Feminista en falta: el atropello de Salvio y el mito criminal de las falsas denuncias

Ayer nos despertamos con las imágenes del jugador de Boca Juniors arrollando a su exmujer con su auto, pero cuando un video mostró que ella se había tirado sobre el capot, muchos aprovecharon para poner en duda si realmente fue víctima de violencia. ¿Hace falta ser santas para que nos crean?

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Toto Salvio y su Exmujer con la imagen del la cámara de seguridad del momento en que la atropella
Toto Salvio y su Exmujer con la imagen del la cámara de seguridad del momento en que la atropella

Ayer nos despertamos con las imágenes del atropello en la tele y en las redes. En un primer video se ve al Mercedes Benz del delantero de Boca Juniors Eduardo Salvio arrollar intencionalmente a su ex mujer en un Boulevard de Puerto Madero. En otro, se lo ve escapar en reversa a gran velocidad, mientras ella permanece tirada en plena calle.

Pero la repetición en cámara lenta muestra que, en realidad, Magalí Aravena, la madre de sus dos hijos y su esposa por más de una década –hasta 2020 o hasta la semana pasada, cuando se pidieron “un tiempo”, según las distintas versiones–, se abalanza sobre el capot del auto de Salvio –que viajaba acompañado de otra mujer– y queda colgada cuando él acelera y avanza.

Esa secuencia, reproducida a repetición en todos los canales y medios de comunicación, dio lugar a todo tipo de conjeturas y análisis. Las más sorprendentes son de quienes parecen descubrir de pronto que las situaciones de violencia en una pareja no siempre son unidireccionales y concluyen, a partir de eso, que detrás de un varón que lastima, ataca, o mata a una mujer, puede haber entonces una despechada o una loca que “lo provocó”. Como si hubiera justificaciones.

Así vimos ayer a un abogado defensor decir livianamente que ojalá le dieran un botón antipánico al jugador “así tenemos paridad y no hay discriminación”; a periodistas deportivos preocupados por la angustia del deportista ante la eventual sanción de un club al que no le importa demasiado tener en su plantel a otros denunciados por violencia de género, como Pavón, Villa y Fabra, ni le importó en el pasado tener a Barrios, Cardona y Centurión; vimos al propio club apurado por ofrecerle asistencia al delantero angustiado; y vimos a varios de los machistas de siempre agitar una vez más el mito de las falsas denuncias, como si un hecho aislado, en caso de poder probarse, pudiera replantear lo que se sabe sistemático.

El momento en que Salvio atropella a su exmujer
El momento en que Salvio atropella a su exmujer

El planteo es simple y también simplista. Lo que dicen es que el futbolista fue la verdadera víctima de violencia por parte de su ex mujer: “El auto está destruido, lo rompieron todo. [...] Estamos presentando un pedido para que un perito investigue cómo quedó, para que vean realmente quién es víctima y quién victimario”, dijo Mariano Cúneo Libarona, el defensor de Salvio. Dice también que Aravena lo amenazó –se supone que después de ver en Instagram una historia en la que otra mujer se mostraba con él en un asado– con destruir su carrera, y que se apareció en el lugar para acosarlo.

Pero, ¿romper un auto, incluso tirarse encima del capot, o presentarse en la puerta de una reunión a la que nadie la invitó justificaban que Salvio acelerara sobre su ex mujer y después retrocediera sobre sus pasos para abandonarla herida –con un traumatismo en la pierna– y en medio de la calle a la madrugada, tal como constataron el SAME y la Oficina de Violencia de Género porteña? Nadie en su sano juicio responderá que sí a esta pregunta.

No sabemos nada de la relación entre Salvio y Aravena, pero bajo cualquier circunstancia, el futbolista pudo haber frenado para escuchar a la madre de sus hijos. Pudo tomar otro camino. No hay manera de que atropellar a su ex mujer lo convierta en una víctima, por más cuentos de despechadas con los que quieran comparar lo que quedó filmado.

La pregunta es por qué hay lugar, más allá de este caso puntual, para debatir una de las pocas cosas sobre las que mujeres y varones parecíamos estar masivamente de acuerdo en la Argentina –y en rigor, en todo Occidente–, al menos de 2015 a esta parte: la lucha contra la violencia machista en todas sus formas era prioritaria y no tenía vuelta atrás, era un asunto que las mujeres habíamos logrado sacar del clóset después de siglos de silencio y muerte y para el que se suponía que habíamos encontrado respaldo social, mediático y político.

Toto Salvio y Magalí Aravena en épocas felices. Tienen dos hijos en común
Toto Salvio y Magalí Aravena en épocas felices. Tienen dos hijos en común

De eso hablaba #NiUnaMenos, de la cultura de violencia contra las mujeres, de la que hace que en un plantel de fútbol haya cada domingo en la cancha cuatro jugadores con acusaciones públicas por agresiones machistas. Por eso el consenso generalizado fue que se trataba de una cuestión de derechos humanos. Por eso tuvo la potencia de un nuevo Nunca más.

Y es por eso también que cuesta que, cada semana, cualquier hecho aislado pueda poner en duda esa supuesta convicción de tantos que se apuraron a sacarse la foto comprometiéndose al cambio, levantaron carteles, se subieron a los hashtags y repitieron consignas sólo porque quedaba bien, pero ahora dicen tener dudas. Como si de pronto descubrieran que hay mujeres malas, o no tan santas como esperaban, y entonces pensaran que tal vez se merecían el atropello.

Y ahí está lo simplista del planteo: es el “¿Y vos qué hiciste para que te pegara?” cuando se supone que eso también lo habíamos superado. Y entonces el atropello pasa a ser a todo el género. Y pese a eso, o justo por eso, es que me parece que también nos toca preguntarnos por qué llegamos a este punto en el que lo que parecía indiscutible, lo más central y masivo del reclamo de los feminismos en nuestro país –que no queremos más mujeres y niñas muertas por violencia de género–, se volvió plausible de bastardeos tan viles.

Quizá nosotras también fallamos por simplistas. Quizá fallamos al instalar en ese mensaje original y masivo que las mujeres éramos siempre buenas y débiles y estábamos a merced de varones que siempre eran potencialmente dañinos. ¿Alguna vez dijimos eso? A lo mejor en el apuro, a lo mejor se entendió mal lo de “a la hermana se le cree”. Quizás hace falta volver a explicar por qué lo hacemos, por qué las mujeres, por empezar creemos, y por qué no hace falta ser santas para eso. Para que nos crean.

Porque es cierto que hay masculinidades tóxicas, pero también que la mayoría de los varones no violan, ni pegan, ni matan, y también que alguna vez tendremos que hacernos cargo de nuestro lugar en la construcción de la masculinidad, la positiva y la tóxica: a las madres el patriarcado nos asignó un rol de poder en la crianza de nuestros hijos e hijas, y las que lo somos no vemos a nuestros hijos varones como monstruos a reformar ni como animalitos a domesticar, la mayoría estamos convencidas de que hacemos lo mejor posible nuestro trabajo y criamos hijos buenos.

Así quedó el auto de Salvio luego del incidente con su exmujer
Así quedó el auto de Salvio luego del incidente con su exmujer

De hecho, hay formas positivas de masculinidad, está lleno de buenos tipos: también son la mayoría. Y también hay mujeres tóxicas. Y hay relaciones de pareja que se vuelven tóxicas, o que pasan de amorosas a controladoras, y de controladoras a violentas. Algunas cosas aparecen muy claras en abstracto o cuando aconsejamos a una amiga, pero es realmente difícil saber cuándo se pasa el límite entre la atención que disfrutamos cuando alguien nos gusta y el acoso liso y llano. Nada es nunca liso y llano y también es difícil saber cuándo decir basta: en general, las relaciones consentidas no nacen violentas y nos es muy difícil ver señales que para el resto son obvias, porque el enamoramiento las enmascara.

A veces incluso conociendo todas las alarmas que hay que atender –que te revisen el teléfono o que te digan qué ponerte, por ejemplo–, una se siente por encima, más fuerte que una relación que la desestabiliza. Porque son muchos los mensajes simplistas que llegan, y hay uno que repite todo el tiempo “empoderate”, o “no te victimices”. Pero es imposible salir del círculo de la violencia sin un círculo de contención fuerte, y es imposible si se pone en duda la palabra de las víctimas.

¿Cómo creerles entonces a las mujeres que denuncian violencia si a veces también son tóxicas, si no siempre son buenas, si la mayoría no son santas? Si somos honestas, las mujeres sabemos contestar bien esa pregunta, porque casi ninguna de nosotras debe creerse tan buena ni tan santa, y sin embargo, después de cierta edad, casi ninguna de nosotras está a salvo tampoco de haber vivido situaciones de violencia machista. ¿Lo digo de otra manera? Nadie necesita ser una santa para no merecer maltrato, y tampoco Magalí Aravena.

Salvio sale de declarar (Nicolás Stulberg)
Salvio sale de declarar (Nicolás Stulberg)

De nuevo, a veces, las mujeres también somos violentas. Pero ese no es el problema: los hombres no mueren sistemáticamente a manos de mujeres. Por eso es tan delirante impulsar el mito de las falsas denuncias por violencia de género –que no superan en el mundo el 0,01%– como hablar de una teoría de los dos demonios ante el terrorismo de Estado. Es oponer lo marginal contra la fuerza que mata a diario.

Hay una frase genial de Margaret Atwood en El cuento de la criada que explica la diferencia: “Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres temen que los hombres las maten”. El límite es la fuerza, el poder. La violencia machista que mata es sistemática: en la Argentina sigue cobrándose la vida de una mujer por día. Mientras eso no cambie, mientras no lo cambiemos, hablar de falsas denuncias es criminal. Pero para poder cambiarlo, tenemos que poder hablar de una vez con la verdad y sin simplificaciones.

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