Kirill, el Patriarca

El conflicto en Ucrania es un invasión menos por razones económicas disfrazadas que por una concepción del mundo

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Kirill, Patriarca de Rusia (Sergei
Kirill, Patriarca de Rusia (Sergei Karpukhin/TASS/Sipa USA)

Es un hombre de altura media, centímetro más, centímetro menos, como la de Putin, aunque al verlos parece más alto por la gran mitra y con las majestuosas ropas, colores y símbolos que suele llevar, en la mano el báculo negro de un santo, Piotr, otorgado al ser cedido en sesión secreta por el Colegio al Museo de Moscú. Como Putin -se conocieron muy jóvenes- nació en Leningrado, repuesto como San Petersburgo cuando la URSS terminó sus 70 años con implosión y explosión juntas

Por nombre secular, Vladimir Mijáilovich Gundiáyev tuvo un día particular en la gran catedral de Moscú, con gran cantidad de clérigos, la viuda de presidente Yeltsin, el presidente Medvédev -casi un suplente decorativo para no consagrarse sucesivamente Vladimir Putin y regresar más tarde: ahora lo será durante treinta años- y el cineasta Nikita Mijalkov, cineasta mayor de pensamiento conservador.

Desde entonces Kirill (Cirilo, por jugar a las traducciones) fue Patriarca de Moscú, de Rusia y todas las Rusias, una carta fuerte que, a la hora de la invasión rusa a Ucrania, no ocultó la aprobación de la guerra. No solo por considerársela territorio ruso desde siempre, sino también, entre otras circunstancias, por creer en la certeza de un poder gay aborrecible entre tinieblas desde Kiev, lo antinatural, el peligro entre otros peligros. Por desproporcionado que pueda parecer y aunque el observador no pueda sentirse amenazado por los integrantes LGTB, es una de las ideas más firmes del Patriarca próximo a Vladimir Putin.

Alguien podría decir sin ocultarlo que quien agrede a la Santa Rusia y a un imperio reparado y traído como imaginación política desde el pasado es Occidente con su decadencia, su exhibicionismo, su obscenidad y su avaricia. Tal la mirada, en este caso, una guerra de invasión menos por razones económicas disfrazadas que por una concepción del mundo.

Cada vez se hace más evidente que es un ataque a la modernidad: no solo lo enumerado como elementos de disolución antes, sino también la ciencia, un modo de producción y comerciar, el ocio necesario, la democracia –aún con sus manchas y deudas- camino real para la realización de la libertad con su anverso, la responsabilidad. El ataque contra la modernidad, que se manifiesta en la América Latina donde crecen las ramas de un fascismo izquierdo que juega con la posibilidad, el caos y la libertad, no sin suficientes anticuerpos como para evitarlos por el momento.

Aún en las bandas de ataque vandalizadas se equivocan en la destrucción: la Iglesia Ortodoxa Rusa de la calle Brasil frente al Parque Lezama fue ensuciada como señal de oposición a Putin y su ataque bestial –pero dificultoso en el terreno guerrero-, y no solo manchó un edificio de gran belleza, sino a la vez habitada por arciprestes que viven allí y ofician con desaprobación al pequeño exterminador de San Petersburgo. Rompieron, se indignaron, erraron.

Todo mal.

El sueño sangriento del Imperio.

Vladimir Mijáilovich Gundiáyev es el
Vladimir Mijáilovich Gundiáyev es el verdadero nombre del Patriarca (Patriarchal Press Service/Oleg Varaov/Handout via REUTERS)

Como objetivo mayor es enfrentar a Occidente, abroquelarse en las tradiciones más remotas -incluso en el sistema de servidumbre en el trabajo de campo-, flanquearse en la religión que enfrentó -vean- al comunismo ateo, dobló la rodilla con el mismísimo Stalin a cambio de cesiones menores y de uso político para el régimen, acomodarse en la caída del Muro –el mismo Krill fue delator del KGB en la misma época en que servía Vladimir Putin desde Alemania en una oficina de tinte oficinesco- y sacar ahora bíceps como Popeye.

Ya han salido con pretextos y falsedades pueriles con la carnicería de Bacha, como ocurrió en My Lay Vietnam en el ‘68, Vietnam, con otra aquella consecuencia: make love, not war, la revolución que rompió la moral interior, los soldados y la guerra perdida: ya no más bolsas negras de soldados muertos. Europa crece frente a Putin y solo distraídos o vagabundos de la mente saben bien que vale todo –cualquier espanto- y no se juega con juguetes sino con el fin.

Muerto hace unos días, el político de extrema derecha Vladimir Zhirinovsky, odiador de Occidente, instigador de bombas nucleares, de arrebatar Alaska, golpeador de otros llamémosles legisladores -nunca hubo democracia en Rusia- varones y mujeres, fue despedido por Kirill junto a su ataúd y acompañó unas frases Putin: “En el exceso, a veces de manera equivocada, siempre defendió a Rusia”.

Abrazo en el aeropuerto José Martí, La Habana.

Fue en 2016 cuando se vieron en el aeropuerto José Martí, de La Habana, se encontraron Francisco y Krill. Primer encuentro desde el cisma de 1054. Allá lejos y hace tiempo, los jefes fueron excomulgados uno a otro, mantuvieron en latín y otros en griego, se debatió sobre el Espíritu Santo: habría que dedicar décadas a tanta historia cismática. El encuentro fue uno de esos capítulos. Abrazo, “hermano” (el Papa) y la propuesta de hacer cuanto resultara posible por la cristiandad. Poco, corto, pero trascendente. Y en Cuba, donde los Castro fueron educados por jesuitas. El Patriarca -se admiten otros patriarcados-.

Kirill, no ha dejado de pronunciar “paz” en encuentros ecuménicos. A su manera. Más allá, y ahora mismo, queda dicho que sostiene la invasión rusa y por las que parecen sus razones en una oscuridad lejanísima que entiende el mundo del modo en que tendría que ser: la interminable Rusia de todas las Rusias y Occidente quebrado, allá, en la tierra de la decadencia.

Cualquier movimiento en esa dirección expuesta y sin cortinas se debería solo a alguna diferencia de Putin por diminuto que fuera el escenario. Francisco en otro contexto. Resulta infantil exigir a San Pedro gritar contra Rusia. Ha ido in crescendo hacia la paz -sin decir por qué y por quién-, aunque sin dejar de desplegar los colores de Ucrania por minutos. Hay en el argentino Jorge Mario Bergoglio la condición de Jefe de Estado y líder Espiritual que Krill no tiene.

Como quiera que sea, no serán las iglesias quienes detengan los disparos de misil, las bombas de racimo, las ferocidad de los invasores, la posibilidad de escalar el uso de peligros que comprometen a la humanidad.

Se negocia en tanto. Y el mejor negociador es que cuanta con más fuerza y mayor destrucción. ¿O no va en esa dirección la nueva designación al frente de la guerra al general Aleksander Dvornikov, cuya especialidad es el terror con ayuda de un bombardeo incesante sobre todo ser humano como probó en Chechenia y en Alepo, en Siria? Alguna diplomacia solapada o apenas vista. Para realistas, escépticos y creyentes, mientras tanto, se ha construido un aviso: “No se puede pasar de aquí”. Como en los mapas de los antiguos navegantes, “más allá hay monstruos”.

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