Cuando se anunciaba que la tasa de inflación mensual había alcanzado el récord después de dos décadas, Cristina Fernández de Kirchner, en el CCK, pronunció una arenga propia del conventillo de la política local, en el marco de una reunión de parlamentarios en la que estaban, como testigos cautivos, legisladores europeos y latino americanos.
Los visitantes se reunían en el marco de las preocupaciones propias de un tiempo gravísimo en las relaciones internacionales. La paz mundial en riesgo. Sorprendidos asistían a las diatribas menores que denunciaban la tensión local en ascenso. Un verdadero papelón lamentablemente internacionalizado que fue, para los extranjeros, una lección de porque estamos como estamos. Volvamos a los hechos.
La autocracia rusa invadió a sangre y fuego su país vecino. Nada indica que la paz esté próxima y que las autocracias estén en retroceso; hay señales de una alianza de las potencias autocráticas.
La del CCK era la hora para destacar los méritos del sistema democrático occidental, la libertad y la alternancia, la división de poderes, que son actualmente -si se quiere- herramientas precarias para el progreso económico y social. Cierto. Pero con lo que contamos para el respeto de los derechos humanos.
Cristina hizo un discurso -aplaudido por La Cámpora- que torpedeaba al sistema que Vladimir Putin está atacando
Cristina hizo un discurso -aplaudido por La Cámpora- que torpedeaba al sistema que Vladimir Putin está atacando. Porque no es sólo la invasión militar a Ucrania sino impedir su “occidentalización”.
Cristina enfrenta al sistema con palabras y con hechos; y al mismo tiempo no lo dice pero lo hace Sergio Massa, cuando ambos traban la constitución del Consejo de la Magistratura.
De todo eso, de cuestiones internas, con cobertura de pretexto “teórico” habló Cristina. Por otra parte, sin decir nada nuevo, Ferdinand Lasalle en ¿Qué es una Constitución? (1848), hace años realizó el análisis de los “factores de poder”.
Lo que CFK simula ignorar es que justamente es este sistema occidental el único, hasta ahora, capaz de compensar y neutralizar los factores de poder de cada época.
Las autocracias son los “factores de poder” en el ejercicio del Poder y en ausencia de autoridad. Rusia y China, exitosos económicamente gracias a las empresas multinacionales, son regímenes autocráticos en manos de oligarquías. La mafia de los oligarcas rusos que saquearon las empresas estatales o la oligarquía política que conduce el PC chino.
El presidente Alberto Fernández, disciplinado, hizo méritos en esa dirección: la puerta de entrada del régimen de Putin a América Latina y decir del presidente chino que era peronista como manifestación de una profunda identidad. La subordinación geopolítica discursiva no alcanzó.
Cristina en el CCK lo dejó claro. Alberto tiene el bastón y la banda presidencial, “porque yo se las entregue”. Manifestación clara del espíritu de autocracia: ella -no el PJ o los barones del conurbano o una junta de gobernadores o la inexistente mesa del Frente de Todos- decidió el candidato a presidente de la Nación.
Con esa cultura autocrática también lo hizo Juntos por el Cambio. Mauricio Macri se auto designó y designó a Miguel Pichetto, quien fue Jefe de la bancada K y votó todas las leyes que hacen a este “modelo”: nombró a casi todos los jueces, Consejo de la Magistratura, moratorias del jolgorio, ensalada de los planes.
Todo lo que para “el PRO” es la clave de la desgracia lo lideró Pichetto en su otra vida. La autocracia avala la contradicción.
Señales claras
CFK señaló que, “aquí y ahora”, el “poder-poder” está en otro lado. Más claro: “lo tengo Yo”. Cristina envió un mensaje de arrepentimiento y de amenaza.
CFK señaló que, “aquí y ahora”, el “poder-poder” está en otro lado. Más claro: “lo tengo Yo”
Arrepentimiento por haber designado a quien hoy la ha colocado más lejos de lograr continuidad de su “poder real” en 2023 que cuando lo designó a Alberto. Es difícil que logre un triunfo, si depende de la economía; y difícil que Fernández logré terminar con el asedio judicial a la familia K. Por eso está arrepentida: Alberto Fernández, finalmente, le erosionó su “poder”: “ese” que no es el del “el bastón y la banda”.
Amenaza. CFK -sin pelos en la lengua- le avisó de una próxima “invasión”. No a Ucrania. Pero sí una destinada a bloquear cualquier intento de avanzar por un sendero distinto del que ella decida. Que no es aquel por donde parece enfilar Fernández en economía. Ella tiene su línea de bloqueo dentro de las filas del gobierno de Alberto. Paralizan. Pero “guay de tocarlos”.
Si Alberto eligió a Vilma Ibarra y a Aníbal como comando estratégico, designó a una “armada brancaleone”. No son los “pibes para la revolución”. Pero ¿pueden ser los burócratas para “mañana una traición”?
Las cartas están echadas. Cristina Fernández de Kirchner, con razón, exige el éxito: que Alberto encuentre la salida, de eso se trata el éxito, a la continuidad de su condición de “factor de poder” logrando que el FdT gane las elecciones y que la Justicia -antes que ese combate electoral ocurra- le dicte la “inocencia” que, en el caso de ella, viene acompañada de millones. Las dos cosas.
Jorge Asís propuso el “doble indulto” a Cristina y a Mauricio.
Vilma Ibarra sostuvo, suelta de cuerpo, que la condena a CFK habría de indignar a muchos y su absolución también; y que por eso lo mejor era algo así como “dejalo ahí”. No sumó a Mauricio a ese festival de expedientes. Una autocracia a la rusa ya lo habría resuelto.
La salud de la democracia consiste en que resolver este problema no es un tema político, sino uno de la Justicia. De ahí la división de poderes.
La salud de la economía es reconocer que la inflación es un síntoma de los problemas que la causan. Por ejemplo, la mitad de la sociedad en la pobreza o el desempleo hace que pocos produzcan y -para no vivir una hecatombe social- todos consuman.
Pensar en esos términos es la condición necesaria para combatir en serio la inflación y para entender de qué se trata el sistema occidental.
Por eso CFK prefiere descubrir a Lasalle 160 años después, en el lugar y en el tiempo inoportuno y olvidarse de la realidad cuando está a punto de no retorno. Tampoco es una novedad, ella, además tiene la costumbre de llegar tarde.
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