Recuperar la escuela que enseña

La educación debe marcar agenda y ser prioridad dentro de las políticas públicas. Es el momento de rescatar la escuela donde los niños aprenden, la de los maestros que no temen ser evaluados y de los que no dejan de estudiar

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Tras dos años de cierre, este 2022 se ensayó la vuelta a la normalidad (REUTERS/Agustin Marcarian)
Tras dos años de cierre, este 2022 se ensayó la vuelta a la normalidad (REUTERS/Agustin Marcarian)

La vuelta a las aulas, tras dos años de cierre, ensayó en este marzo del 2022 una apuesta por la “normalidad”, con excepción de los barbijos, que siguen siendo objeto de debate. Los medios y la redes sociales, nos muestran un coro de gente indignada: docentes, padres, y ciudadanos de a pie. Los académicos se han visto superados por otros actores del sistema.

La realidad discurre en dos dimensiones. La inmediatez de la coyuntura manda, desde la política educativa oficial, encarnada en el CFE, los sindicatos y grupos afines. También opinólogos varios. Todos hablan de educación, es fácil. Una sinfonía desafinada de protestas, con buenas intenciones, pero sin rumbo. La política educativa es mucho más que un posteo en redes o dos minutos de catarsis en los medios.

La otra dimensión es la de la mirada a largo plazo. La que ha visto en este momento histórico una oportunidad de tender puentes y soluciones. En septiembre pasado publicaba “En busca de los aprendizajes perdidos”, un artículo en el que planteaba dos temas centrales, la necesidad de evaluar y la de elaborar un plan que compensara las pérdidas más que evidentes, en todos los niveles del sistema. Un llamado de atención sobre el peso de la desidia que hipoteca el futuro de millones de niños y jóvenes. Advertimos sobre el fraude educativo que constituían las políticas de promoción automática que se hicieron realidad hacia el fin de ciclo escolar. Asistimos y somos parte de un gran simulacro, en palabras de Guillermina Tiramonti. Hace mucho que sabemos que nuestros chicos aprenden poco y más del 50% no termina la escolaridad obligatoria.

Lo cierto es que la pandemia sólo agravó el colapso del sistema, definido tan claramente por Mariano Narodowsky en su libro de 2018. Gracias a Tramared y la espontánea iniciativa de muchas entidades y grupos que se constituyeron en agentes de formación e intercambio informal por fuera del sistema, académicos, investigadores y docentes compartimos conocimiento y surgieron valiosos aportes en torno al presente y futuro de la educación. Algún día haremos historia de los webinares de la pandemia, una respuesta rápida, eficiente y de calidad que demostró la incapacidad de la burocracia estatal para resolver la emergencia educativa en términos de capacitación docente.

Algunos de los temas que nos ocuparon fueron la necesidad de digitalización del sistema educativo; la “reacción conservadora” que planteaba la vuelta al status pre-pandemia; las consecuencias de no invertir sostenidamente en educación, traducida en la baja capacidad de respuesta del Estado; el apoyo horizontal que recibieron los docentes de parte de sus pares; y de las iniciativas de ONGs que se involucraron fuertemente en la capacitación e investigación educativa, como Red de Educadores Innovadores, Eco Educativo y Argentinos por la Educación, fuente de datos e informes validados por todo el ámbito académico.

Como nunca antes, trabajamos en propuestas de política educativa, basta recordar los documentos de Concertación Educativa, elaborados colaborativamente por un grupo plural de destacados educadores; la Agenda de la educación para una Argentina integrada y sustentable, que Ines Aguerondo y Susana Decibe pusieron en debate el año pasado, y la propuesta para un acuerdo por un Plan Estratégico Decenal de la Educación Argentina, documento elaborado para su discusión en el Consejo Nacional de la Calidad de la Educación, que publicara Narodowsky el pasado mes de febrero, una verdadera hoja de ruta, para sostener por encima de cualquier sectarismo político.

El desafío del futuro se define en las decisiones del presente y el racconto precedente constituye sólo un punto de partida para definir una agenda educativa que supere la coyuntura, y empiece a desarrollar soluciones. Esto implica volver a los temas que sólo se han agravado, pero sigue siendo centrales: la formación docente inicial, una carrera docente jerarquizada a partir de un desarrollo profesional que reconozca el mérito, la innovación, y los resultados en términos de calidad. Un pacto ético que vele por el derecho a aprender de los estudiantes, por encima de cualquier consideración sectorial. Los documentos señalados precedentemente me eximen de mayores detalles y constituyen una opción que muestra el consenso alcanzado por quienes estamos en las aulas, la academia, y al que seguramente adherirían otros sectores directa o indirectamente involucrados.

También esos mismos documentos, en los que hemos colaborado, adherido y suscripto, muestran que existe una masa crítica que tiene mucho más que ideas. La pandemia logró unirnos en una comunidad que produce conocimiento y ha hecho la diferencia en estos dos años de aulas cerradas. Tendimos puentes, y pusimos en circulación nuestras experiencias, investigaciones, y buenas prácticas. Se abrieron las aulas, gracias al arrollador impulso de los padres, que apoyamos y sostenemos. Por eso, frente a los opinólogos, y los indignados mediáticos de última hora, es bueno hacer memoria de todo lo hecho durante estos dos años y no perder el norte; trabajar en el presente para ganar el futuro. Y agradecer a todos los que tan generosamente compartieron estudios, investigaciones, en espacios de intercambio tan diversos que hicieron realidad el objetivo el aprender toda la vida.

Esta es la hora de la calidad. La educación debe marcar agenda y ser prioridad dentro de las políticas públicas, con la dimensión que la empresa merece. En vísperas de otro año electoral, es bueno recordarlo, porque seremos muchos los que pediremos cuentas, a quienes pretendan ganar voluntades a base de demagogia y asistencialismo.

Es el momento de recuperar a la escuela que enseña y donde los niños aprenden. La escuela de los maestros que no temen ser evaluados, de los que no dejan de estudiar y de esa comunidad educativa que también incluye a los padres, a las familias, primeros educadores y socios en esta empresa de la que depende el futuro de todos los argentinos.

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