Tiene un problema, se diría una enfermedad. En ningún momento se detiene una discusión sin fin. En realidad, la misma. Es la vuelta al mundo de los parques de diversiones. Las cosas son las mismas y los problemas, los mismos, pero peores. La discusión no resuelve nada. Nació nuestro país vasto y de gran belleza, ensangrentado, y el oficio de degollador siempre tuvo trabajo desde el inicio. Se podía degollar de frente -con la hoja mellada para mayor dolor y sufrimiento- o por la nuca, como a los que se consideraban infames.
Se dio una Constitución perfecta que no se respeta nunca. La cantidad de expertos en decisiones políticas anticonstitucionales crecen como yuyos. Son tan populares como los jugadores de fútbol y los artistas, como las actrices, los actores, las influencers. Cada cual tiene su experto en detectar la violación de la Constitución preferido. Por eso: es algo que se puede mirar de un lado y del otro del espejo. Abundan también quienes arguyen la obsolescencia de la Constitución (es vieja) aún con sus convenciones para ponerla al día. Una gran cantidad de gente en nuestro país vasto y de gran belleza es antidemocrática. Piensa en algo nuevo, en alguien que encarne y represente lo verdadero con menos poderes y menos despelote. Muchos justifican y apoyan la carnicería de Putin y, sin decirlo con claridad, lo compara con la Guerra de Malvinas en su justificación. Pobrecitos soldados flacos y muertos bajo la nieve, arrojados por la dictadura militar en su caída.
Tenemos la inflación que nadie se anima a decir cómo habrá de pararse -y fíjense ustedes la cantidad de economistas que se hacen populares y cada cual con su hinchada- pero nada de nada, explicaciones, posibilidades. En la crisis del poder político en ejercicio y votado, se pone en evidencia que hay dos caminos: ajustar el cinturón o parecer que no lo parezca con línea sinuosa hacia las elecciones. Que la Oposición no está integrada por luminarias, lo hace flagrante.
La vida de la gente común y corriente.
Es posible estudiar cómo resolver la energía necesaria vital, las relaciones exteriores, quiénes permanecerán en el gabinete de ministros, quiénes juegan en cada tablero o en los dos, subir retenciones al campo donde produce de manera ejemplar para invertir otra vez aquí, en nuestro país vasto de gran belleza. Como todo es una polémica vana y la decadencia se vive cada día, lo que podemos llamar la gente común y corriente se ve en situación más y mas afligente.
La inflación se revela en los precios, uno de los factores más a mano: el tomate de hoy costara menos que el de mañana. La gente común y corriente es arrinconada por gigantescas manifestaciones -ochenta piquetes en marzo- sin poder salir salir del sitio y el “acampe”. Todo el tiempo, todo los días, cada vez más. Mientras se discute el sexo de los ángeles, la gente común y corriente desespera.
Después de la cuarentena interminable con su troupe de infectólogos -¿ dónde están, dónde se han ido los teleinfectólogos a sueldo?- la educación ya en ruinas, la enorme cantidad de víctimas (Gracias, Putin, por su ayuda generosa), los presos, el remero, la señora Oyuela-nuestra Diógenes, aquella que no quiso levantarse de su reposera al sol y no lo hizo-, los resortes de una sociedad dejaron de funcionar. La educación es desastrosa. Maestros ( y maestras, bien) con sueldos bajos y dirigentes gremiales poderosos . La violencia callejera es de terror y no se detiene.
No existe un día tranquilo: despertarse, trabajar-sin chiste, disculpen-, algo, un poquito de ocio de tanto en tanto, gozar de las calles con árboles espléndidos, transportarse en ocasiones horas con alguna ilusión en el trayecto.
Las barbaridades de funcionarios se suceden. Roca es como Videla, por ejemplo.
La corrupción se ha vuelto apetitosa, normal, ¿qué pasa? ¿quién quiere ser el pavote que crea en la honestidad y el esfuerzo, en la creatividad? La mitad es pobre. Pobre de toda pobreza. La gran pobreza es una manera de estar en la cárcel con algo de sol y carne fácil para la manipulación y la promesa. Sube el 70 por ciento si se trata de menores, de chicos. Quienes tienen un coche -no la colección habitual de los fuori serie de los piojosos resucitados y salvajes convertidos en millonarísimo-, los que tienen un coche para trabajar, pasear o uno estupendo ganado de modo legítimo tienen miedo de ser robados y atacados. Los motochorros acccionan todos los días. En general matan.
Todo va haciéndose natural. Caminar por la calle y darse de frente con cuatro tipos que se acercan augura malos momentos. Por la actitud, la grosería, las caras y cráneos, belfos que pide una revisión de Lombroso, el viejo criminólogo italiano que de pronto regresa del olvido como amenaza agresiva: ”¿Qué mirás?¿Tengo cara de chorro ? ¿Tengo monos. Eh?”
¿Quién puede tener un día tranquilo? No hay, no existe, en nuestro país vasto y lleno de belleza. Ese el problema grande: no hay un solo día tranquilo. Se trata de los días. Cada día es único.
Es muy difícil conseguir trabajo sin formación ni ganas. El poder de los planes -son varios, de distinto tipo- no alcanza , subvenciona - hace falta- y se manejan cifras grandes, pero si va a la “mani” de algún modo se trabaja porque si no pierde asistencia o pierde el plan.
Lejos de la Capital Federal parece distinto, pero no lo es. Lo vasto y la belleza tiene pocas oportunidades de trabajar aunque tal vez algo más, y también se dará con la pobreza, la desnutrición, la tristeza.
¿Hacia dónde un país bien periférico que no sabe donde ponerse, cuyos dirigentes (¿se dice así?) hablan con enormes dificultades con demasiada frecuencia y los que no, los capaces de comprensión a menudo callan, no tienen oficio versero y sabe que cualquier diario de 1954 -pongamos- es como un informativo de hoy. Los temas no resueltos -al revés- demuestra la vuelta al mundo oxidada que nos lleva al a repetición ácida, a la desorientación y -no quería decirlo- a la amargura.
Las vueltas de la vuelta al mundo de las ferias de diversiones, está dicho, son días, no vuelven iguales, no vuelven. Es el fenómeno donde un país vasto y de gran belleza donde sus habitantes no puede saber qué pasa, qué va a ser de ellos. Transcurren, sin un día tranquilo.
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