Era imposible que el Presidente no supiera, el día que declaró la llamada guerra contra la inflación, que se trataba de una guerra perdida. Que sus propias políticas para cumplir con el acuerdo con el Fondo, encerraban una inflación creciente al actualizar tarifas, sólo por dar un ejemplo. Como también sabían durante el festival de emisión de dinero que fue el segundo semestre del año pasado, que semejante aquelarre de billetes sólo era nafta en el fuego. Entonces, también eligieron esquivar la verdad y sobre todo las consecuencias, que hoy estamos, literalmente pagando todos, con plata cuyo valor se esfuma en nuestras manos.
El gobierno se ha convertido en una máquina de falsedades para tapar sus propias responsabilidades y fracasos. Un espectáculo grotesco que ya no tapa nada, ni engaña a nadie con sus guerras y guerrillas. Un show del disimulo que cae como una bofetada sobre una población que padece cada vez más la agonía de una crisis económica que no tiene salida a la vista. La sensación de que todo será peor y de que no hay un sentido de horizonte en medio de tanto padecimiento, es lo que marcan todos los analistas de expectativas. “Se ha cruzado una nueva frontera. Se ha pasado de ‘la plata no alcanza’ a ‘la plata no vale’ y eso es peligroso porque implica que se ha perdido el sentido”, explica el consultor Guillermo Olivetto.
Cuando el poder no sólo no puede ofrecer la solución de los problemas, sino que los empeora dilapidando toda confianza y sin generar esperanza sobre el camino hacia algo mejor, la realidad se vuelve irrespirable y se abren peligrosamente las puertas de la anomia. Los que gobiernan no gobiernan y peor, sólo se dedican a su propio beneficio. Los argentinos observan que la única guerra que existe no es contra la inflación sino entre ellos, en la cúspide del poder. Y además de que cunde la desesperanza, y la sensación de estafa para propios y extraños, aparece notoria, la desproporción de la mala administración: vivir peor cada día y que el Estado abuse de su poder como norma, cargando más y más las espaldas de los que siempre se esfuerzan y faltando el respeto a todos porque no parece hacerse cargo del sufrimiento de nadie. Si el poder empeora la cosa pública, el contrato más básico se ha roto.
En este contexto cae como sal sobre la herida el más alto índice de inflación desde que Alberto Fernández es presidente. ¿Sabrá a qué precio compró los pañales con que cambia a su bebe recién nacido? Al mismo tiempo, la ideóloga de este gobierno, la señora Cristina Kirchner, intenta despegarse por todos los medios, como el que dice ‘yo no fui’ cuando lo agarran in fraganti. Porque por más que su hijo hable como el más acérrimo opositor, o por más que el gobernador Kicillof monte la escena de un gobierno paralelo, o por más que el secretario de comercio vocifere castigos a esos maléficos empresarios que aumentan los precios, éste es su gobierno señora. “Sugo”, como dicen en las redes sociales. Es tan “sugo”, que los cristinistas manejan el 71% de los recursos del presupuesto nacional mientras que los fieles al presidente sólo ejecutan el 23% de las partidas. Esto se desprende de un análisis del diputado radical Rodrigo de Loredo que concluye en lo que la vicepresidenta quiere negar: “Este gobierno es de Cristina desde el primer momento”. Pero claro, las derrotas y los fracasos nunca tienen padres, ni madres, en la política.
Y ahí aparece la otra gran deformación. Al tiempo que Cristina ejecuta el plan despegue del gobierno se dedica con más y más ferocidad a su objetivo principal que es dominar los resortes judiciales aunque eso abra un grave conflicto de poderes. Decidida a atornillarse al manejo del Consejo de la Magistratura, avanza en abierta colisión con la Corte Suprema como si no existiera ese poder. Demasiada intensidad para quien no tiene nada que ver con el gobierno. Pero como ya dijimos, este es su gobierno. O mejor dicho, su desgobierno, porque en realidad, Cristina volvió para esto, para zafar de sus problemas con la justicia. Que muchos hayan querido creer otra cosa, de buena fe, es asunto del pasado.
El presente es mucho más hostil. Y en ese presente, el gobierno de Cristina, ofrece una interna encarnizada, el agravamiento de los problemas, y como solución, sólo osan esbozar más impuestos. Como afirma el libro de sabiduría milenaria conocido como El Arte de la Guerra, “Cuando el poder y los recursos se han agotado, se arruina el propio país”.
Esta doble ruina acarrean los argentinos en su mochila, el agotamiento del poder donde la degradación es inocultable, y el agotamiento de los recursos consumidos por esa voraz máquina de ineficiencia y negación en la que se han convertido el gobierno y el estado. Cuando el hijo de Cristina, exclama, “¡Háganse cargo!”, también debería decírselo a su madre.
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