones fiscales se hacen con periodicidad anual. Obviamente esta es la intención del Gobierno. Si el impuesto fuera aplicado para las actividades futuras la caída de la superficie sembrada y la inversión en fertilizantes nos llevaría a una cosecha récord, pero por lo negativa.
En cualquier actividad económica las ganancias y pérdidas tienen una probabilidad incierta de suceder. Un inversor arriesga su capital sabiendo que a veces ganará y a veces perderá. Si el Estado interviene recortando las ganancias cuando suceden y dejando las pérdidas al inversor crea una curva sesgada a las pérdidas. La respuesta obvia del emprendedor será no invertir.
Antes de terminar vale pensar acerca de qué criterios se tomarán para definir cómo se calculará la renta esperada y, por lo tanto, cuál sería la inesperada. Seguramente distintos emprendedores esperaban diferentes utilidades en función de su necesidad de capital o su apetito al riesgo. O quizás una persona arriesgó e invirtió más, obteniendo mayor ganancia. ¿Cómo se tendrá en cuenta eso en el cálculo de la renta inesperada? Es imposible conocer las expectativas de cada agente económico. No obstante, seguramente aparezca algún funcionario omnisciente que pretenda conocer la mente de la gente y estos millones de escenarios posibles y que, sin duda, pondrá sus razonamientos y su subjetividad al servicio de lograr la mayor recaudación impositiva posible.
En conclusión, a diferencia de su nombre, las consecuencias de este nuevo impuesto y hasta de las especulaciones sobre su posible aplicación no van a ser para nada inesperadas: menor inversión, menor crecimiento y mayor desempleo. Es increíble que, a esta altura del estancamiento, se apliquen siempre las mismas medidas esperando resultados diferentes. El equilibrio fiscal es necesario, pero debe hacerse a costa del gasto público y no exprimiendo al contribuyente. A esta naranja ya no le queda jugo: por más que se apriete más no se puede sacar.
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