La sorpresiva e intempestiva invasión realizada por Rusia a Ucrania desempolvó la histórica discusión, política y cultural, acerca de las diferencias entre el pensamiento, llamémosle, “occidental”, sin entrar en precisiones, y el “oriental” (o Euroasiático), representado en esta ocasión por Rusia.
Esta división cobra ahora una mayor importancia y dimensión por la necesidad de crear un nuevo orden internacional que se deberá organizar cuando finalice el conflicto en Ucrania.
Este nuevo orden mundial que se construirá y que reemplazará al que ha sido destruido como consecuencia de la invasión, terminó con el creado en 1945 y que duró setenta años.
Esta nueva realidad internacional, producto de los acontecimientos bélicos que llevó adelante Rusia y que Occidente no supo, ni pudo detener, por temor a iniciar una nueva guerra mundial, venía siendo anticipada, desde la derrota de los Estados Unidos en Afganistán.
Este acontecimiento se desencadenó, ante la constatación del debilitamiento internacional de los Estados Unidos, ya debilitado internamente por la toma del Congreso por quienes no reconocían la victoria electoral de Joe Biden.
La invasión rusa, reiteradamente anunciada por Vladimir Putin y que fue la continuación de la toma por la fuerza de Crimea y del apoyo militar que venía otorgando Rusia a las poblaciones de la Península de Donbass, que luchaban por independizarse de Ucrania, sorprendió por su osadía a las fuerzas de inteligencia de las potencias líderes de Occidente, que no evaluaron el cambio que había ocurrido.
China se había convertido en una potencia más poderosa económicamente que Europa. Rusia llevaba ocho años amenazando con tomar territorios que Ucrania consideraba propios (y que en realidad no lo eran) porque históricamente no lo habían sido. La extensión de la OTAN significó romper acuerdos consensuados del pasado, cuando cayó el muro de Berlín.
Así como la invasión que realizó los Estados Unidos a Irak fue una decisión ilegítima, pero que se pudo llevar a cabo porque la Unión Soviética ya no existía como superpotencia, ahora Rusia pudo invadir Ucrania porque los Estados Unidos perdieron su supremacía económica y tecnológica.
El conflicto producido por la invasión rusa ha destapado, una vez más, la falta de conocimiento del pensamiento ruso (eslavo, en general) y su desinterés por conocerlo por parte de Occidente, que ya había ocurrido durante el desmembramiento de la ex Yugoslavia y que continúa vigente.
Rusia no es solamente europea, hay una Rusia que pertenece al Asia Menor con una cultura diferente y es el resultado de un mestizaje cultural y que como ya lo advertía Dostoievski, ha sido rechazada por el desprecio occidental a esa parte de Rusia, orgullosa de su pasado, sus ricos recursos naturales y lejana de los centros culturales europeos.
En la Argentina también, lamentablemente, está esa visión sesgada de Rusia. Los medios de comunicación repiten los mensajes que diariamente vienen del Norte y no realizan un estudio serio desprovisto del tradicional ombliguismo intelectual argentino, que deducen que si alguien afirma que Rusia está ganando la guerra es porque “Cristina Kirchner es amiga de Putin” o si otra persona repudia la invasión a Ucrania lo hace porque es un opositor, que quiere la derrota rusa.
Parecería que a nadie (o a muy pocos) le interesa la discusión sobre las consecuencias que traerá aparejado este conflicto internacional y sus efectos sobre la futura política global, en particular para Latinoamérica. Se discute otra cosa, demostrando una vez más la “provincialización” que ha caído nuestra clase dirigente y nuestros medios de comunicación.
En este conflicto entre Rusia y Occidente no se debe mira a Rusia con la misma vara que podríamos juzgar a una potencia occidental, no es igual el pensamiento de los países capitalistas democráticos, cristianos (Católicos o Protestantes) que el de los países del Asia Menor (Ortodoxos y Musulmanes)
Hay otro mundo que no solo está gobernado por dictadores, es un mundo diferente, con culturas diferentes, otras religiones y otra forma de hacer política y hoy ese mundo se está comenzando a unir y a cobrar protagonismo en la escena mundial, dejando su lugar de acompañante de lo que decide Occidente comienza a unir para la construcción de un nuevo Orden Mundial, donde sus principal cabeza es China, que aspira a conducirlo con su alianza con Rusia y con los países Euroasiáticos y alguno de Europa del Este.
Todo ello no debe legitimar las violaciones a la Carta de Naciones Unidas y a las leyes de la guerra y la falta de respeto a los derechos de los refugiados, por el accionar de las tropas rusas, que si bien están siendo publicitados en forma desigual por las agencias occidentales y cadenas de TV, no son las mismas imágenes que reproducen las televisiones de los países orientales.
No se puede dejar de condenar sus acciones y de repudiarlas con la legitimidad que nos otorga ser ciudadanos de un país democrático que no comparte la cobarde admiración que le brindan a la invasión rusa los partidos de la ultraderecha europea y que no están dispuestos a mandar tropas e impulsan a los ucranianos a actos épicos, sabiendo su incomparable debilidad militar.
Pero más allá de la condena moral al accionar militar ruso, se encuentra la geopolítica y es en ese marco en el cual los latinoamericanos debemos analizar las consecuencias que dejará este conflicto que está haciendo trizas el edificio construido por Occidente y liderado por los Estados Unidos que ya había comenzado a mostrar grandes fisuras y que necesita ahora un Acuerdo Global para que el mundo vuelva a tener sus reglas de conducta.
Aquí convendría una reflexión para aquellos que opinan, alegremente, sobre la necesidad de una derrota total rusa, que la excluiría del nuevo orden. Deben leer un poco a Kissinger respecto a la necesidad de acuerdos y a lo peligroso que resultan a la larga las imposiciones unilaterales del más poderoso, ya que un día pierden su hegemonía.
Muchos líderes y medios de comunicación occidentales comandados por Estados Unidos no dejan de impulsar y de envalentonar a la resistencia ucraniana, proveyéndole armas (que más tarde deberán pagar) e impulsando a que la población realice actos heroicos.
El Presidente Zelensky viaja y es recibido con aplausos y vítores, por los parlamentos de Estados que no fueron a pelear pero que impulsan a que Ucrania, erróneamente, enfrente en condiciones desventajosas.
“Nos dejaron solos”, dijo el solitario presidente Zelensky, la OTAN “no puede” ir a ayudar a Ucrania porque Ucrania no es un Estado Miembro de ella y si ingresar a Ucrania a luchar desataría una guerra entre la OTAN y Rusia.
Es decir, los países de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza, no pueden ingresar a Ucrania con sus armas (ni quieren hacerlo, porque sus poblaciones no quieren morir por Ucrania y pocos de ellos quieren ir a matar por Ucrania) pero impulsan e incitan a través de los grandes medios a que la población civil vaya a luchar contra el ejército ruso y condenan la muerte de inocentes ciudadanos.
En ese marco, la solución pasa por una negociación global, que involucre a todos los actores, sin excluir a ninguno, pensando en detener esta invasión antes que sea demasiado tarde y ocuparse de la construcción global, sin exclusiones de ningún tipo, para cuando llegue la ansiada e imprescindible Paz en Ucrania.
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